Łagów (POLONIA). La luz al final del túnel parece verse por parte de los 51 ucranianos que se encuentran, finalmente, en el bus fletado por Consultia Travel de camino a València. Dejan atrás así los días en el centro de acogida de Przemyśl (Polonia) para poner rumbo, en una travesía de unas 48 horas aproximadas, al que será su hogar provisional. Para muchos de ellos, un destino ya conocido gracias a la acción de Juntos por la Vida, ONG que colabora en el traslado.
A lo largo de la mañana de ayer se terminó de vaciar el interior del vehículo, que aún contaba con ropa y alimentos imposibles de depositar en los almacenes la noche en la que llegó a la frontera. Después de ir llegando por tandas a la parada, los pasajeros subieron al bus, que terminaría saliendo pasadas las 13:30. Así ponían fin a estancias de, en algunos casos, hasta siete días en el punto de encuentro de los refugiados una vez arribados a Polonia.
En la explanada exterior del lugar se reunían cientos y cientos de ucranianos a la espera de que alguno de los buses que se sucedían fuera el suyo, y no alguno que trajese gente desde la estación o que se llevase a otro grupo evacuado. Todas esas personas fueron testigos del principio del final del operativo ideado por el empresario Juan Manuel Baixauli y la fundación valenciana. Un operativo que está generando réplicas para beneficio de los refugiados pues, como Baixauli adelantó a este medio, sobre las 10 de la noche de ayer el segundo bus fletado por su empresa estaba saliendo.
De hecho, instantes antes de que el motor del autocar se encendiese, un joven se plantó frente a uno de los costados del bus, intentando fijar su vista más allá de las ventanas prácticamente opacas: "Yo me quedo, pero vengo a despedirme de mi hermana pequeña, que se va en este". Tal y como afirmó a Valencia Plaza, seguía a la espera de que le dijesen cual de los próximos buses que estaban por llegar sería el suyo.
El interior del bus al principio era silencioso, quizá se podía escuchar, como mucho, alguna interacción entre los chóferes para decidir la ruta óptima de regreso. La división de los sectores del bus - parte delantera y parte trasera - estaba bien marcada: al fondo, grupos jóvenes - hermanos, amigos de hace tiempo y amigos de hace nada -; al principio del pasillo, madres con sus hijos, algunos incluso sin llegar a tener un año cumplido.
Pero el dejar atrás los días de "estar y ya", como Katyana, de 21 años, explicaba, terminó por animar el ambiente. Muchos de los bebés, a los minutos de arrancar, reían y golpeaban juguetones los asientos de delante. Los del asiento de delante se giraban y les hacían alguna mueca graciosa. Los más jóvenes abandonaban ese sector al fondo del vehículo para preguntarle al conducto por el wifi - no hay - o por el sitio donde enchufar el móvil y cargarlo. Dejar atrás los días en Ucrania y Polonia parecían provocar cierto júbilo - moderado en su cierta medida dada la realidad actual - en la cabina de trece metros.
La propia Katyana, en compañía de sus tres hermanos pequeños y su madre, ha tenido que dejar algo importante para ella en su tierra natal: su hermano mayor. "Se tenía que quedar", decía en alusión a la ley marcial impuesta por Zelenski desde el comienzo de la invasión. Aunque también ha dejado atrás aquel refugio improvisado en Kiev, donde residía y estudiaba, que hace nada era un hotel más en la capital.
Ha dejado atrás tener que dormir en el suelo, con alguna manta y sin saber muy bien cuando sería su evacuación, la cual al final se produjo una vez lograron desplazarse ella y su familia a Leópolis, donde un bus las trasladó a la frontera con Polonia. Ahora espera llegar a València para moverse desde allí hasta Bilbao, lugar donde alguna que otra vez ya había pasado veranos con una familia de acogida. No sabe qué harán ella y sus hermanos en cuanto a educación se refiere. No han hablado nada aún y, por el momento, "lo primero es llegar allí".
Tampoco sabe que hacer cuando llegue, pero esta vez en materia laboral, Julia, a quienes esperan sus padres de acogida también en el País Vasco. Natural de Ivánkiv - a 52 kilómetros de la central nuclear de Chernóbil -, lleva desde los cinco años participando en los programas de acogida que Juntos por la Vida inició con los niños víctimas del desastre nuclear y, posteriormente, siguió con el añadido de los niños del Donbás.
Ahora, madre de una niña de siete meses que descansa en su regazo durante todo el trayecto, se instalará en España no únicamente con la pequeña Francesca, sino que también le acompaña su suegra. No lo hará ni con su marido ni con su madre, quienes, por obligación o por voluntad propia, permanecen en Ucrania.
La suegra de Julia no olvida Ivánkiv y, aún con no pocos kilómetros separándola a ella, a su nuera y a su nieta del pueblo, enseña al chófer, durante su turno de descanso, las fotos y videos que le mandan del estado actual de este. Las imágenes muestran un destrozo total de varias calles por el avance del conflicto y la escalada de la tensión entre los dos países implicados. "La gente corre, quiere huir. Cuando salen, los rusos los están matando", añade Julia mientras acaricia la cabeza de su hija.
Ruslana es, junto a Katyana y Julia, una de las refugiadas que puede comunicarse perfectamente con los chóferes. Maneja el español como el ucraniano prácticamente, tiene experiencia en esto de las acogidas. Según explicó a los compañeros de 99.9 Plaza Radio, esto le hizo sentir hasta hace poco "un pelín más española que ucraniana". No obstante, el estallido de la guerra ha significado una reversión en esta tendencia para ella. "Ganaremos". Así de claro lo tiene.
La joven ucraniana y su hermano dejan atrás, por su parte, el miedo a ser despertados por la noche con el sonido de las bombas. La madrugada del 24 - inicio de la invasión - se despertaron con miedo y, ya cuando estaban ubicadas en Przemyśl, si pasaban ruidosamente muchos niños de golpe mientras dormía se despertaba "pensando que podrían ser bombas".
Hasta que los dos hermanos lleguen a València pasaran unas cuantas horas. Mientras, siguen en Ucrania su padre, sus tíos o su primo nacido hace cinco días en un hospital que ya ha sido bombardeado, como aseguró. Igualmente no se moverá del país su abuela de 81 años, con dificultades para caminar pero con un pensamiento firme de "no dejar a su familia".
Svetlana y Anastasia son dos ucranianas que llevan mucho tiempo viviendo en España. Su dominio del ucraniano y español les hizo dirigirse en el bus hacia Przemyśl para llevar a cabo labores de traducción. No obstante, no están en el trayecto de vuelta; se quedan unos días más sin decirle 'adiós' a la frontera.
Ambas tienen familia que, bien estén en España o en Ucrania, las van a echar de menos estos días en los que se dedican al voluntariado. Anastasia, afincada en Callosa d'En Sarrià, tiene ahí a sus seres queridos, a los que espera ver tras unos pocos días más en la localidad fronteriza del sureste polaco.
Sin embargo, para Svetlana la realidad es más dura: su madre y su tía se encuentran en Donetsk y Kiev, respectivamente. Con la primera puede hablar vía Skype, y le comentó durante el viaje de ida en una de sus habituales videollamadas como podía escuchar el sonido de bombas y explosiones a lo lejos. Se encontraba entre la propia Donetsk y Mariúpol, dos urbes con mucho protagonismo en esta guerra.
Con su tía le es imposible hacerse desde hace una semana. Al no tener ninguna aplicación de videollamadas, y con las telecomunicaciones inhabilitadas tras la intervención del ejército ruso, Svetlana continúa en Przemyśl sin recibir noticias sobre el estado de su tía en una ciudad que, por el momento, sigue resistiéndose a ceder a Rusia el placer de haber vencido en esta contienda.
Esta es la realidad que comparten ellas dos con los 51 refugiados que siguen camino de España. Con seres queridos en un país u otro que les sufren o les hacen sufrir, el bus sigue recorriendo las carreteras europeas en sentido inverso al hecho el domingo y lunes. La llegada a València está prevista para la madrugada del jueves, aunque un atasco a 39 kilómetros de Cracovia tuvo al bus parado durante casi dos horas, lo que puede modificar el momento exacto. Ya aproximándose a la frontera, Alemania y Francia son lo único que separan a la expedición de España.