El universo expandido de Blade Runner en cómic está protagonizado por una mujer que saca dinero en el mercado negro traficando con los órganos de los replicantes que captura. La detective está en bancarrota por las deudas contraídas con una aseguradora tras una operación quirúrgica. La obra se sitúa en el mismo momento en el que transcurría la película de Ridley Scott, Rutger Hauer y Harrison Ford, noviembre de 2019. La sanidad privada y los millonarios filantrópicos que marcan la nueva trama no son distópicos, son ya muy actuales
Tanto Alien como Blade Runner, las dos películas de Ridley Scotten 1980 y 1982, dejaron una huella profunda sobre todo en cuanto a estética. Eso ha dado lugar, en el caso del xenomorfo, a una dilatada explotación en viñetas con muy pocas ideas deslumbrantes. Por norma general, los cómics repiten las escenas más impactantes de la película de una manera u otra en todas y cada una de las historias, que no son pocas, que se han ido publicando. Ahora, Titan Comics ha hecho lo propio con la otra gran película, Blade Runner.
La serie, Blade Runner 2019, está escrita por Michael Green, guionista de la secuela estrenada en 2017 con Ryan Gosling, con apoyo de Mike Johnson, especializado en Star Trek (Juntos escribieron Supergirl), y dibujado por Andres Guinaldo, con amplia trayectoria en Marvel. Las novedades que aporta es que la detective que se enfrenta a los replicantes es una mujer, Aahna Ashina, Ash, pero el primer número no deja de ser una sucesión de escenas clavadas a la primera película, lo que pone el trabajo en la senda de la explotación de Alien, que no puede ser más aburrida por repetir los lugares comunes de su propio universo constantemente. En las portadas alternativas, hay hasta un homenaje a Syd Mead, el excelente dibujante responsable de buena parte de la belleza de la película.
Tenemos, por tanto, lo que ya conocemos. Esa Los Angeles multicultural con letreros de neón en todos los alfabetos, chino, árabe, cirílico, latino... y calles angostas y oscuras con rincones para sentarse a repostar comida rápida. El interior del vehículo también es igual al de Rick Deckard. El pretexto para tanto calco es que esta historia transcurre en el mismo instante que la película de 1982, noviembre de 2019, fecha que alcanzaremos este año.
Como novedades es destacable que la protagonista sea una mujer y que, para sacarse un dinero, trafique con órganos de los replicantes a los que captura. Está obligada a hacerlo porque en el distópico sistema sanitario estadounidense, que es exactamente igual al actual, por una operación quirúrgica sus finanzas se van a la bancarrota. Ash tiene un aparatoso injerto de biotecnología en la columna vertebral que no deja que vea nadie. Sus compañeros de la comisaría se preguntan por qué nunca se quita la gabardina cuando está allí, cosa que también evita.
Al mismo tiempo, la trama que se desarrolla en esta primera entrega no está directamente relacionada con los androides, sino con la típica desaparición de la mujer y la hija de un millonario. El CEO de una supercorporación que también, en este escenario distópico, es muy importante por sus donaciones, esto es, ocurre exactamente igual que ahora con los millonarios filantrópicos. Se trata de alguien muy importante, o sea, muy rico, y se impone como prioridad para sus jefes que se resuelva su caso con el mejor detective, que en este caso es ella, la protagonista.
La primera escena es muy impactante. Ash le ofrece a un replicante la posibilidad de mutilarse a sí mismo con un cuchillo o ser llevado, en caso contrario, a un experto que lo diseccione por partes. La crueldad de la protagonista, sumada a que es discapacitada y sufre dolores crónicos insoportables, le da una ambigüedad al personaje prometedora para un tebeo de estas características.
La atmósfera también es interesante. A la de tristeza que se trataba de imprimir a esas calles oscuras en las que no para de llover, con urbanitas alienados, se le da una vuelta de tuerca con la situación que se plantea. Ya no quedan casi replicantes y el negocio de perseguirlos ha bajado mucho, lo que amarga a la protagonista que necesita el dinero acuciantemente.
Con esta saga, Alcon Entertainment, la propietaria de los derechos de Blade Runner, quiere mantener viva la saga. La manera escogida de hacerlo ha sido incorporando problemas muy actuales. Por un lado, que la protagonista se haya arruinado para recibir atención médica y esté endeudada, que es lo que le ocurre diariamente a miles de estadounidenses -¿nunca se han preguntado por qué la fobia al alcohol y el tabaco y la obsesión por la comida sana llegaron de ese país?- y por otro, está muy presente la lucha de clases con unos megamillonarios en la cúspide de la pirámide social y un estado a su servicio. El debate de la desigualdad al fin y al cabo.
Lo curioso es comparar este cómic con la adaptación oficial de la película que hicieron en 1982 Archie Goodwin y Al Williamson. Su universo se parecía menos al celuloide que esta saga de Titan Comics y eso que se suponía que tenía que copiar el modelo original. Pero todo, incluso los edificios tan característicos, tenían un diseño diferente. Williamson logró imprimirles su propia personalidad.
Mención aparte merece la ilustración del relato de Philip K. Dick publicada por Norma en España con guión Jonathan Lethem y dibujo de Tony Parker, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? que tuvo un tercer tomo escrito por Chris Robinson y dibujo de Robert Adler como precuela autorizada en 2012 titulada Polvo al polvo que carecía del espíritu filosófico de la obra de ciencia ficción original. El universo expandido que acaba de publicarse tampoco parece que vaya a tener una profundidad acongojante, pero al abordar en su distopía situaciones y problemas de la sociedad actual, que ya empieza a ser lo que se conocía por distópica hace cuarenta años, puede invitar más a la reflexión aunque su objetivo evidente sea el entretenimiento.