CASTELLÓ. Hay quien cree que las palabras pueden cambiar el mundo. Para otros, los colores o la música son las palancas para lograr esa transformación. Pero realmente son las personas las únicas que son capaces de revertir cualquier circunstancia. Lo explicó perfectamente este martes en el Teatre del Raval Juan Vives, cuando presentó el documental La vida en blau, una iniciativa para integrar a personas con trastorno del espectro autista (TEA) a través de la música, de la música de rock y en valenciano. ¡Toma ya! Un cóctel espectacular que embriagó a los espectadores con el torrente de energía y felicidad que destilaban todos los chicos y las chicas que participaron. En su intervención, Vives interpeló al público sobre hechos que ahora nos parecerían incomprensibles y que, no hace tantos años, definían el concepto de normalidad: estar obligado a ceder un asiento del transporte público a otra persona por tener un color de piel diferente, no poder votar por ser mujer, o ser considerados enfermos mentales por querer compartir la vida con otra persona del mismo sexo. Afortunadamente, hubo quien se negó a aceptar esa supuesta normalidad y, gracias a su determinación y a sus acciones, gozamos ahora de un mundo mejor, de una sociedad más plural y justa, enriquecida por su diversidad: Rosa Parks, Clara Campoamor, Pedro Zerolo…
Ese mismo espíritu es el que está detrás de la pareja formada por Juan Vives y Yolanda Arnau, promotores de un experimento que es tan maravilloso como simple: dejar que niños y niñas se junten sin importar sus diferencias y que puedan expresarse unidos a través de ese lenguaje universal que es la música. En este caso, movidos por su amor incondicional hacia Álvaro Urbea, el hijo de 9 años de Yolanda, que tiene una inteligencia y un oído muy especiales para la música y cuya súper pandilla forma la Johnny Wilves Band, un grupo divertidísimo que eleva los gritos de Ramonet, si vas a l’hort en una explosión continuada de energía alegre y contagiosa. Una felicidad que derrocharon todos los miembros de la banda, pero también las más de 150 personas que abarrotaron un Teatre del Raval contenido en su aforo por la pandemia, pero desbordado de buenrollismo y humanidad. De esa humanidad que es la esencia de este proyecto. Lo explicó también claramente Vives, cuando aseguró que lo que nos define como humanos es nuestra capacidad de ayudar a los otros, y recordó esa primera tibia rota que se pudo volver a unir, a soldar, gracias a los esfuerzos solidarios del grupo de cazadores o recolectores que no dejó atrás a un compañero, que se convirtió en una primera comunidad humana.
En Castellón, en esta segunda década del siglo XXI agitada por la crisis y la enfermedad, ese mismo sentimiento de humanidad es el que ha brotado con la fuerza del rock and roll entre los alumnos, maestros y familiares de los colegios Verge del Carme de Vila-real, Juan Carlos I de Almenara, Juan Ripollés de Castellón, Centro de Diagnóstico e Intervención TEA-CAST, IES Bovalar, Centre El Cau y Associació L’auró. Todos ellos forman la comunidad humana que ha arropado a Álvaro y a su grupo para hacerlos subir a un escenario y enseñarnos, con la música y la letra de Maria Rosa o de La Xata Merenguera, que todos somos iguales en nuestra diversidad, que es esa diferencia la que nos hace similares y, sobre todo, humanos.
El documental La vida en blau, que ha contado con la colaboración de la fundación Càtedra Enric Soler i Godes y de la Universitat Jaume I, recoge la intrahistoria del disco TEA&Rock, una pieza singular e inolvidable que fue posible gracias al apoyo de La Caixa y la Generalitat Valenciana, y en la que participaron seis niños con autismo, sus familiares, amigos, varios centros educativos y los músicos Rubén Gómez, Dani Miquel y los integrantes del grupo castellonense Criptozoos. El reportaje no es especialmente verídico, pues obvia el tedio de los ensayos y apenas muestra las horas y horas de trabajo que hay detrás de toda gran obra, pero no aspira tanto a informar como a emocionar, y este último cometido lo alcanza sobradamente. Para ello, centra su mirada en las personas, sobre todo en Álvaro, aunque no se olvida tampoco de su hermana Aitana, ni de sus abuelos, ni de sus compañeros del colegio público Tombatossals, ni de sus maestros, ni de todas las familias que, de una u otra manera, se fueron involucrando en este proyecto hasta hacerlo posible, hasta crear una comunidad humana de la que Castellón puede sentirse orgulloso.
En este Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo, un trastorno que afecta a 1 de cada 150 niños, sus familiares y amigos quieren que el mundo se tiña de azul. Y para ello han lanzado una campaña en redes sociales en las que invitan a pintarse la cara a través de un filtro del móvil, disponible en Facebook e Instagram, y con el que mostrar nuestra voluntad de integrarnos todos en una misma comunidad. Una comunidad que se tiñe de azul porque esa tonalidad es el misterioso color de la vida, el del cielo brillante y prometedor de una mañana, pero también el de la oscuridad profunda y angustiosa de un mar en tormenta. Así son las personas con TEA. No tan diferentes a cualquiera de nosotros, quizá solo más necesitados de ayuda, de escucha, de comprensión. Su azul claro es un torrente de felicidad y su azul oscuro, un grito, una voz que solo pide la misma integración que hace años reclamaban otras personas a las que se les excluía por su color de piel, por su sexo o por el sexo de la persona a la que amaban. Esa integración depende de todos, de la pequeña comunidad que es un colegio que acepta a todos sus alumnos, pero también de una sociedad como la de Castellón que proyecta al mundo el azul de sus gentes a ritmo de rock and roll.
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