CASTELLÓ. La actualidad está desbocada. Esta última semana ha sido triste e indignante. Es increíble la basura que estamos engullendo desde algunas empresas periodísticas, así como de ciertas y ciertos periodistas. He recordado aquellos primeros platós televisivos de Nieves Herrero sobre la tragedia, convertida en espectáculo prime time, de las niñas de Alcasser. Inolvidable aquel insultante tono plañidero de la presentadora que llevó una tragedia al directo. Fue ese momento en el que la ética de la profesión televisiva marcó un ciclo de debacle sin retorno.
El odio de Vulcano, excelente artículo que escribe Elsa López en El País, dibuja la tragedia de la erupción del volcán de Cumbre Vieja. Lo hace desde la vivencia de una nieta de abuelos de La Palma. Desde los seis años, que vivió la erupción de 1949, recordando el calor y el miedo. Vivió el segundo volcán en 1971, como adolescente, sintiendo que su isla iba modificándose como reclamo turístico, pero luchando por conservar la vida rural y agrícola. Ahora, según sus palabras, está desconcertada y desolada. Ahora todo es diferente. Este volcán de Cumbre Vieja que todavía no tiene nombre, es algo inhumano, peligroso y aterrador por otras razones. Este volcán provoca dolor y pérdidas, angustia y sobresalto.
Una catástrofe que no necesita esos imposibles primeros planos, ni toses de locutores por el humo que se respira, ni reporteras y reporteros chamuscados, no requiere de periodistas disfrazadas y disfrazados de Indiana Jones, ni de empresas que han encendido la calculadora de las audiencias.
En este país se comenzó a seguir la muerte, el dolor y la destrucción de las personas a través de un periodismo insano. Hace ya muchos años. Cada vez que una presentadora televisiva, con una destacada audiencia de la mañana, interpreta frente a la cámara, -cómo lo ha hecho estos últimos días-, su falsa mirada llorosa, con una indumentaria oscura, con ese gesto de fruncir el entrecejo, y nos dice cualquier cosa sobre el volcán de La Palma, nos está diciendo aquello que no siente, que esa información depende de su propio marketing, de las audiencias y del soporte publicitario. Degrada a las personas. Es vomitivo. No hay credibilidad. Ninguna. Ni ética.
Hay otros aspectos desagradables de la invasión mediática en La Palma. ¿Por qué grita tanto el periodismo televisivo? ¿Por qué informan de una manera tan burlesca? ¿Por qué tanto exceso de lenguaje no verbal y tanto aspaviento? ¿No saben dónde se encuentran? El dónde, el porqué, el cuándo, el quién y el qué… Es vergonzoso. Estamos viviendo una catástrofe en directo, y es demasiado cruel para fabricar titulares. Lean a Elsa López, y a otras y otros periodistas isleños. Entenderán que la realidad no son historias para el exhibicionismo.
La pasada semana ha transcurrido entre alertas naranjas y amarillas de lluvia. La ciudad castellonense ha transitado entre nubes negras y un exceso de humedad insoportable. Sus vecinas y vecinos han ido regresando, desde Benicàssim, a la ciudad, al núcleo urbano, como hicieran siempre sus antepasados, transitando lugares de acuerdo a las estaciones climatológicas. Este pasado fin de semana ha sido un espléndido tiempo de encuentros ciudadanos con unas calles plenas de vida, con una ciudadanía que sabe de las bondades de Castelló, que estima esta urbe cercana y amable. La ciudad ha regresado.
En esta realidad que nos lleva al bellísimo mes de octubre, las personas inician curiosos ciclos para la rehabilitación física, estética y anímica. El otoño es, quizás, la estación del cambio. Ese principio de todo, de abandonar el tórrido calor mediterráneo para estrecharnos en enormes abrazos, al calor de una exquisita vida y gastronomía castellonense. En Morella, los últimos días de septiembre nos llevan a encender la chimenea con esa imprescindible leña de carrasca, a degustar rovellons y gírgoles, a buscar la bufanda en los arcones y las mantas para dormir. Y no hay veranillo de Sant Miquel que valga…
Uno de los temas que más me ha impresionado la pasada semana ha sido el tratamiento mediático de la conmemoración del Día Internacional contra la Explotación Sexual y la Trata de Personas. Además de que esta sociedad no ha avanzado para atajar este delito, hemos leído en muchos medios y en declaraciones de representantes institucionales que se sigue usando el concepto de ‘consumo’. Somos el país y la comunidad autonómica que más consume prostitución, en Castelló siguen consumiendo…. Debemos, urgentemente, pensar que las mujeres prostituidas no son productos que se consumen. Son mujeres abocadas a la prostitución. Mujeres, la mayoría, engañadas y secuestradas en sus países de origen. Debemos, urgentemente, condenar los primeros planos, y las imágenes casposas y deleznables de mujeres prostituidas que siguen usando demasiados medios de comunicación. Debemos, urgentemente, abordar esta lacra y este delito como secuestro, trata y explotación de las mujeres. Y dejemos, de una vez, la demagogia y la propaganda. Pasen a la acción, por favor.
La pasada semana ha sido excesivamente decepcionante. No solo porque se despidiera Iñaki Gabilondo de esta profesión y de los micrófonos. Pero, también, porque nos dejó la alerta irremediable de la presión de empresas y lobbies económicos y políticos que confluyen, junto a periodistas, en la mierda de información que expanden ciertos medios de comunicación y las redes sociales. No debemos seguir soportando tanto periodismo deshonesto y oscuro. Es muy difícil, parece casi imposible, informar y contrastar el momento de ilusionismo y charlatanería que vive este país.
Han sido días de tirar la toalla ante tanta ignominia mediática y política. En este país se está tejiendo una peligrosa red de despropósitos, obstruccionismo, abusos y mentiras. En todos los estamentos del estado, a todos los niveles. Y no solo en la política nacional y autonómica porque en el ámbito local se siguen las mismas consignas. Destruir, contradecir, manipular y abducir a la ciudadanía a prepararse ante la llegada de un irresponsable apocalipsis. Así están actuando las estrategias de la derecha y la ultraderecha. Sin pensar ni sentir con la ciudadanía, solamente con ese “grito de guerra” de expulsar del sistema democrático a quienes, según ellas y ellos, no merecen gobernar las instituciones públicas elegidas soberanamente, porque se sienten herederos naturales y señoritos del poder ciudadano. Y todo produce tristeza, porque este país precisaría de un mayor entendimiento y concordia entre sus fuerzas políticas, las sensatas, para seguir adelante y dar respuestas a las necesidades ciudadanas. Pero no hay manera.
Cuídense.