VALÈNCIA. Una buena dosis de Chéjov, todo lo que siempre quisiste saber sobre los títeres y nunca te atreviste a preguntar, un programa de mano de un espectáculo circense de 2013, esa obra experimental que tantas ganas tenías de ver y voló de la cartelera en un pestañeo… Todos esos artefactos (ya sea en formato físico o digital) se apretujan calentitos en estos días de gélido invierno en el Centre de Documentació Escénica, un santuario de las bambalinas valencianas y sus periferias tan nutrido de estímulos como desconocido para gran parte de la ciudadanía. Uno de esos rincones que no sabes que existen hasta que lo sabes. Y ya no hay vuelta atrás.
Al frente de este templo de la memoria dramatúrgica está Fernanda Mediana, alma del proyecto, detective de pistas teatrales y guardiana solitaria de este emplazamiento desde que el ERE de 2013 se llevara por delante al resto de la plantilla. Si este espacio (que depende del Institut Valencià de Cultura y está ubicado en la plaza Viriato) es un faro de la memoria escénica, está claro quién lleva el gorro de farera y se encarga de encender la linterna en las noches de marejada y charlar con las gaviotas. Así define Medina sus dominios: “¿Hasta qué punto es importante para cada uno de nosotros mantener los recuerdos y las tradiciones de nuestra familia? ¿Cuánto de eso consideramos que tiene que ver con nuestra identidad y qué nos aporta? Creo que la respuesta mayoritaria es que esos recuerdos son un tesoro. Pues con la escena y su historia pasa lo mismo. Nuestro centro es garante de que esa historia se conserve, pues no es ajena a lo que somos ahora y a lo que seremos. Y lo que somos ahora pronto será historia que guardaremos. Hay un ciclo esencial de nutrición y retroalimentación que enlaza el patrimonio y la creatividad. Debemos cuidarlo para que siga vivo y fuerte”.
Esta aldea de la información tiene una doble vertiente. Por un lado, ejerce de biblioteca pública especializada en cuyos estantes conviven más de 10.000 textos dramáticos y de teoría y técnica teatral. Una jungla de celulosa en la que estudiantes, académicos y profesionales de las plateas pueden explorar rutas sobre interpretación, dramaturgia, iluminación, música, vestuario, escenografía… “Las artes escénicas tienen una tradición milenaria y, en las últimas décadas, se han producido cambios vertiginosos. Es necesario estudiar esa evolución, conocer qué tendencias hay ahora en marcha, de dónde vienen… Y todo eso produce una gran cantidad de material académico y teórico”, señala la dramaturga castellonense Sonia Alejo.
Pero no todo va a ser investigar, crear y producir. La dramaturgia impresa puede constituir una fuente de puro placer lector, sin más aspiración que el goce neuronal. Así lo cree Alejo, quien recuerda que “el teatro también es un objeto de literatura, permite abrir páginas en códigos que no son los de la narrativa o la poesía. Las bibliotecas convencionales tienen muy poca oferta de piezas dramáticas editadas en sus estanterías, por lo que es un gustazo ir a un lugar especializado y poder elegir entre tantos títulos”. Ahora que, seguro que has renunciado a tus buenos propósitos para 2022, es hora de plantearse nuevos retos, como, por ejemplo, empezar a leer teatro.
Al mismo tiempo, el Centre de Documentació actúa como una inmensa base de datos sobre el universo de las tramoyas valencianas. Entran ahí en juego iniciativas como Dramatea, el censo en continua construcción de la dramaturgia contemporánea donde es posible rastrear la trayectoria de autores y autoras nacidos por estos lares. O Peripecia, archivo accesible online que recorre la historia de las bambalinas mediterráneas desde la Democracia hasta el ahora: obras, autores, festivales, salas, compañías… Todo un safari del mundo escénico al alcance de unos cuantos clics. También lleva el cuño de este enclave la serie documental Espais de Treball, que entrevista a creadores icónicos de nuestro territorio, o la revista de investigación Escena valenciana. En breves su web alojará el proyecto Mapa Teatral Valencià. Además, sus labores editoriales incluyen la publicación de los textos teatrales de las producciones del IVC y de las obras surgidas de proyectos como el laboratorio Ínsula Dramatària.
¿Que por qué es tan relevante este proceso de registro y custodia de las huellas escénicas? El dramaturgo Xavier Puchades se pone al aparato para comentar que el hecho escénico es “efímero, pero deja una serie de rastros en forma de documentos diversos (textos, imágenes, diseños, grabaciones…) Si unimos y consultamos todos esos materiales no viviremos el hecho escénico, pero si lo podremos revivir o rememorar”. En ese sentido, considera que la labor más importante de este centro es la de preservar “esa capacidad de recordar que proporcionan las artes escénicas. La memoria de lo que se ha hecho en escena ayuda a imaginar formas escénicas en el presente y para el futuro”.
No en vano, como relata Medina, el teatro es “una de las artes fugaces por su propia naturaleza. Una vez una obra ha terminado sus representaciones, de lo que de verdad ha sido esa obra, lo único fiel que queda es la memoria de los espectadores que han estado en la sala asistiendo a las funciones. Mi trabajo es intentar poner en pie un ‘holograma’ de esa función que se parezca lo más posible a la memoria plástica que conserva de ella cada uno de aquellos espectadores. Para conseguirlo, hay que convertirse en ‘rastreadores de pistas’. Buscamos todas las piezas que nos pueden ayudar a poner en pie esa memoria. Grabaciones, pero programas de mano, dosieres de producción, figurines, escenografías, fotografías, críticas, carteles, música… Nuestra función es reconstruir la memoria de cada espectáculo colocando en el mismo cajón todas esas piezas”.
Y, en ese sentido, Jéssica Martínez, de Comitè Escèniques, quien considera que “imprescindible” que se conserve la memoria escénica valenciana “no solamente en cuanto a textos, sino también en formato audiovisual. Es parte de nuestro patrimonio cultural y como tal debemos protegerlo y difundirlo. Además, resulta esencial tener un espacio en el que poder buscar fuentes actuales o del pasado como apoyo a la investigación, una de las ramas más olvidadas de las artes escénicas”. Continuando la misma senda discursiva, el gestor cultural, dramaturgo y responsable del Proyecto Inestable, Jacobo Pallarés, afirma que este enclave “le da valor a lo que hemos sido y somos como dramaturgos y contribuye a que ese legado no se pierda, a que mantenga su vitalidad y sea visible. Conocer nuestro pasado nos ayuda a crecer como creadores, saber qué formas, qué estilos de escritura escénica existen o han existido. Las artes escénicas no serían nada sin las vertientes de investigación y de teoría”.
La experiencia en el patio de butacas es imbatible, pero como sucedáneo, la filmación audiovisual ofrece lo que promete: "nos dedicamos a las artes vivas y ver esas representaciones en vídeo o papel es mucho más frío, pero es el único formato que tenemos para poder regresar a esas piezas pasadas y retenerlas”, apuntala Sonia Alejo.
Hace unas semanas, este periódico ponía el foco en las raquíticas plantillas encargadas de insuflar oxígeno a instituciones culturales imprescindibles como La Filmoteca. Una ausencia, de trabajadores y presupuesto, que también sufre el Centre de Documentació Escènica. Y es que, se hace difícil rastrear, catalogar y custodiar el patrimonio cuando no se cuentan con apenas custodios en nómina y a los que hay les faltan metros cuadrados. Como reconoce Medina -recordemos, única empleada fija del lugar-, su recinto se halla “muy necesitado de recursos. El tema de la sede nueva para los tres centros de documentación del IVC está encima de la mesa hace tiempo. Es un asunto difícil porque es un gran proyecto, pero es una necesidad absoluta si queremos dar a nuestra labor la repercusión que puede y merece tener. Necesitamos el empuje decidido de la administración para que estos proyectos dedicados al conocimiento y a la custodia del patrimonio que tienen ya más de 30 años de aliento no pierdan gas ni entren en riesgo por falta de medios y de posibilidades de modernidad”.
Una postura compartida por el sector de las acotaciones y las tramoyas. Así, Alejo subraya que las instalaciones que nos ocupan están hambrientas “de recursos humanos y económicos y eso influye en que no sea tan conocido como debiera ni pueda abarcar más actividades hacia el exterior. Fernanda maneja muchísimo material muy interesante, pero necesitaría más personal para poder sacarle más partido a todo ese trabajo”. Por su parte, Pallarés dispara a las potencialidades del proyecto y señala que, si se le dotase de más recursos y persona podría “lograr un mayor protagonismo y avanzar en I+D+i, avanzar en la investigación teórica. Y estar más conectado con las salas privadas. Por ejemplo, si hay Fondos Europeos para digitalizar el material y filmar espectáculos, podrían recoger también las piezas que surgen de entes privados”.
Si hablamos de un plan para que ese enclave se convierta en un lugar de referencia para la ciudadanía más allá de los fanes fatales de las bambalinas, Puchades se lanza al siempre apetecible ejercicio de la imaginación y traza los contornos de: “es inevitable pensar en el potencial que tendría esta entidad en un nuevo espacio mucho más amplio, con un aumento de personal dedicado a la custodia y cuidado de ese patrimonio, a la atención de los usuarios y a imaginar y desarrollar nuevos proyectos y actividades con el público. Como siempre, se trata de una inversión”.
Mientras tanto, Medina continúa encendiendo la linterna de este faro de la memoria escénica. Y recibiendo a curiosos, expertos y creadores que se acercan a sus costas en busca de un título, un nombre o una idea que hacer brotar cuando se alce el telón.