VALÈNCIA. Siempre le he tenido gran respeto a la estupidez. A la propia, especialmente. Me parece una gran fuente de sabiduría. Sobre todo porque tiende a infinito. Ha habido varios libros europeos que han analizado el fenómeno desde ángulos filosóficos, históricos y sociales, pero desde Estados Unidos llega ahora un documental que analiza otro fenómeno más contemporáneo y más allá de la estupidez: ser gilipollas.
Lo pillé en un documental que estrenó el canal Odisea el miércoles pasado. Gilipollas: la teoría, de John Walker, basado en el libro del profesor de Filosofía Aaron James, que es entrevistado en la película. La primera parte era realmente interesante. Se hablaba de un gilipollas basado en el concepto de superioridad y prepotencia. El orgullo ridículo que cubre otras carencias.
Estaba bien explicado porque se decía que una persona, a los doce años, puede dar muestras ya de ser un gilipollas en potencia, pero no serlo. Luego la adolescencia se daba por perdida, todo el que entra en ella es gilipollas y lo ideal sería no salirlo también, pero eso ya depende de otros factores.
Por ejemplo, explicaban, ser gilipollas está premiado socialmente. Es algo que llama la atención, a todo el mundo le causa interés saber por qué alguien es gilipollas cuando tantas personas lo señalan. Esa atención en estos tiempos es algo que hasta puede monetizarse.
Luego iban a algo más prosaico, la noche y los chavales. Aparecían chicos convencidos de que era importante ser gilipollas para conseguir chicas. Había que hacer lo más gilipollas que hay, que es confiar en tus posibilidades ciegamente, porque ellos entendían que es lo que atraía a las mujeres. Por ese motivo, a veces contra su voluntad, los entrevistados reconocían a cámara que necesitaban ser gilipollas. Dios no lo pone fácil, es una cuestión de supervivencia y procreación.
Entre las grandes premisas que se arrojaron se dijo que "el auténtico gilipollas no se da cuenta de que lo es". Esto es importante y por eso resulta capital darse cuenta de en qué te estás convirtiendo cuando eres adolescente, porque "el que admite que ha sido gilipollas no lo es, como mucho es un capullo".
"Si te arrepientes es una señal de que no lo tienes arraigado", puntualizaba uno de los entrevistados. Sin embargo, en un vídeo de documentación aparecían jugadores de hockey comportándose como salvajes. A la salida de los vestuarios le preguntan a uno que por qué ha agredido a un rival y contesta que el hockey es así, que no se arrepiente de nada, que cuando sale del estadio para casa se le olvida, que todo debe quedarse en el hielo, etc... Un hooligan. La teoría que se expresa en este punto es palmaria ¿por qué los deportistas con esa conducta gozan de predicamento? Respuesta: Porque nos atraen los gilipollas.
Explican que el gilipollas hace todo lo que no nos atrevemos a hacer, esas barrabasadas que nos sentimos cohibidos a cometer, pero que en el fondo nos encantaría llevar a cabo. Hubo un ejemplo en el mundo de las series que es digno de estudio, el de Tony Soprano. El personaje de James Gandolfini, un mafioso implacable, empezó a generar simpatías. Los autores de la serie pasaron entonces a apretarle las tuercas, a hacerle cometer actos cada vez más crueles y amorales, pero no pudieron evitar que fuese carismático y se llegó a producir casi una persecución del ratón y el gato con los guionistas, que fracasaron en este empeño. Al final, era más la gente que en el fondo o en sus ensoñaciones quería ser como Tony, un sujeto prepotente que puede recurrir a la violencia y la intimidación para conseguir todo lo que le dé la gana, hasta lo más banal. Aunque su caso, más que de gilipollas, es el de un cabrón. Por eso era aún más preocupante que fascinase a tanta gente.
La segunda mitad del documental era más política y estaba marcada por la doctrina de los campus de elite estadounidenses. Un fenómeno que el documental toma por virtud, sin caer en la cuenta de que se basa en partir de una buena causa para establecer moralismos y prejuicios genuinamente gilipollas. Pero claro, detrás del documental está en New York Times, que es un medio completamente marcado por conductas irreflexivas y apriorísticas de este tipo que también deberían haber tenido un apartado destacado porque no cabe duda de que son propias de gilipollas de pata negra. Hay que admitir que tiene que ser difícil hacer un documental sobre la gilipollez sin contaminarse o haberse interesado en el tema por una patología gilipollesca previa.
No obstante, en esta sección era interesante la visión de la activista LGTB, Vladimir Luxuria, que señaló que cuando en el colegio la avergonzaban por ser un niño gay, con burlas y ridiculizaciones públicas, ahora todos esos comportamientos serían propios de gilipollas. Antes era normal y ahora no. De modo que el concepto es mutable. Evoluciona, lógicamente.
Cuando entró en política, Luxuria también se vio insultada por Silvio Berlusconi, al que el documental señala muy magnánimamente como el primer político gilipollas, en el sentido de los populismos que nos rodean. Si bien el político actual que no sea populista o recurra al populismo que tire la primera piedra, sí que es cierto que fue notable cómo Berlusconi introdujo el tono jactancioso y procaz en sus declaraciones, lo que le permitía contestar a cualquier pregunta tomando por el pito del sereno al periodista y echándose unas risas. Una actuación patética que, sin embargo, tuvo seguidores suficientes para imponerse electoral y mediáticamente. No faltan quienes creen que fue el modelo de Putin. Un líder que aquí se vende cómo espía frío y calculador, pero cuyas declaraciones en ruso para los rusos van en la línea de un Berlusconi pasado de vueltas.
En Gilipollas: la teoría también se machaca a la empresa, donde no es ninguna novedad que el poder y sobre todo los mandos medios estén estrechamente ligados a ser gilipollas. Tras un repaso a Sillicon Valley, sector y entorno sobre el que los autores vierten todo su desprecio, vuelve a haber aspectos interesantes cuando se habla de las redes sociales. Tras toda la teoría expresada, encaja como un guante un detalle. Las redes permiten ser gilipollas a todos aquellos que no pueden, por decoro o por otros motivos, serlo en la vida real.
En las redes sociales se tiende a expresar la opinión sin tener en cuenta la de los demás. Sintiéndonos "tremendamente superiores". Salen a flote los peores aspectos de nuestra naturaleza, decía el documental, la intolerancia, nuestros prejuicios y las quejas constantes. Explicaba un entrevistado que el entorno apropiado para algo así ya existía de antes, se llama bar, pero ahora se ha extendido como un espacio que comparte toda la población, y sobre todo las elites, con alcance universal. Solo queda una pregunta ¿pasará esta terrible borrachera de bar de mala muerte o esto es el futuro?