La memoria ancestral de Sagunto, la impronta Borgiana de Xátiva, la serenidad eclesiástica de Orihuela, el encanto medieval de Peñíscola, la belleza policromática de la Vila Joiosa o la sobriedad castellana de Requena representan una de las principales señas de identidad del pueblo valenciano y son uno de los testimonios de su contribución a la cultura universal.
Dicho esto, y sin perjuicio de la excelencia de nuestro Patrimonio, la gestión de los Conjuntos Históricos Valencianos nunca está exenta de dificultades; accesibilidades imposibles por factores naturales o geográficos, envejecimiento de su población, gentrificación, vivienda vacía, falta de recambio generacional o entrada masiva de población marginada son factores que condicionan drásticamente su rejuvenecimiento y regeneración.
Pero si esta situación se produce con las joyas de la Corona, que son nuestros Conjuntos Históricos; con mayor intensidad y virulencia se produce en los cascos históricos y en los núcleos tradicionales. Los denominados ámbitos protegidos de “segundo nivel” a los que nuestra Ley de Patrimonio asimila automáticamente y sin preguntar a la categoría de Bienes de Relevancia Local.
A partir de ahí, los conceptos como “la trama y la morfología urbana, la silueta paisajística o la rehabilitación arquitectónica”, se constituyen, para algunos, como verdaderos dogmas de fe y auténticas verdades absolutas que no admiten excepción alguna.
Los cascos históricos siempre se han situado en una situación de compás de espera, de renta a largo plazo o en situación de desinversión y pretender “musealizarlos“ es contraproducente.
Las normas hiper proteccionistas centradas, sin excepción, en los valores del pasado muchas veces dejan de lado las necesidades que reclaman sus residentes, que en realidad son quienes mantienen la esencia y la idiosincrasia de estos lugares.
Victor Hugo en uno de sus discursos dirigidos a la Asamblea Nacional Francesa reclamaba “una ley para los monumentos, una ley para el arte, una ley para los recuerdos, una ley para las catedrales y una ley para la historia”.
Sin embargo, nuestras leyes siguen dando bandazos y a menudo funcionan como el puro movimiento de los péndulos. Una primera redacción en el año 1998 que silenciaba a los núcleos históricos, una modificación en el 2007 que emplazaba a los ayuntamientos para que la incorporasen a sus catálogos de bienes protegidos y finalmente otra en el 2017 que dice justamente lo contrario.
Mientras tanto, los núcleos históricos tradicionales con el aura y el ropaje jurídico de ser Bienes de Relevancia Local, caen en barrena y entran en espiral. La propiedad no se mantiene, se producen ventas masivas con razón al bajo valor de los inmuebles y se pierden los lazos sentimentales que tenía la población originaria.
La posición de la Dirección General de Patrimonio, con independencia del partido político que gobierne, es inflexible y siempre ha mantenido un criterio conservacionista, muchas veces desde la perspectiva única de la más pura contemplación del patrimonio. Que de vez en cuando salgan voces discrepantes, es sano.
¿Cuál es la dinámica a la que se enfrentan ahora los cascos históricos? ¿Vamos a recuperar a golpe de leyes las características morfológicas de aquellos ámbitos que hace tiempo que las perdieron?
El arquitecto Jaime Lerner aplicaba a las ciudades el sistema de la “Acupuntura urbana", una técnica milenaria china que se basa en que el cuerpo es un todo interconectado donde existen canales que conectan con los órganos internos.
Para esta corriente, la apertura de un sencillo vial en un casco histórico, de una plaza pública en un ámbito degradado o la creación un de sencillo jardín o parterre en un centro urbano, podría constituirse como un auténtico revulsivo con efectos multiplicadores en la ciudad. Son actuaciones que no por básicas y sencillas pueden generan una capacidad de rejuvenecimiento en las células de la ciudad histórica, resucitándola muchas veces de esa sensación de muerte lenta.
Los planteamientos y los criterios de intervención en la ciudad histórica han ido evolucionando a lo largo de todo el tiempo y todos hemos acumulado una experiencia de muchos años durante los cuales se han sucedido diagnósticos, teorías y proyectos de recuperación.
Tal vez, Ciutat Vella en València continuaría siendo el “Beirut Español” de no ser por las actuaciones de auténtica microcirugía urbana llevadas a cabo por el Plan RIVA o por los Fondos FEDER de la Unión Europea. Probablemente el casco histórico de la imponente Peñíscola o el perfil mediterráneo de Altea no tendría ni el brillo ni la luz de no ser por las actuaciones de oxigenación o esponjamientos que su supervivencia necesita.
Frente a las transformaciones de centros históricos que han descuidado su escala, han roto su perfil urbano y han reventado su tejido urbano, deben recordarse aquellas operaciones que han incorporado una delicada demolición selectiva, realizada con la debida inteligencia y sensibilidad y que han contribuido a la creación de auténticos espacios de oportunidad para la ciudad.
La cirugía de regeneración no puede prescindir del fino bisturí, pero en la mayor parte de los casos, la pérdida se compensa con una extensión del ciclo vital, que sólo el paso por el quirófano hace posible. La cicatriz que deja es un recuerdo para siempre, pero te permite avanzar.
El Patrimonio Cultural no siempre reclama restauración, rehabilitación o recuperación sino que en muchas ocasiones, necesita de renovación, regeneración y rejuvenecimiento.
Mientras tanto nuestros cascos históricos languidecen sumidos en un contexto de situación de desánimo y de fracaso aceptado. Si esto no se remedia y para ello habría que intervenir rápidamente, con fuertes programas de inversión pública y privada acabaremos provocando lo que pretendíamos evitar.
Jorge Hervás es doctor en Derecho y profesor del departamento de Urbanismo de la Universitat Politécnica de Valencia (UPV)