En tiempos tensionados y efervescentes como consecuencia del calentamiento social es posible que nos alteren los titulares sensacionalistas. La pasada semana, al leer determinadas cabeceras de los periódicos tras el pacto del PSOE con Puigdemont, fui el primero en tener ganas de salir a la calle, de acompañar a ese séquito enfurecido a protestar contra una amnistía de la que todavía no nos hemos enterado, a calificar a nuestro sistema como una dictadura mientras ningún censor prohíbe a nadie decir y escribir lo que piensa. Leía unas noticias que apuntaban a que esa indulgencia plenaria iba a afectar desde a Laura Borrás al abogado picapleitos del secesionismo. Con el paso de los minutos, de las horas y de los días me he dado cuenta de que, aunque pueda parecer lo contrario, no ha sido una sumisión expresa de Pedro Sánchez al independentismo, sino que ha sido más bien un acuerdo en el que ambas partes han renunciado a algunas de sus exigencias. Sin embargo, ya todos habían escogido bando, miles de españoles han salido a las calles para protestar sin saber en la mayoría de los casos lo que significa la palabra amnistía y condicionados por una pasión parecida a la que sentimos con el gol de Iniesta en el mundial; ya dijo Ortega y Gasset en La rebelión de las masas que la muchos de los que creen tener una opinión no han hecho más que comprar ideas ajenas adoptándolas como propias.
Cuando vi aquellos titulares amarillos faltos de rigurosidad me acordé del primer capítulo de la serie Black Mirror, en el que, tras el secuestro de un miembro de la familia real británica, los delincuentes piden como condición, para que la princesa en cuestión sea entregada con vida, que el primer ministro mantenga relaciones sexuales con un cerdo y grabe la consumación en directo. Pensé en que, quizá, Pedro Sánchez, no hubiese tenido ningún problema en recrear aquella perversa escena con tal de mantenerse en La Moncloa. El cabreo inicial se tornó en alivio cuando tras firmar el acuerdo, Carles Puigdemont desde Bruselas y ante sus acólitos se llenó la boca hablando de la Constitución Española y rebajó la euforia, no fuesen a tener un gatillazo los suyos como cuando en 2017 declaró la independencia y a los pocos segundos anuló ese requerimiento; con aura clerical, avisó de que no pusieran expectativas. Leyendo eso entre líneas es como decir con la boca pequeña que lo firmado no se va a cumplir en su totalidad. Habrá nación vasca y catalana, entendiendo nación como identidad, pero nadie se moverá del paraguas patrio, necios serían si renunciasen a un sistema ventajoso para sus intereses. Se necesita un cambio de mentalidad para entender que los que dicen País Valenciá no son unos indepes peligrosos.
Orden establecido que dudo mucho que Felipe VI pusiese en peligro designando a Pedro Sánchez como candidato de tener algún género de duda de su responsabilidad con la democracia y la separación de poderes; no creo que el monarca esté preparando su jubilación anticipada, ni su inviolabilidad le iban a salvar de sufrir las sanciones que anunció el ministro José Luis Escrivá.
Habrá amnistía, ya dije que Puigdemont está deseando volver al lecho de su familia. Sin embargo, salvo el injusto cupo catalán, todo lo demás quedará en agua de borrajas. No habrá referéndum vinculante y ni mucho menos independencia. Que sí, que en el acuerdo viene una cláusula que deja la puerta abierta a una votación consultiva, pero creo que no es ningún drama convocar ese tipo de iniciativas más teniendo en cuenta que ya existen precedentes en países democráticos como Suiza. El pacto refleja una intuición que muchos teníamos, que el móvil de la operación secesionista era la pasta; quizá tenga que ver que su mayor icono pop, Jordi Pujol, sea un investigado por corrupción. Pone de manifiesto la sospecha de que en las camarillas rupturistas había pocos independentistas convencidos, que no eran más que posturas coyunturales y que su patria no era la estelada sino el verde de los billetes.
Cash que al final es lo que nos interesa a todos, ¿es que acaso los valencianos no nos estamos quejando siempre de nuestra infrafinanciación? Muchas de las rebeliones coloniales a lo largo de la historia han sido instigadas por el poderoso caballero don dinero. Lo que pasa es que los catalanes han tenido más imaginación y montaron un dispositivo teatralizado para que no solo se escuchase la pataleta, sino que también se percibiese. Aquí en el levante por más que lloramos, nos quejamos y suplicamos, seguimos siendo el último mono independientemente del partido que gobierne en España; fingen escucharnos y entendernos, pero cuando llega la hora de la verdad pasamos a ser una de las regiones con peor reparto económico. Aquí no nos toca ni el cuponazo ni el euromillón; la coyuntura actual sería un buen momento para que haya una igualdad imperfecta entre todos repartiendo prebendas entre todos los territorios.
Serà per diners.