VALÈNCIA. Entre los políticos, se usa frecuentemente un adjetivo para referirse a compañeros de partido que no destacan por su brillantez oratoria y telegénica o porque, simplemente, se dedican a tareas más internas y oscuras de fontanería jurídica, gubernamental u orgánica.
"Es muy trabajador", suelen decir cuando quieren echar un capote al compañero de partido o de gobierno que se encuentra en un momento delicado de su gestión o atraviesa apuros ante la presión de los medios de comunicación en determinado asunto.
Esta semana, el portavoz del grupo socialista en Les Corts y vicesecretario general del PSPV, Manolo Mata, escribía esto en su Twitter: "Es muy difícil imaginar hacerlo mejor que Ana Barceló en esta crisis".
En este caso, una versión ampliada del "muy trabajadora" que muchos de sus compañeros han dedicado a la consellera de Sanidad para defenderla en privado cuando se han producido críticas ante su gestión de la crisis del coronavirus. Curiosamente, son dirigentes que nunca se han referido a Mata, por ejemplo, con esas palabras. Y no porque Mata no sea "muy trabajador", sino porque siempre le han señalado por otras cualidades como su capacidad dialéctica o su habilidad para desenvolverse ante los medios de comunicación.
Más allá de que, en general, pocos se consideran a sí mismos "poco trabajadores", el énfasis en esta cualidad da que pensar si es que hay muchos políticos que no trabajan demasiado y por ello merece la pena resaltarlo, o si es que, de forma sutil, tratan de definirse otros valores del político en cuestión, ya sea la lealtad a un dirigente más poderoso, la pertenencia a una familia del partido -'uno de los nuestros'-, el cariño personal o, simplemente, una defensa al trabajo de un compañero a sabiendas de que es complicado sacar brillo a otras de sus virtudes.
El problema es que ser "muy trabajadora" puede bastar para conducir una conselleria en tiempos de bonanza pero, en esta situación, surgen dudas de si es suficiente para gestionar una pandemia como la actual. Así, frente al coronavirus, se espera a políticos que dispongan de equipos fuertes y cohesionados; que, además, posean la intuición suficiente para saber qué decisiones deben adoptarse en cada momento y cuándo imponer un criterio propio o dejarse asesorar por expertos y colaboradores, y que tengan capacidad para enfrentarse a los medios con solvencia y empatía. El equilibrio en todas esas facetas -o al menos en algunas de ellas- es lo que puede permitir a un político salir airoso, lo cual no es fácil, de una crisis de estas características.
Si bien en líneas generales puede decirse que el Gobierno valenciano este gestionando de forma aceptable la situación, sobre todo si se compara con la de Pedro Sánchez, surgen dudas sobre qué parte del mérito corresponde a la consellera de Sanidad, Ana Barceló.
El resultado de su examen casi diario ante los medios de comunicación, pese a que existe una mejoría, está muy lejos de ser brillante. La carencia de muchos de los datos solicitados o la falta de solvencia dialéctica para salir indemne de cualquier pregunta que se plantee están siendo dos de los obstáculos que más viene acusando en las ruedas de prensa. A ello hay que sumar sus traspiés con el personal sanitario, los anuncios de medidas urgentes que tardan demasiado en cumplirse y los bandazos en determinadas cuestiones -el conteo de positivos o la realización de test- que han puesto en duda demasiado a menudo el valor de las "fuentes oficiales".
Pero también surgen dudas acerca de la propia gestión. El problema de la Conselleria de Sanidad no se circunscribe solo al ámbito del mestizaje -la mezcla de altos cargos del PSPV y de Compromís en la propia área-, sino que va más allá. No hay una comunicación fluida, así lo admiten distintas fuentes del departamento, entre Barceló y una parte importante de los altos cargos y funcionarios del organigrama, lo que provoca descoordinación e incluso que cada uno, llegado el momento, tome decisiones por su cuenta para sacar determinados asuntos de obligada resolución para afrontar la pandemia.
A esto hay que sumar el poco margen de maniobra para atribuirse éxitos que tiene la consellera. La llegada de aviones con material de China ha sido absorbida al 100% por el presidente de la Generalitat, Ximo Puig, aunque el contacto inicial tampoco procedía de Sanidad, sino de la secretaria autonómica de Economía, Rebeca Torró. En medio de este proceso, se arrebató a la conselleria el control de las compras para nombrar comisionada a la secretaria autonómica de Modelo Económico, Mako Mira, procedente de la cartera de Hacienda. De hecho, parte de esta comisión, algunos con cargos en Presidencia como Zulima Pérez, o incluso de Agricultura, como Francisco Rodríguez Mulero, se reúne en la Conselleria de Sanidad.
Demasiados vacíos en la gestión de un área que se encuentra en el punto de mira. No es extraño que Barceló sufriera fuertes críticas en su comparecencia en Les Corts este jueves mientras otros dirigentes acostumbrados a estar en el ojo del huracán como el conseller de Educación, Vicent Marzà, salieron incluso reforzados por el buen tono de la oposición.
Por si faltara algo en el escenario, el problema posiblemente más doloroso y llamativo de toda esta crisis se centra en las residencias de ancianos. Una responsabilidad compartida, en este caso, entre Barceló y la vicepresidenta del Consell y titular de Políticas Inclusivas, Mónica Oltra, con quien la relación desde que estallara el coronavirus ha ido deteriorándose, con lo que la recta final de la crisis en este ámbito puede originar un mayor enrarecimiento de las ya de por sí difíciles relaciones entre PSPV y Compromís.
El sindicato rechaza participar ahora en movilizaciones sindicales ya que cree que "no es el momento"