VALÈNCIA. Coreografía, vestuario, escenario, trama, tensión, presentación, nudo y desenlace... Podría ser una enumeración de algunos de los elementos más comunes de una obra de teatro o de un espectáculo de danza, o de un film. Pero también lo puede ser de una partida de pilota valenciana. "¿Una partida de pilota puede ser una obra de arte?", es decir, ¿qué puntos comunes y qué diferencias hay entre un dispositivo artístico y el juego deportivo? Esta pregunta resulta más llamativa cuando se plantea que cuando se resuelve; o algo así consiguieron el fotógrafo valenciano Jorge Alamar y el vasco Jon Cazenave, en un encuentro virtual organizado por Pilota 3.0 y moderado por Agustín Larre.
La conversación, que tuvo lugar el pasado jueves por la tarde, buscaba una aproximación entre la expresión artística y el deporte tradicional vasco y valenciano. Aquí en la Comunitat ya ha habido varias experiencias como puntos comunes. En enero del 2017, se celebró en la catedral de la pilota, el Trinquet de Pelayo, el Trinquet Fashion, una muestra de moda seguida por una performance que llenó la pista del recinto deportivo cerrado más antiguo de Europa de disrupción. En el mismo escenario en 2017, se inauguró el espacio gastronómico dirigido por Pablo Margós, que adaptaba el concepto del bar habitual por el que se accede a la pista a la nueva ola gastronómica de la ciudad de València. Pero tal vez el lugar común que más se acerca a la aproximación de la charla del jueves sea la revista Ferida, que combina información y grandes reportajes sobre pilota con un diseño y una fotografía muy cuidada.
En todo caso, la conversación entre Alamar y Cazenave fue por otros derroteros mucho más esenciales. Por ejemplo, los paralelismos que se pueden establecer entre los rituales de un jugador de pilota y los de un artista. "Pelota y arte ha sido tratado en infinidad de ocasiones, pero evidentemente, el juego proviene de la cultura, y la cultura construye la identidad del ser humano. Y esto se ve perfectamente representado en la pelota valenciana y en la vasca. La pelota cuenta con unos elementos significantes muy simples, que son la mano, la pelota (que es una esfera), y el espacio (que es un triedro vacío). Con esa conjunción de elementos tan simples, solo puede surgir algo mágico", empezaba lanzando Cazenave.
Un ejemplo de esto es la dimensión urbanística del frontón vasco o de los torneos de galotxa, que ocupan un lugar central en los pueblos. Iglesia, bar y frontón. Otro ejemplo: la primera vez que uno descubre que entre tiendas de alimentación y comercios enanos, en la calle Pelayo, se ubica un lugar de 58,5 metros de longitud por 11 metros de anchura y 9 metros de altura. Se descubre, no solo un lugar extraño que algunas personas sienten como un templo, sino también unos códigos, un lenguaje, unos procesos muy determinados. Una heterotopía.
"Igual como en el juego, cuando en un proceso creativo tenemos una actitud lúdica es cuando conseguimos resultados inesperados que nos hacen avanzar", comentó Alamar. El arte y la pilota se encuentran en el Homo Ludens, en el juego: "desde las dos partes se busca una especie de trance, un momento 0. Yo he aprendido mucho de la pelota en el estar, en cómo acontece el arte", añadía el vasco.
El juego también como elemento de resolución de conflictos, en el caso de la pelota, entre pueblos, por ejemplo. "Creo que, mediante el juego se canalizan otras cosas más importantes en un clima de pasión. Tiene muchísimo que ver con la disolución del yo en pos de una comunidad, que es la que crea identidad", opina Jon Cazenave. A lo que Jorge Alamar añadió: "¿No ocurre lo mismo con el arte con los conflictos con uno mismo?". Como los pilotaires se enfrentan a una pared, así lo hace un pintor con el lienzo; como los artistas se enfrentan a sus propios pensamientos para crear, así lo hacen los jugadores con sus ánimos que contaminan la partida.