Creo firmemente que lo mejor del verano siempre es el otoño. Cuando el año poco a poco pierde su luz, el brillo y la intensidad y nos deja el mar en calma, el sol bajo, la luz clara y el frío seco.
Hace tiempo que se apagaron las chicharras, el griterío, las motocicletas a media tarde y las verbenas a media noche. Si el verano es un canto a la vida (yo creo que es una huida hacia adelante), el otoño es la vida preparándose para parar. Y parar, siempre es mejor que huir. Al fin y al cabo, por muy lejos que te vayas, por mucho que escapes, nunca conseguirás huir de ti mismo. Mientras que parar te ayuda a reflexionar, delimitar y tomar conciencia.
Al menos eso debieron pensar Alejandra y Emanuel quiénes hace un año sintieron que necesitaban parar para notar el mar en calma y disfrutar de la vida que latía ahí fuera. Durante esa pausa acometieron una serie de reformas en su casa para dotarla de todo lo que les hacía felices: la luz del Mediterráneo, las cerámicas hechas a mano, la calidez de los espacios abiertos, para así ofrecernos un refugio en el que cobijarse en mitad de la tempestad. Un espacio en el que transitar a bajas pulsaciones. Un lugar en el que sentirte querido. Un lugar al que volver y llamar hogar.
El nuevo Atalaya es todo lo que son Emanuel y Alejandra. Su mirada sincera es capaz de transmitir una verdad aprehendida: “Todo lo que das te lo das. Todo lo que no das, te lo quitas”. Aquí hay generosidad y empatía a partes iguales. “Ya que lo que haces para los otros, lo haces para ti mismo y lo que sucede en el mundo es para ti”. Honestidad, calma y sosiego, puesto que “la naturaleza no entiende de urgencias”. Cercanía y calidez para “cuidar lo que es importante, también es cuidar de uno mismo. Pero el bienestar que buscamos para nosotros, lo queremos para los demás”. En pocas palabras, Atalaya es el estado del bienestar gastronómico. Un lugar donde sentir, disfrutar y recibir amor.
En Atalaya podemos encontrarnos con dos menús (falutx y llaüt) y una carta con el territorio por bandera y los proveedores como mástil: Atanasi, Chema, José, Julio, Óscar, Pablo, Pau, Ramón, Reyes y Fer y Sergio son los nombres de los encargados de que lleguen a su cocina trufas, azafrán, tomates, verduras, quesos, aceite, miel, carnes y pan. Marisa, la ceramista sobre la que reposarán las recetas creadas en los fogones. Los platos emanan delicadeza, sensibilidad, sabor y finura; dos Soles y una Estrella así lo atestiguan. Y la sala, siempre atenta, amable y cercana, realza y potencia la experiencia. Particularmente, creo que tienen un bodega excepcional, por las etiquetas y por otro motivo aún más interesante: lo accesible de las mismas.
Lo más interesante de la propuesta gastronómica es sin duda alguna la opción de pedir a carta. Un cambio que va en sintonía hacia las nueva sensibilidades del comensal: menos exhibición y más atención a sus necesidades. En ella podemos tomar los snacks de la casa y luego elegir entre varios entrantes como los raviolis de marisco y suquet de galeras, la raya en beurre blanc, el puerro a la brasa con sepia, las setas de temporada o el arroz cremoso para posteriormente continuar con un pescado de lonja, el bacalao el Barquero con pimientos confitados o el magret de cordero, boletus a la brasa y mollejas. Para finalizar la carta ofrece tres postres como la miel “mos de bresca” y almendra marcona del cap i corb, el whisky Lagavullin con café y algarroba o el “Buñuelo” de calabaza.
Si algo caracteriza el proyecto de Alejandra y Emanuel, es el valor humano que desprende. Aquí lo verdaderamente importante son las personas. Atalaya es una red de seguridad emocional. Procura el bienestar de todo su entorno en mayor o menor medida. Incluidos, por supuesto, los comensales. Precisamente de esa inquietud, el restaurante siente la necesidad de colaborar en la reconstrucción de las zonas afectadas de la DANA y ha decidido sumarse junto a otros chefs de Castellón a la que será la gala benéfica y solidaria más importante y necesaria para nuestra tierra: las cenas previstas para el próximo 13 de diciembre a nivel mundial, impulsadas por la iniciativa Desde Valencia Para Valencia.
En Atalaya hay pasión, técnica y ambición. No es solamente (ya sería muchísimo) un espacio seguro, solidario, generoso, lleno de calidez y delicadeza. También es un proyecto llamado a liderar la gastronomía de una provincia como Castellón, necesitada de referentes jóvenes, cuyo talento trascienda los límites del territorio para, precisamente, ponerlo en valor.