Hoy es 16 de diciembre

Tú dale a un mono un teclado / OPINIÓN

Tu voto lo elige tu ADN, no tú

31/10/2019 - 

Diversos estudios científicos han descubierto que gran parte de nuestra ideología se encuentra en nuestro ADN. Estamos muy orgullosos de nuestras convicciones pero la realidad es que apenas las hemos elegido. Somos progresistas o conservadores debido a nuestros neurotransmisores. ¿Debemos sentirnos orgullosos entonces? ¿Acaso podríamos ser otra cosa que lo que somos? ¿Nos convierte el azar del ADN en mejores que nuestro rival político?

Simplificando mucho el tema, y dándole la importancia relativa que se merece a estos estudios ꟷobviamente hay otros factores ambientales que influyen en nuestra ideologíaꟷ, intentaré explicar cómo una pequeña diferencia química en nuestro cerebro enfrenta con rabia, desde hace siglos, a Las Dos Españas: progresistas y conservadores.

Merchandising del Ché vs. crucifijos.

Aloe Vera vs. toro embolao.

ACAP vs. concertinas.

Pues resulta que numerosos estudios han visto una relación entre la dopamina y el pensamiento progresista. La dopamina proporciona placer ante los nuevos estímulos. La dopamina te incita a explorar, a buscar sensaciones diferentes, al cambio constante para ser feliz. Por otro lado están la serotonina y el glutamato que reaccionan ante lo nuevo con miedo. Cualquier cosa que se salga de lo normal es una posible amenaza: la base del comportamiento conservador.

Pensemos en nuestros antepasados siglos atrás. Los conservadores, miedosos por serotonina, pudieron sobrevivir amparados en el grupo y en la experiencia. Se vieron libres de enfermedades al negarse a probar alimentos dudosos, a tener sexo con miembros de otras tribus e incluso a acoger a extranjeros, que quién sabe qué gérmenes podían tener y que ideas raras que podían desestabilizar el funcionamiento del grupo. Poco a poco este pensamiento cauto se tradujo en religiones y leyes que regularon el sexo (castidad y matrimonio), la alimentación (no comer cerdo o vaca o marisco), la lealtad al grupo (nacionalismo y xenofobia) y la tradición como forma de mantener el orden frente al caos que viene del exterior.

Los progresistas, guiados por la dopamina, se dedicaron a abrir caminos, literales y metafóricos. Muchos perecieron en esta búsqueda de nuevas experiencias, pero su apertura más allá del grupo fue el principal motor de cambio de la historia. Se mezclaron con otras tribus, probaron nuevos manjares y descubrieron nuevas culturas, convirtiéndose en más empáticos con los extraños y autodenominándose por convicción ciudadanos del mundo.

No es difícil ver, a partir de estas diferencias, el origen del pensamiento conservador que defiende al grupo, el orden y las fronteras reales e imaginarias como medida de protección; y el progresista, en contra de todo tipo de limitación de su libertad para explorar, venga de religiones, tradiciones o normas. Así, poco a poco, como dice el pensador Jonathan Haidt, se fue creando una narrativa épica de la liberación entre los progresistas (el ser humano será al fin libre de reglas e imposiciones que lo limiten para poder pillar intoxicación alimentaria, ébola, SIDA, apadrinar niños del tercer mundo, fumar porros y peterpanear hasta la muerte) y una narrativa épica de la resistencia entre los conservadores (el grupo resistirá ante los enemigos que quieren romper el orden manteniéndose fiel a las banderitas en el balcón, las vírgenes de turno, la cabra de la legión, al AUDI para ganarse el respeto de la tribu y el enchufismo).

En breve votaremos otra vez, superconvencidos de nuestro voto, cuando en parte quien elige papeleta es la dopamina buscando marcha y la serotonina mirando de reojo a inmigrantes y progres sembradores de caos. No es tan simple, claro que no, pero a lo mejor estos descubrimientos de la ciencia nos sirven un poco para relativizar, para no mirar al otro como enemigo ideológico, sino como un ser humano que simplemente observa el mundo desde otro lugar: señores progresistas, entiendan un poco el miedo al cambio conservador, que tiene su parte de razón queriendo preservar los vínculos del grupo, que a fin de cuentas sin el grupo no somos nadie. Y señores conservadores, entiendan un poco las ganas de explorar nuevos caminos de los progresistas, pues sin ellos no avanzaríamos hacia el futuro y acabaríamos apolillados oliendo a muerto. En una sociedad que se precie, ambos somos necesarios para caminar hacia adelante pero sin pasarnos de frenada. Seamos abiertos de mente: la otra España es lo mejor que nos puede pasar. Si solo una de las Españas siguiera sus neurotransmisores, este país daría verdadero asquito por exceso o por defecto (y a dictaduras de uno u otro signo me remito).

Noticias relacionadas

next