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La encrucijada / OPINIÓN

Biden y la relevancia de la Unión Europea

28/09/2021 - 

Las lluvias de septiembre cambian, cada año, el humor del verano. De hecho, anuncian su final y, con éste, resurge la hosquedad y la cosecha de novedades ingratas. Una de ellas, con efectos a largo plazo, ha sido la AUSUKUS, acrónimo de la alianza recientemente establecida entre Estados Unidos, Reino Unido y Australia. No nos engañemos: las relaciones entre estos países siempre han tenido algo de especial; así ha sucedido con la comunidad de inteligencia y la estrecha comparición de recursos e informaciones que no alcanzaban a otros países aliados. Sin embargo, el alcance de una comunidad privilegiada de espionaje no guarda proporción con el establecimiento de un nuevo eje militar que enlaza las fuerzas navales de los tres países en las aguas próximas a China. Un eje que, con Estados Unidos al frente, cuenta con diversos tratados bilaterales en la misma área, como son los que les vinculan con Japón, Taiwan y Corea. Sólo en este país, el contingente americano es de 28.500 militares y su continuidad se da por garantizada tras el aumento de la aportación coreana a su sostenimiento.

La deriva americana hacia Asia se confirma ahora, con Biden, pero han sido varias las presidencias americanas que han lanzado señales de que esa era la dirección preferente de la nueva política de defensa, seguridad y poderío económico estadounidense. Sin introducir en la ecuación el factor Trump, cuyo apoyo al Brexit y su animadversión hacia la Unión Europea fueron tan groseras como evidentes, la administración de Obama ya mostró su inclinación hacia el Pacífico, mientras que destilaba con parsimonia su conexión con la Unión Europea.

La realidad es la que es y, en política exterior, no se cuece otra cosa que el interés propio, salvo algunas migajas que, no siempre desprendidamente, se destinan a la cooperación internacional. Desde la perspectiva de EEUU, Europa ya no representa un socio vigoroso. La economía de las nuevas tecnologías florece en Asia, mientras que palidece, comparativamente, en la Unión Europea. Una Unión con un avance lastrado por los desacompasados ritmos de sus países miembros, aferrados a rituales de decisión desesperantes por su lentitud, a una rácana posición ante el fortalecimiento del presupuesto anual y a un vuelo gallináceo en la activación de nuevas políticas.

No son males del presente. Su persistencia ha resultado tan extenuante como para que, ahora, todo sean parabienes tras la aprobación del Plan Europeo de Recuperación. 338 millardos de euros en subvenciones, cuando los sucesivos planes de Biden, para relanzamiento económico, infraestructuras y mejoras sociales, se cuentan por billones de dólares. Eso sí: tras la amarga experiencia del austericidio aplicado en la anterior crisis económica, se ha dado un primer paso hacia la mutualización de la deuda con la que se financiará la iniciativa europea. ¿Generosidad de los países más fuertes o saneados? Más bien la admisión, con la boca pequeña, de los enormes errores entonces cometidos y la detección de necesidades internas que precisan de árnica. Entre éstas, el grave retraso digital de economías como la alemana y, en general, la creación de vías para que, financiados por el NextGenerationEU, los países del centro y norte del continente dispongan de una sabrosa demanda exterior de bienes y servicios, de elevado contenido tecnológico, procedente de los países del sur. Y, con un deseado atino, algunos logros transformadores en estos últimos.

Sí, estamos ante un pequeño logro para la construcción europea, pero no resulta exagerado pensar que su incidencia es irrelevante en el nuevo marco geopolítico internacional. Irrelevante y humillante tras el AUSUKUS. Para Francia y el conjunto de la Unión porque, unos meses después del Brexit, se escoge y refuerza al primer país que la ha abandonado, debilitando dolorosamente sus fundamentos políticos, económicos y demográficos.

¿Merece Biden una respuesta europea más intensa? Sí y no. La respuesta afirmativa podría justificarse aludiendo a la sonora bofetada que supone prestar un intenso soplo de oxígeno a un primer ministro británico que representa el ejemplo de populismo demoledor que tenemos más a mano. Un apoyo que, aunque se matice en otros campos de las relaciones mutuas entre EEUU y Gran Bretaña, eleva la respetabilidad de quien, en estos momentos, no es capaz siquiera de garantizar a su pueblo el suministro de alimentos y otros productos básicos. El sí también puede ser la contestación a la pobre consideración que, implícitamente, ha prestado Biden a las democracias europeas continentales y a aquellos que, desde éstas, reclaman el multilateralismo y los valores democráticos como pilares de la vida política, frente al iliberalismo y los defensores de ese capitalismo de pensamiento único que se reclama comunista.

Simultáneamente, también existen razones para el no, porque los demás no son responsables de nuestras debilidades. La Unión Europea arroja una visión confusa al resto del mundo. ¿Quién es capaz de negociar en su nombre, sin estar atado a un recio nudo de cadenas, frenos y procedimientos infinitos? ¿Cuándo la Unión dejará de elucubrar sobre su propia estrategia, sus prioridades internacionales y el avance de su cohesión interna para pasar a hechos más reales que anecdóticos? Mientras continúe existiendo la Europa insegura e indolente, aferrada a pequeñas cuitas internas, la Unión no dará seguridad real al mundo. No será creíble. No será más que una pieza menor en un mundo donde son otros los que destacan.

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