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Un Hollywood proletario, el cine anarquista español

Tras el golpe de estado de 1936, la industria fue colectivizada en Cataluña. Uno de los primeros sectores en ser tomado por los trabajadores, fue el del cine. Se produjeron documentales y películas de propaganda, pero también, a fin de pagar unos salarios que se repartían de forma equitativa entre todos, se rodó cine convencional. Melodramas y folletines, aunque de carácter anarquista. Hay críticos que consideran estas películas precursores del neorrealismo. En su momento, la CNT discutió mucho sus guiones no del todo "políticamente correctos"

5/09/2020 - 

VALÈNCIA. Las recientes intervenciones tuiteras de un sobreexcitado David Simon ponen de manifiesto que la Guerra Civil española sigue emocionando a los extranjeros, particularmente a los anglosajones. Como son personajes muy relevantes los que se apasionan con la guerra, sus trabajos luego tienen un gran alcance. Así ocurrió en los 90, por ejemplo, con Tierra y libertad de Ken Loach, que asumiendo el relato de Orwell sin contrastarlo con la historiografía española sobre la guerra, bastante avanzada ya en esa década, hizo una película que dejaba a la República a los pies de los caballos; una República que dio un viraje estalinista; una República que, como se han quejado muchas veces los franquistas y los neofranquistas, sería culpable por defenderse. Un mensaje que caló. Recurrentemente, Teresa Rodríguez, diputada por Podemos en el Parlamento de Andalucía, ha citado esta película como referencia.

Ese gran encanto que desprende la Guerra Civil para los extranjeros y nuestros coetáneos con opiniones más ligeras se debe fundamentalmente a la Revolución Social que impulsó la CNT en Aragón y Cataluña. Un suceso de calado. Si bien países como Francia y Gran Bretaña no iban a cambiar su línea estratégica por este fenómeno -a España se le hizo un Checoslovaquia por motivos más prosaicos que lo que acontecía aquí dentro- esta revolución anarquista causó un grave deterioro internacional de la imagen del gobierno legítimo, fue un inmenso quebradero de cabeza para las autoridades republicanas, mermó los esfuerzos de guerra en el frente al no proporcionar los recursos necesarios desde la retaguardia e hizo que importantes sectores de la ciudadanía acabasen apoyando a los sublevados. 

Hasta ahí, los hechos históricos. Del sistema educativo deberíamos salir conociéndolos, pero el hecho histórico no le interesa a absolutamente nadie en España. Sin embargo, nada de esto impide que no podamos nosotros también fliparnos como adolescentes con aquella revolución social. Particularmente, con su producción cultural. No es ningún secreto que el anarquismo español era posiblemente el movimiento ácrata más poderoso del mundo, que tuvo una gran influencia en las izquierdas proletarias de otros países -muchos llegaron a discutir si eran necesarios los partidos y no bastaba con sindicatos como en la España previa a la República, en la que la CNT de 1920 ya casi tenía un millón de afiliados- De esta manera, la revolución que pusieron en marcha fue, por sus características, un suceso único en la historia. 

Todas las miradas se han ido siempre al Consejo de Aragón y sus clichés, pero en Barcelona hubo un fenómeno mucho más interesante: el cine. Un cine anarquista que no se limitó a documentales o películas de propaganda, también hubo historias de ficción que pretendían llenar las salas y obtener dividendos. El profesor valenciano Santiago Juan-Navarro, de la estadounidense Florida International University,  ha estudiado aquel breve y accidentado, pero único, periodo cinematográfico. Según explica en sus investigaciones, entre julio de 1936 y mayo de 1937 se colectivizó la mayor parte de la industria del cine en Cataluña, desde la producción hasta la exhibición. 

Antes de la guerra, la militancia de la CNT ya dominaba todo este sector, por lo que la industria colectivizada no tardó en funcionar a plena actividad y se llegaron a rodar casi cien películas. Como una de las prioridades de los anarquistas era el nivel de vida de los trabajadores, se mantuvo la producción comercial. Para Juan-Navarro, "lo que a medio plazo habría de crear serios problemas de coherencia ideológica y de subsistencia en un contexto bélico". 

Los trabajadores colectivizaron todas las salas de cine de la ciudad, que pasaron a pertenecer al Comité Económico de Cines del SUEP (Sindicato Único de Espectáculos Públicos). La Generalitat ratificó la medida. La industria se dividió en cuatro secciones: suministros, programación, taquilla y propaganda. Los ingresos iban a una caja común que se distribuían equitativamente entre todos los trabajadores, que a su vez controlaban la producción de las películas. "El sector del espectáculo fue uno de los primeros en los que la CNT materializó su ansiada revolución social", explica el académico, "la mayor fuente de fondos que permitían el mantenimiento de producción procedía del ingreso en taquilla, más de un millón de pesetas en 1937". 

Curiosamente, muchas de las imágenes que se tomaron aquellos días de lo que ocurría en la ciudad, como las reunidas en Reportaje del Movimiento revolucionario en Barcelona, de Mateo Santos, luego sirvieron para lo contrario. Aparecieron en películas de propaganda anticomunista durante muchísimos años. Un caso paradigmático es el de las imágenes del convento de Las Salesas, donde se exhibieron los cadáveres momificados de religiosos en sus féretros abiertos. Se emplearon para denunciar la persecución religiosa hasta la saciedad, pasada la guerra civil y la II Guerra Mundial seguían saliendo en películas del franquismo. 

Con la marca de SIE Films, de Sindicato de la Industria del Espectáculo), con una cabecera siempre de unos trabajadores golpeando un yunque. Al mando del Comité de Producción Cinematográfica se encontraba Juan Bernet, que había sido empleado de distribución de Warner Bros. Gran parte del catálogo que se realizó está hoy disponible en YouTube en la cuenta Cine Anarquista español, una mirada al infinito. Los documentales destacan, por ejemplo, La última contra el alcoholismo, o ¿Y tú qué haces? sobre los jóvenes que no se incorporaban a filas (en Cataluña fue donde más reclutamientos se realizaron, casi un tercio del Ejército Popular Republicano era catalán, por eso hubo un gran problema de desertores, a veces encubiertos y protegidos por los propios alcaldes locales, según se quejaba Vicente Rojo en sus memorias).

No obstante, lo verdaderamente singular estuvo en el cine convencional. Los largometrajes de ficción. Cuenta Juan-Navarro que fueron capaces de competir con el cine comercial de otros países. "Además, fue un caso único en la historia del cine español por la forma en que fueron concebidas sus producciones. Su apuesta por el realismo permitió que aparecieran temas como el desempleo, las desigualdades de clase, la explotación social, el alcoholismo, la prostitución y, en general, todo cuanto rodeaba al mundo obrero en aquellos momentos".

Un ejemplo fue Aurora de esperanza, que está íntegra en la citada cuenta. Hay escenas muy poderosas para la mentalidad actual, como cuando un hombre se queja de que se exhiban a las mujeres en un escaparate vestidas con lencería, entra en la tienda, arremete contra un maniquí y le dice a las propietarias: "¿Para vender esto tenéis que comprar la decencia de una mujer? Bien explotáis la miseria, mercachifles asquerosos!" Perfectamente extrapolable a la actualidad noventa años después. Ese hombre es Juan, un obrero al que le han cerrado la fábrica en la crisis de los años 30 y su mujer se ve obligada a aceptar un empleo humillante en el que tiene que enseñar carne. 

Los críticos de la época no recibieron muy bien la película, de hecho, tuvo problemas para que la CNT se decidiera a aprobar su guión, pero con posterioridad hay expertos que la han clasificado de precursora del neorrealismo. De hecho, Cuatro pasos por las nubes, extraordinaria comedia que posiblemente fue la primera neorrealista italiana, era de 1942, aunque en su caso filmada por uno de los grandes exponentes del cien fascista, Alessandro Blasetti. 


Otro ejemplo sería Barrios bajos, íntegra aquí que fue rodada después que Aurora de Esperanza, pero se estrenó antes, aunque tampoco convenciera su guión a la CNT. Fue un gran éxito en las provincias donde se estrenó, Madrid, Barcelona y Valencia. Era otro melodrama con ingredientes del posterior cine neorrealista. El personaje más positivo es un estibador portuario apodado El Valencia, en contraposición a Floreal, un proxeneta con una frase brillante, cuando le replican que la mayoría de la gente es más lista que él, responde con un lapidario: "pero yo soy más bruto que la mayoría". 

Su triunfo se debió a que el público pudo evadirse con ella de las penalidades de la guerra, ya que era otro melodrama con marcado acento popular. Según cuenta Pau Martínez en La cinematografía anarquista en Barcelona durante la Guerra Civil (1936-1938) su director, Pedro Puche, recibió presiones de la CNT porque su argumento no tenía la suficiente corrección política, anarquista en este caso, correspondiente. Esto, hoy, tampoco ha cambiado. 

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