Escuchando este fin de semana a Luis Eduardo Aute, a Eduardo, como le llaman sus amigos íntimos, como lo pronuncia Silvio Rodríguez con esa ternura infinita, he regresado a los años de aquella Madrid que peleaba en la calle por las libertades y los derechos en el marco de un franquismo que no se fue tras la muerte del dictador. He regresado, también a aquel país valenciano que peleaba en la calle los derechos, las libertades y un estatut d’autonomia. He desempolvado, en las cajas de mi eterna mudanza, varios ejemplares de la revista Valencia Semanal, y también ediciones de El País y de Diario16 de finales de los setenta y principios de los ochenta del siglo pasado.
¿A dónde fueron aquellas luchas?. Y, tal como escribiera y canta Silvio Rodríguez, ¿A dónde van las palabras que no se quedaron? ¿A dónde van las miradas que un día partieron? ¿Acaso flotan eternas, como prisioneras de un ventarrón. O se acurrucan, entre las rendijas, buscando calor?.
Aute, Raimon, Lluís Llach, Ovidi Montllor, Al Tall, Luis Pastor, Labordeta, Tontxu, Kepa Junkera, Menese, Lole y Manuel, María del Mar Bonet, Rafa Xambó, entre otros muchos nombres, son las bandas sonoras de un tiempo y de unas luchas que, por cierto, siguen vigentes. Y seguimos vibrando al escuchar Al alba, y dos ó tres segundos de ternura del maestro Eduardo. La piel chinita.
Este fin de semana ha rizado el rizo de los recuerdos. La mudanza indefinida ha puesto bajo el cielo gris lluvioso de ayer una serie de fotografías y folios amarillos de un tiempo de lucha y de un periodismo celestial. Porque el buen periodismo es lucha y justicia social cuando escribes sobre qué es aquello que preocupa realmente a las personas. Cuando el periodismo es la rueda de transmisión de todo aquello que implica a la vida cotidiana de las personas y sus problemas. Las y los periodistas somos, irremediablemente, testigos de lo que está pasando. Es la excelencia de esta profesión.
Entre cachivaches, surge una fotografía de don Luis. De Luis García Berlanga en un debate en el periódico Mediterráneo, allá por los años ochenta, junto al abogado, añorado y querido amigo Enrique Armengot. En aquel momento, el ya Premio Príncipe de Asturias, mostraba toda su preocupación por un desbordado desarrollo urbanístico de Orpesa. Eran tiempos en los que la dictadura del ladrillo iba mermando los mapas de las costa valenciana, alicantina y castellonense.
También han aparecido artículos literarios del mismo tiempo donde el periodismo castellonense cuidaba exquisitamente el lenguaje y las formas, y podíamos deleitarnos con textos maravillosos, como aquellos artículos de Pablo Hernández, un seudónimo que revolvía las últimas páginas de un periódico castellonense.
Otra de las cajas abiertas guardaban decenas de acreditaciones de una vida periodística desde el año 1981. Todas, salvo alguna excepción, de casi todos los congresos del Psoe, de las fiestas del Partido Comunista, de Jornadas y Seminarios relacionados con la igualdad, la cooperación internacional y los derechos sociales. Pegatinas antiguas de visitas al Congreso y al Senado en Madrid. Acreditaciones de países árabes y de América Latina. Y una tarjeta identitaria de participación en un congreso excepcional, celebrado en Madrid, en los noventa, para abordar la vida y la realidad de las mujeres mayores. Con Carmen Alborch, Bibiana Aido, Leire Pajín, Laura Seara, Teresa Blat y otras mujeres valiosas.
Aquel congreso de mujeres mayores era un encuentro extraño, teniendo en cuenta que el sector pensionista de este país solo era referente por las pensiones y los viajes del Imserso, sin referencia ninguna a las mujeres. Aquel congreso puso sobre la mesa la felicidad de las mujeres mayores, la reivindicación de su inclusión y la eliminación del rol de cuidadoras. Algo muy novedoso en aquel momento que quedó interrumpido, como otros muchos avances sociales, con la llegada del PP al Gobierno estatal.
De aquel congreso recuerdo con mucha emoción la intervención de Josefina Samper, viuda de Marcelino Camacho, líder de CCOO. Su intervención fue contundente. Habló de su vida, de sus hijos, y las visitas a la prisión para ver a Marcelino, como preso político, y acercarle comida y amor. Impresionante que una mujer hablara de la lucha feminista en tiempos que era algo prohibido, como todo. Pero, escuchando su testimonio y recordando aquellas palabras, Josefina nos puso un espejo delante. Hoy seguimos debatiendo sobre cuestiones que deberían estar superadas. Reivindicar la igualdad y la no discriminación de las mujeres es contundente.
En otra de las cajas maltrechas, con meses de abandono, han aparecido cartas y relatos que mi padre escribía a mi hijo mayor. Cuentan la historia de una cabra que estaba triste, allá en Reíllo, Cuenca, el pueblo de mi padre. Una cabra triste y un abuelo triste porque su nieto había regresado a su casa en Castelló, a la ciudad. Es un cuento que se prolonga en varias cartas y que va relatando la necesidad de que las niñas y los niños aprendan, y sientan de cerca, la vida de los pueblos como el mejor origen de la vida. Una comunión entre la tierra y el cielo para saber de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos.
Por eso estremece escuchar hoy a Aute cuando canta pasaba por aquí, los hijos que no tuvimos, o solo necesito dos o tres segundos de ternura. O que Silvio Rodríguez se pregunte ¿A dónde van las palabras que no se quedaron? ¿A dónde van las miradas que un día partieron?.