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¿Y si Sánchez pacifica Cataluña?

8/02/2020 - 

La visita de Sánchez a Torra admite múltiples lecturas, pero la más sencilla es la siguiente: el presidente del Gobierno cumple con su compromiso con ERC, socio indispensable para sostener su mayoría parlamentaria y aspirar a que la legislatura llegue a agotarse; o, al menos, no termine rápida y abruptamente. A medio plazo, la visita puede leerse en términos preelectorales en Cataluña. El PSC aspira a recuperar buena parte de los votos perdidos en anteriores comicios, tanto a su izquierda (Comuns) como a su derecha (Ciudadanos), así como en el eje identitario (ERC). Para ello, el PSC busca recuperar centralidad en Cataluña, postulándose como "tercera vía" y partido esencial en la reorientación de la crisis catalana. Miquel Iceta ya lo intentó en las últimas elecciones de 2017, sin ningún éxito, pero ahora el "relato" es más creíble; tiene detrás al Gobierno español, que ha pactado con el independentismo. Y en ese pacto, en esa mesa de negociación, inevitablemente, ambas partes cederán en sus actuales posiciones. O eso, o la mesa durará muy poco (como la legislatura).

Por supuesto, el nuevo viraje de Pedro Sánchez es una muestra más de su absoluta carencia de convicciones; o de su acendrado pragmatismo político, si quieren que lo leamos bajo una luz positiva. Pedro Sánchez está haciendo lo contrario de lo que prometió que haría en la campaña electoral de noviembre, que a su vez es lo contrario que prometió que haría en abril, que a su vez... Sus contradicciones y súbitos cambios de criterio son abundantes y a estas alturas casi todo el mundo tiene claro que su ductibilidad, si está en juego el poder, es enorme.

La cuestión es que Sánchez tiene legitimidad para hacer lo que está haciendo, por varias razones, y por más que la oposición y los medios de comunicación se afanen en detallar la desvergüenza con la que adopta decisiones. En primer lugar, el así llamado "constitucionalismo" en ningún momento ha ofrecido una alternativa viable. Por una parte, porque no suman una mayoría. Por otra parte, los dos partidos que componen dicho eje (PP y Ciudadanos) han perdido las elecciones y, sobre todo, uno de ellos, Ciudadanos, perdió la oportunidad en el ínterin de abril a noviembre de alcanzar algún tipo de acuerdo con el PSOE para hacer aquello que Ciudadanos siempre ha dicho que se proponía hacer: impedir que los partidos nacionalistas condicionasen la política española. Ciudadanos optó por repudiar esa posibilidad (y ahí siguen), mientras no hacía lo propio con sus pactos con Vox, y hete aquí el resultado: Ciudadanos es un partido en vías de disolución en el PP, mientras Sánchez ha pactado con los únicos que le ofrecían un pacto (y se lo ofrecían, naturalmente, a cambio de condicionar la política española en el sentido que a ellos les interesa... Es decir, lo que Ciudadanos podría haber hecho y no hizo). 

Por otro lado, Pedro Sánchez llegó al poder en 2018 aupado en la misma mayoría que ahora y con esos mimbres logró ganar unas elecciones y revalidar dicha mayoría. Es decir, que por mucho griterío e indignación que tengamos en las filas de la derecha, al final los votantes del PSOE y sus aliados populistas-independentistas-noconstitucionalistas son más: la Antiespaña suma.

Por último: llevamos, a estas alturas, una década con el follón catalán en marcha, desde que el Tribunal Constitucional rebajó el Estatut de Cataluña, aprobado en el parlamento autonómico y también en el Congreso de los Diputados. Es mucho tiempo, y hemos podido asistir al fracaso de los gestores de ambas partes del conflicto. Por parte del Gobierno central la estrategia de no hacer nada y la confrontación de bajo nivel, ensayadas por Mariano Rajoy, constituyeron un fracaso. Por parte independentista, la estrategia de huida hacia adelante e independencia unilateral, ensayada por Artur Mas, Carles Puigdemont (en el punto álgido de dich estrategia) y Joaquim Torra, también ha fracasado.

Ahora, nuevos actores ensayan nuevas estrategias: la negociación, ya veremos en qué términos y para llegar a qué resultados. Hay quien ve en la negociación un síntoma de debilidad, o de carencia de principios. Pero negociar no significa rendirse. Significa afrontar civilizadamente los problemas, para intentar resolverlos. Lo que se acostumbra a hacer en un país democrático cuando surge un problema, como sin duda lo es que la mitad de la población de una región de un país quiera independizarse. Lo que debería haber sucedido aquí hace mucho tiempo. Aunque fuera para negarse al 99% de lo que pida la otra parte, la negociación habría servido, por ejemplo, para encauzar un sistema de financiación justo (más justo, en todo caso, del que tenemos ahora), o para matizar el absurdo sistema radial de comunicaciones que tenemos en España. Son sólo dos ejemplos de problemas reales, que no sólo afectan a Cataluña, y que llevan décadas congelados en el tiempo.

Por supuesto, no se llega a esta negociación en condiciones ideales. Se establece con el telón de fondo de la amenaza de la otra carta que queda por jugar, la que propone el "constitucionalismo": un choque más virulento que el ensayado por Rajoy (siempre razonable y moderado en sus decisiones, aunque a menudo le llevasen a no decidir nada), con suspensión de la autonomía incluida. Ya hemos asistido a un ensayo de dicha estrategia por parte del ala judicial del "constitucionalismo", y, sinceramente, la cosa no ha ido muy bien. En términos de su éxito o fracaso, ha ido mal, sobre todo, fuera de España (es decir, fuera de los largos brazos de la justicia española, en su actual encarnación). En términos democráticos, ha ido mal, a secas. Porque, aunque la mano dura pueda ser una solución para mitigar un problema específico, el Estado español se deja otras cosas en el camino, en materia de derechos y libertades, que son mucho más importantes que las que aspira a solucionar. Así que ojalá la negociación funcione y el conflicto pueda destensarse (que no desaparecer, pues esto sí que parece inviable, en el actual estado de las cosas) y reconducirse en términos razonables, de acuerdo con lo que pueda aceptar una mayoría de la sociedad española y, obviamente, de la sociedad catalana. 

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