Si algo destaca en la serie que retrata a la familia real británica es el personaje de Sir Alan "Tommy" Lascelles, el secretario y consejero de los reyes. Un hombre pragmático perfectamente consciente de que tenía que garantizar la supervivencia de una institución anacrónica. Su dimensión como personaje supera a la de los monarcas: tuvo que atarlos en corto, se enteró de secretos de estado, como la bomba atómica o el Día D, antes que los militares. Fue su empeño el que no permitió a Eduardo volver a Inglaterra después de acercarse a los nazis.
VALÈNCIA. Originada en la adaptación de una obra de teatro, The Audience, de Peter Morgan, The Crown es uno de los mayores aciertos de Netflix. Una idea de éxito apabullante que no es humana, sino de los algoritmos predictivos de la compañía de OTT. Al igual que habían hecho con el plomazo de House of cards, analizaron las tendencias de alquiler en videoclubs y desde los primeros días tuvieron en mente realizar esta serie, adaptación de la película The Queen, que ya era la adaptación de la citada obra de teatro. Las tres con el mismo guionista. Como escribió en este medio Teresa Díez: "The Clon, una serie pensada para repetir éxito bajo los mismo parámetros: creador, actriz, tema y arco del personaje".
Aunque se le ocurriera a una Inteligencia Artificial, convertir en una serie de primera calidad las intrigas palaciegas de la monarquía que mayor presencia ha tenido en las revistas del corazón, en dura pugna con sus majestades monegascas, pues es de Inteligencia Que Te Cagas. El corazón sigue dando audiencias millonarias, aunque sea deconstruido y descodificado y haga bailar break dance a la posmodernidad como ocurre en Sálvame. Coger una de estas sagas y, con la debida distancia, un acceso a la información de una veracidad más aproximada de lo que se pudiera publicar en su día, y tratarlo todo con dignidad, esto es, metiéndole dinero, pues es un producto tan perfecto que extraña que no se le hubiera ocurrido antes a otro. Porque películas de la monarquía se han hecho a manta, pero entrando en el tema con profundidad, documentación y realismo, en formato culebrón, eso que los hipsters llaman serie, no tantas.
El mayor acierto es que The Crown incita a pensar. En un capítulo la reina madre explica que los miembros de la familia real no se pueden casar con quien les apetezca porque la institución es demasiado frágil y delicada, precious dice en inglés, como para que entre alguien cuyo comportamiento pueda ser impredecible. Sí, es cuando están llegando a la conclusión de que Diana Spencer es lo que necesitan. Algo así ya pasó en España, cuando se supone que al príncipe Felipe no le dejaron casarse ni con Eva Sannum, que anda por ahí largando, ni con Isabel Sartorius, y que para hacerlo con Letizia tuvo que imponer su criterio al de Juan Carlos en lo que cariñosamente los plumillas del ramo denominaron "rebelión". ¿Y por qué incita a pensar? Porque es verdad, no se pueden casar con quien quieran, tienen que hacerlo con quien garantice la continuidad del chiringuito.
Esto no solo ocurre con las parejas. Todo lo que hace un monarca o su heredero importa. Hasta la ropa que se pone y qué espectáculos frecuenta. Simbolizan en carne la continuidad de la nación y su origen divino más o menos relativizado y todo lo que hagan tiene una carga simbólica, hasta sonarse los mocos. Para que lleve la corona inmortal, alguien tuvo que extraer Excalibur de la roca a pulso y salir del paso de haberse acostado con su hermana diciendo que fue cosa de la burundanga de Merlín el mago, como para que ahora usted se suene los mocos acochinado en tablas, póngase erguido y llévese el pañuelo a la nariz con dignidad expulsando los mocos despacio, uno a uno, aunque le pique horrores, si quiere ser rey, si no, abdique y hágase empresario de la noche.
Hay que estar muy loco para desear semejante existencia por muchos palacios que se pongan a disposición, pero los miembros de estas familias tampoco han tenido, como sus súbditos, mucha capacidad de elección y están ahí sin saber ni cómo ni por qué, pero no pueden escapar ni equivocarse. Es en ese punto donde en la serie entra un personaje inolvidable. Se trata de Sir Alan "Tommy" Lascelles, que señorea en las dos primeras temporadas su experiencia y saber estar para que la reina no meta la pata, se hunda la institución y salgamos todos a correr desnudos por el bosque gritando desorientados ¡La tierra sin rey, el rey sin espada! como le pasó a Lanzarote.
Lascelles murió en 1981, diez días después de la boda de Carlos y Diana. ¿Tendría algo que ver? Su padre era militar, un comandante, y descendiente de un conde. Fue a la Gran Guerra, de la que salió como capitán, y luego estuvo en Bombay. En 1920 fue secretario de Eduardo, príncipe de Gales pero ya tuvo diferencias con él y dimitió. Luego lo fue de Jorge V en 1935 y, a su muerte, le tocó otra vez Eduardo VIII, con el que vivió el famoso affaire en el que tanto se insiste en las dos primeras temporadas de la serie, cuando este hombre dejó la corona por amor a una mujer poco adecuada para los intereses a largo plazo, la eternidad nada menos, de la corona. Pasó a ser entonces secretario de Jorge VI y, después, de su hija, la actual reina Isabel II.
El momento clave en la vida de este hombre fue cuando le decepcionó Eduardo VIII, por el que profesaba sincera admiración. Según The Telegraph, cuando partió peras con él, dijo "he desperdiciado los mejores años de mi vida". Pero ahí su oposición fue crucial. Si no hubiera sido por Lascelles, Eduardo habría podido volver al Reino Unido, pero este hombre se emperró en que no y se salió con la suya. Le decepcionó que el hombre más rico del mundo lo tirara todo por la borda, aunque tal vez no se preguntó que quizá por ser el más rico del mundo quiso hacer lo que le apetecía, como le gusta siempre a los ricos, sin limitaciones.
Luego, de vuelta al ruedo, fue todo lo contrario a un adulador. Se dedicó constantemente a meter en vereda al jefe del estado. Un ejemplo que también citaba este periódico, para el desembarco de Normandía, Churchill y el rey querían haber presenciado el Día D en directo desde un crucero y él tuvo que mantener en tierra a los dos pichabrava. Según el escritor Hugo Vickers, fue un "juez feroz" de los monarcas a los que sirvió y sus allegados. Del famoso Lord Mountbatten, por ejemplo, opinaba que era "un bestia sin educación".
Hay una recopilación de sus cartas y diarios, King’s Counsellor: Abdication and War, The Diaries of Sir Alan Lascelles. El escritor Philip Ziegler dijo que en sus últimos años de vida solo le visitaban sus hijos y nietos y muy pocos amigos. Es lo que tiene que tu profesión se base en no ser amigo de nadie. Aquí se aprecia el gran relieve de su figura y por qué, aunque no aparezca así detallado, en The Crown es el personaje más brillante. Este hombre lo sabía todo. Supo cómo se iba a desarrollar el desembarco de los aliados en Europa, maniobras de distracción incluidas. También se enteró de que se iba a tirar la bomba atómica en Japón seis meses antes de que se hiciera, sobre lo que opinó que era bueno que la humanidad conociera lo que se podía hacer con ese cacharro para que nadie volviese a tentar a la suerte como habían hecho las fuerzas del Eje.
Le molestaba que los diplomáticos que trataron con Gandhi se quitaran los zapatos para entrar en su casa, pero al mismo tiempo, cuando los laboristas llegaron al poder en la posguerra, le dijo al rey que era lo mejor que le podía pasar a Inglaterra. Si algo destaca en el perfil que le han hecho en la serie es su pragmatismo. Está continuamente razonando y pensando, las decisiones que le ayuda a tomar a la reina tienen que ser siempre acertadas, ahí no valen orgullos ni chulerías, aunque vemos que por puro conservadurismo mete sus gambas. Lo mejor, las alusiones a su bigote. Los bigotones que intimidaban al rey consorte. Un hecho, porque ni le intimidaban sus jefes ni la institución. En 1942, escribió: "No me engaño a mí mismo pensando que la monarquía británica será inmortal". Veremos qué pasa cuando no esté Isabel, pero sus descendientes tampoco deberían engañarse a sí mismos.