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MAR ABIERTO / OPINIÓN

Zelig

20/07/2021 - 

Leonard Zelig es el protagonista de una película de Woody Allen, que cambia su apariencia en función del medio en que está, para camuflarse, mimetizarse con la audiencia y decirle en cada caso lo que quiere oír, aunque no lo piense cumplir. Adaptación a conveniencia, que aloja una personalidad compleja y difusa, que en el film examina la imaginaria psicoanalista Eudora Fletcher.

Y es que los comportamientos camaleónicos, que dejan escaso espacio a la verdad, pueden deberse a distintas causas: obsesión por la supervivencia; trampa y engaño como recurso para mantenerla; y en no pocos casos, inseguridad, prepotencia, o las dos cosas, porque, en realidad, se retroalimentan.

He recordado a Zelig, unos días en que se acumulan las muestras de                 transformismo político, dedicado a esconder, mutar y disfrazar. Las causas, los medios y los fines. Pedro Sánchez tendría en estas metamorfosis un doctorado más auténtico que el que adorna su currículum. Porque, efectivamente, oculta y es difícil averiguar en qué cubilete ha dejado la certeza. Y la sinceridad.

De lo peor esta última semana, para el Estado de Derecho, han sido las inflamadas reacciones de su gobierno a la Sentencia del Tribunal Constitucional sobre la aplicación Sánchez del ‘estado de alarma’. Olvidando que las cosas se pueden hacer, pero hay que hacerlas bien. Y no lo es pretender eludir el control, parlamentario, y ahora también el judicial.

Sin tramitar, además, en año y medio, una ley ‘antipandemias’ de cobertura. Haciendo dejación de funciones y dando ocasión a decisiones judiciales contradictoras en cuanto a los ‘toques de queda’, aquí sí, allá no. Por cierto, que habrá que analizar la incidencia que ha tenido su ‘quítense las mascarillas’, un dia después que la UE recomendara lo contrario. Sánchez lo ha vuelto hacer, como en el verano de 2020. Y sus barones, como Ximo Puig, cada vez mas pequeños, callan.

Impropias, en cuanto a la necesaria independencia de los tribunales, son las ácidas  descalificaciones de Margarita Robles a la decisión de la Sentencia (para ella “elucubraciones”), las infundadas acusaciones a los tribunales de “persecución” al PSOE de Adriana Lastra y los descarnados insultos de Cándido Conde-Pumpido a sus compañeros “legos en Derecho y juristas de salón”. Pero hay algo aún más nocivo para la separación democrática de poderes: las presiones del mismísimo presidente del Gobierno a los magistrados.

Como en Zelig, hay varios Sánchez y nunca sabemos cuál es el verdadero. Y si no, que le pregunten a sus compañeros de viaje-al-poder a quienes ha decapitado políticamente, convirtiendo por unas horas La Moncloa en La Bastilla. Eso sí, manteniendo a ministros que han demostrado su incompetencia sumisa, como Marlasca, o su escaso feeling con la Comunidad Valenciana, como las responsables de la financiación o de los recursos hídricos, Montero y Ribera. Y, la verdad, yo de Ximo Puig no estaría tranquilo, porque este Sánchez-Robespierre lo tiene en el punto de mira, por más que ahora le haga la ola. Porque no hay nada peor que mostrar, a un “killer”, debilidad. Y miedo.  

Por cierto, que habrá que recordar que el PSOE justificó no acometer la financiación autonómica porque lo impedía -excusas- la intransigencia del PP, y y ahora ha sido el Presidente de Andalucía Moreno Bonilla, el que ha salido al rescate de Puig, proponiéndose trabajar por ello en común. Aunque no son esperables disculpas. Porque el president, otro ejemplo de personaje Zelig, sigue obsesionado con el PP. Y, mucho, con Madrid. Exigiendo, en comandita con Cataluña, que allí Isabel Díaz-Ayuso suba los  impuestos, en lugar de bajarlos aquí el  PSOE y Compromís. Que otros lo hacen (también Andalucía) y se puede. Si se sabe. Y si se quiere.

Ni baja impuestos, ni se inmuta cuando los independentistas declaran abiertamente (penúltimo, el indultado Jordi Cuixart) su objetivo de anexionar la Comunidad a sus Països, o directamente se apropian de signos valencianos. Es más, la Generalitat los retuitea, no defiende nuestra identidad, ni exige observar la legalidad, el Estatuto y nuestro derecho a seguir formando parte de la España constitucional, que prohibe las federaciones de territorios.

No solo no lo hace. Es que, además, nuestro president dice que la culpa la tenemos aquí, los valencianos, porque “satanizamos” -sic- a quienes, con sus manifestaciones recientes y crecientes, no nos respetan. Ese es el mundo al revés de Puig. Que oculta lo que realmente quiere y ha pensado siempre. Como el Compromís de Oltra, Marzà o Ribó. Como Zelig.

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