Hace unos años, en verano de 2017, publiqué una columna en Información. Se titulaba “A veces veo golfos”.
La historia era que en una cena me había encontrado con un colega de adolescencia que, en sus días, había tenido alguna cuestión muy menor con la justicia. El caso es que años después, misteriosamente, el “pieza” había puesto tierra de por medio y se había expatriado. La gente pensaba que era por aquel viejo percance, y yo explicaba que sí...pero no.
Porque la razón del destierro no habían sido sus problemillas judiciales, que por aquel entonces empezaban a ser “normales”, sino los “paranormales”. La cosa es que el chaval padecía un fenómeno chocante, estrambótico: “a veces, veía golfos”. Como la película de Night Shyamalan, “El Sexto Sentido”, en la que el niño Cole podía hablar con gente muerta. Pues… a éste le pasaba lo mismo con los jetas. Contaba en la columna que mi conocido me había explicado que, a priori, los demás no los veían pero que, “a diferencia de los muertos, que no saben que lo están, los bribones y las bribonas sí saben que lo son”. El caso es que él los percibía “de una manera extraña”.
Porque la cosa era que cuando este hombre se aproximaba a determinadas personas o se ubicaba en algunos sitios… le entraban micropicores. En partes púdicas…e impúdicas. Primero, muy leves; luego, moderados hasta que, al final, no podía dejar de rascarse. Además, y mientras tanto, se le nublaba la vista, le daba un vahído y le venían a la mente las imágenes de todas las fechorías que los truhanes estaban cometiendo.
El fenómeno se le disparaba al acercarse a ciertos lugares. Por ejemplo, cuando vivía en Madrid, paseaba por determinadas calles y le empezaba la desazón. Se había mudado a Barcelona y tampoco había resistido. Lo intentó afincándose en Sevilla y casi se muere….
El hombre se había tenido que ir de España porque la molestia se le estaba descontrolando. Leía la prensa, escuchaba radio o veía la televisión, le abordaba la comezón... y acababa en urgencias.
En 2017, esperanzado con el cambio en el panorama patrio, como conté, volvió. Había leído que a un político imputado le habían sacado de prisión para ingresarlo en el Gregorio Marañón por un grave proceso alérgico. Pensó que era algo parecido. Pero es que estaba seguro de que la prevalencia del problema era alta, especialmente entre quienes habían estado en un momento dado en “la pomada”. La limpia que se estaba haciendo y la esperanza de diferentes caras en todas las formaciones y de nuevos partidos le animaron a afincarse de nuevo aquí.
El otro día lo encontré: él me preguntó por mi nueva vida y yo por su problema. Me dijo que estaba fenomenal. Hablamos de la sinvergonzonería y yo le dije que la llevaba fatal mientras me contestó que él, por el contrario, desde la última legislatura, la sobrellevaba estupendamente. Había resistido sin una crisis a promesas incumplidas, infumables estados de alarma, chaletazos proletarios, indecentes indultos, vergonzosas leyes educativas, insólitas mociones de censura balas y navajas de Mortadelo y Filemón, comités de expertos fantasmas...e, incluso, llevaba fenomenal las recientes subidas de atraco de la luz.
Le pregunté que cómo lo había conseguido.
Ufff….-me dijo- desde que se sabe que pueden llegar los Fondos Europeos está en circulación un “antídoto para la percepción de golfos”. Es tan potente, que lo van a patentar con la “marca España”. Aseguran que funcionará antes, más y mejor que la esperada vacuna patria anti-COVID.
(Para que luego digan que no somos pioneros en algo).
El ensayo experimental lleva tiempo en marcha con sujetos elegidos que pueden estar dispuestos a todo. (¿Incluso a apoyar presupuestos?). Vamos, una maravilla.
Al resto de la población, al parecer nos están inoculando este antídoto “en diferido”. A través de la opacidad, la propaganda y el marketing. Pero funcionar, funciona. Que me lo ha dicho mi conocido.
Ya sabes, en breve, como les pasa ahora a algunos y a algunas “ya no verás golfos”.
A mí, espero que en este caso, me falle la inmunidad.