Son torpes, inmorales, mentirosos y no muy trabajadores. Pero además algunos de nuestros gobernantes son unos zoquetes. No saben hablar ni escribir. La tienen tomada con el diccionario, por el que no sienten respeto. Hoy, cualquier analfabeto puede llegar a ser ministro
Vale que padezcamos un Gobierno que te miente, te chulea, se ríe de ti y te exprime a impuestos. Vale que fracase en la gestión de la pandemia, restrinja tus libertades, oculte la información real de los muertos de la peste, se acueste con independentistas y haga el ridículo en política internacional. Lo dicho se da por descontado porque hace tiempo que no esperamos nada bueno del Gobierno de los cien mil muertos, pero todo tiene un límite. Lo que nunca vamos a tolerar es que le falten el respeto a la santísima RAE, que es como si un extraño pusiera en duda la decencia de nuestras madres.
Con la RAE has topado, Alberto.
Y es que Alberto, apellidado Garzón, fue el hazmerreír de media España, la que aún conoce las reglas gramaticales, cuando afirmó en un discurso hace unos días: “Hemos proponido cambiar” algunas leyes. En esa misma intervención, el ministro de Consumo agregó otra perla verbal: “Se está poniendo de manifestación que…”.
Alberto, el judas que vendió Izquierda Unida a Podemos por treinta monedas (las treinta monedas equivalen a su generoso sueldo de ministro sin competencias) ignora que el verbo proponer es irregular. Debió de alcanzarle la Logse, lo que podría ser considerado una atenuante para su analfabetismo funcional.
El republicano iletrado Alberto Garzón, que debería aprender de republicanos ilustrados y cultos como Azaña, Pérez de Ayala y Marañón, pertenece a un Gobierno compuesto en gran parte por personas que, amén de haber dado suficientes pruebas de su ineficacia e inmoralidad, se orinan cada día en la lengua castellana.
Los patinazos de Alberto no son casuales porque otros compañeros de su gabinete, empezando por el presidente maniquí, han incurrido en semejantes errores. Acusado de plagiar su tesis doctoral, Sánchez utilizó incorrectamente el gerundio “preveyendo” en lugar de “previendo”. Tampoco anduvo muy fino en conocimientos literarios cuando dijo que Antonio Machado nació en Soria, y confundió a fray Luis de León con san Juan de la Cruz en su libro Manuel de resistencia.
Pero hay más ejemplos sobre la indigencia gramatical de este Gobierno zote.
“Quien no domina el lenguaje no puede pensar con fundamento. Y para gobernar hay que tener la cabeza bien aseada, y esta cualidad falta en la mitad del Ejecutivo”
La ministra de Educación, hoy muy callada en su palacete de Neguri después de perpetrar una ley que universalizará la ignorancia entre las futuras generaciones, escribió, también en un tuit personal, las palabras “educación” y “próximos” sin tilde. En otro mensaje oficial, su ministerio escribió lo siguiente: “Hoy a comenzado…”.
Llueve sobre mojado. La también ministra Maroto se mostraba orgullosa de pertenecer al Gobierno porque, dijo, “e trabajado…”.
Suma y sigue. El vicepresidente disfrazado de comunista, en realidad un buen burgués que se dedica a reventar la convivencia cuando no ve series televisivas, confundió el verbo “infringir’ con “infligir”.
Estamos, pues, ante el Gobierno más analfabeto de la democracia. Quizá a ellos les dé lo mismo porque saben que gran parte de sus partidarios son igual de zoquetes. Por eso les votan. Sin embargo, la cuestión no es baladí porque hemos dejado la dirección el país en manos de una gente que no sabe escribir ni hablar (son incapaces de enhebrar un discurso sin papeles). Esto es peligroso y trágico. Quien no domina el lenguaje no puede pensar con fundamento. Lo primero es presupuesto de lo segundo. Y para gobernar hay que tener la cabeza bien aseada, y esta cualidad falta en al menos la mitad del Ejecutivo.
Si la sintaxis es una facultad del alma, tal como escribió Paul Valery, la buena ortografía, armadura del mejor de los pensamientos, puede salvar vidas en momentos como este. Conocer la gramática, además de ser prueba de amor hacia una lengua, ayuda a gestionar los asuntos públicos.
Nada de esto tiene importancia, claro está, en tiempos que anuncian una nueva Edad Media, si no estamos ya inmersos en ella. Por desgracia no somos Francia, donde un ministro de Educación dimitió por un error de concordancia en los términos de una oración. Aquí, sin embargo, celebramos como una gracia las patadas al diccionario del político de turno, sea un Garzón o la abuela Celaá.
Lo deprimente del asunto es que la incultura de estos gobernantes será aún mayor en quienes les sucedan, a la vista del maltrato infligido (no infringido, Pablo) a las humanidades. Basta darse una vuelta por un colegio o un instituto para acreditar el descalabro educativo que nos aguarda. Dentro de unos años, cuando la ley Celaá haya dado sus frutos podridos, añoraremos las burradas del comunista Garzón, que será considerado casi un premio Nobel de Literatura. Lo de “hemos proponido” será una bagatela para lo que oiremos y leeremos.
La barbarie avanza. Uno no sabe dónde ponerse a cubierto.