CASTELLÓ. Ayer amanecimos en la playa del Grau de Castelló. Pancho, con su edad a cuestas, sintió la emoción desde el instante en el que le dije que nos íbamos a ver la mar, reaccionó como lo hacían mis niños en aquellos años en los que cargaba con el carro del pequeño, con la sombrilla, los cubos, rastrillos y palas, el corralito hinchable para regarlos, con la nevera cargada de fruta, agua y bocadillos, con la ensalada y su aliño marinado en un bote de cristal, con algún filete empanado de cabeza de cerdo, con esa tortilla de patata implacable… en los autobuses Mediterráneo que siguen llevándonos a Benicàssim.
Cuando nos trasladábamos a la playa recordaba a Carmen Rico Godoy, hija de la mítica periodista Josefina Carabias, y aquel libro suyo Cómo ser mujer y no morir en el intento. Aquellos trayectos en autobús con dos niños pequeños, con el acoplamiento en mi cuerpo de sombrilla, nevera, bolsas y más bolsas, con las manos libres para no soltar a los pequeños, era, en realidad, el equilibrio emocional que la vida me había puesto delante. Y siempre sola. Rico Godoy escribió sobre estas desigualdades y otras. Porque las mujeres hemos ido cargando con demasiadas bolsas y mochilas, con demasiadas ensaladas, filetes empanados y tortillas de patata, porque somos capaces, pero no vale.
Ayer, con Pancho, solo cargué un pequeño bocadillo de sobrasada y queso de Mahón, productos que me envía una buena amiga, una botella de agua para los dos y nada más, apenas nada más, como la maravillosa canción de Luis Eduardo Aute, De alguna manera tendré que olvidarte. Caminamos con la plena felicidad que nos viene de la infancia, en la orilla, chapoteando las olas cercanas, mojándonos los pies, aunque a Pancho no le gusta el agua, él revolotea por la arena, feliz, revolcándose entre el suelo mullido.
Hoy repetiría aquellos viajes en autobús, con mis tres nietos, cargada de utensilios y abalorios, de ensaladas marinadas, de filetes empanados, de los polos helados con sabor a limón. Hoy repetiría las escenas más felices de mi vida.
Ayer, frente al mar, con un silencio infinito, respiré y expiré profundamente, sintiendo que mis pulmones son parte de mi cuerpo y de mi mente, sintiendo que mis maltrechos pies cobraban una vida propia.
Mojando los pies en el agua, hundiendo, primero, los talones, pensé, lo he dicho más veces, que los tiempos que vivimos son una mierda. Esta semana, por fin, ha sido investido el nuevo presidente del Gobierno y, menos mal que se va a tratar de un gobierno progresista. Menos mal, porque lo que estamos viendo en todas las ciudades y pueblos es una ignominia sin precedentes.
He leído esta semana pasada una publicación en X de Máximo Pradera en la que, contestando a los ataques recibidos en Madrid a la mítica librería Rafael Alberti, él recordaba que a los 17 años vivió el horror del incendio contra la librería de su madre, Gabriela Sánchez Ferlosio, por parte de los Guerrilleros de Cristo Rey.
La manada plantada cada día frente a la sede del PSOE en la calle Ferraz es lo mismo que sufriéramos en la transición de este país, la misma intolerancia, la misma violencia, los mismos fascistas. Tenemos en Abascal, un nuevo Blas Piñar, de Fuerza Nueva, aunque mucho más bestia; tenemos medios de comunicación idénticos a aquel periódico ultra El Alcazar con nuevas cabeceras; tenemos, igualmente, mercenarios de un supuesto periodismo que escriben las mismas amenazas y resoluciones.
Es brutal que esto siga pasando en pleno siglo XXI. Es brutal que la presidenta de Les Cosrts Valencianes, que el concejal de Policía y Seguridad del Ayuntamiento, junto a otros diputados, se dediquen a insultar desde las sedes del Psoe de Castelló, València y Alacant. Es brutal que Abascal arengue a la ciudadanía, que militares retirados clamen por un golpe de estado, que el PP de Mazón señale con fotografías a las y los diputados del PSPV y de Compromís por votar a favor de un presidente de Gobierno democrático. El PP, que no ha condenado ninguno de los asaltos a las sedes socialistas ni otras agresiones, ha señalado a representantes de la instituciones públicas. Es lo mismo que añadir, A por ellos!
No cuadra que se convoquen plenos, sin competencia municipal o provincial, para abolir y oponerse a decisiones del nuevo Gobierno central y democrático, que, por cierto, aún no se han tramitado. El relato es mucho más sencillo, el relato es combatir la democracia parlamentaria que no permite, lógicamente, gobernar a la derecha y su ultraderecha porque son minoría.
Ayer volví a comer con mi querida vecina. Preparé un Trinxat, esa receta catalana que cocinaba mucho en mi casa, en Morella, y que me pasó mi amiga Marilén, cuando trabajaba en el Hotel Rey Don Jaime y compartíamos los cafés de la mañana. Tras hervir decididamente la col, repollo, y las patatas, se preparan los ajos a gajos en aceite de oliva, se apartan, y en el mismo jugo se fríe a conciencia el tocino troceado. La col y las patatas se trinxan con un tenedor, se añade la panceta y se riega todo con el aceite sobrante y los ajos, y se voltea en una sartén para marcarla por ambos lados, como la mejor tortilla de patatas.
Comimos como dos reinas, junto a una ensalada de sardinas en lata, tomates pequeños, pimienta y orégano. Mi vecina sigue muy cabreada por la ignominia y la violencia sembrada en las calles por el PP y Vox. Las dos hemos conocido aquellos tiempos de la dictadura y, después, una democracia amenazada constantemente. Porque esta política de derechas, junto a su ultraderecha, están sembrando el fuego y, además, echando la gasolina precisa para alimentar el monstruo. Tras la mañana en la playa y el trinxat, terminamos agotadas, necesitadas de respirar con un breve paseo por el Parque Ribalta, de augurar el mejor ambiente social, de maldecir, al mismo tiempo, la maldad de tantas y tantos políticos de aquí a quienes les importa un bledo el bienestar de las personas y su futuro.
Buena semana. Buena suerte.