Libros y cómic

FANZINE NAVIDEÑO

Secretos, regalos y mentiras: así descubrí lo de los Reyes Magos

Advertencia: este texto contiene spoilers sobre la Navidad y la vida. Si hay menores a tu alrededor, procede con cautela

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VALÈNCIA. Un regalo encontrado antes de tiempo. Parientes descuidados. Un altillo explorado furtivamente. Cuchicheos en el patio del colegio… Sea por accidente o como resultado de una concienzuda investigación, hay un momento en la infancia en que los cachorros humanos (al menos, aquellos que celebran la Navidad) se asoman al gran secreto de estas fiestas. Un instante en el que la conspiración definitiva se desvela ante sus ojos. La auténtica identidad de Sus Majestades de Oriente (y, en el mismo pack de hallazgos, la de Papá Noel, el Ratoncito Pérez y el resto de la tropa del obsequio mágico) queda al descubierto y ya no hay forma de volver atrás. Esos episodios protagonizan ahora el fanzine Pequeñas observaciones respecto a los Reyes Magos cuando son los padres creces, creado por Dafne Calvo a partir de distintos testimonios. Una obra grapada que cuenta con tres opciones de portada: amarilla, naranja o roja; oro, incienso o mirra; Melchor, Gaspar o Baltasar.

El fanzine entreteje recuerdos, vivencias y anécdotas infantiles que pivotan sobre el momento en el que la verdad se abrió paso. “Siempre que alguien lo cuenta es porque ese recuerdo sigue teniendo peso. O bien es un recuerdo bonito de la niñez o bien hay un sentimiento de injusticia con el que quizá se han reconciliado con el tiempo, pero esa criatura sigue un poco enfadada por cómo se lo explicaron o por cómo se gestionó la situación a su alrededor”, apunta Calvo, responsable de otros fanzines como La baja estatura es símbolo de evolución o Radiografía crítica del problema de los cuernos.

El hallazgo suele marcar un punto de inflexión en la vida de quienes lo relatan. El fin de una fase de la infancia, el adiós a una magia en la que ya no es posible creer. De hecho, para Calvo, supone uno de los primeros duelos de la niñez: “Esa conciencia del futuro, de lo que llega cuando se pierde la inocencia, es muy significativa. Aunque se trata de una herida pequeña en comparación con otras experiencias de pérdida, eso no le quita validez ni significado”. Eso sí, subraya que, en cualquier caso, se trata de “un duelo privilegiado, porque se da en contextos donde los niños pueden imaginar, recibir regalos y cuentan con familias que han cuidado que esa fantasía pudiera sostenerse”.

Mediante este inventario, Calvo ha identificado dos sectores: quienes lo vivieron “con mucho trauma y decepción (incluso no querían asumirlo porque sentían que se cerraba una etapa) y quienes, al contrario, se sintieron con mucha agencia porque lo descubrieron y fue algo natural”. Así, la autora le concede al asunto una dimensión filosófica, “relacionada con la forma en que cada uno se posiciona ante la vida y los cambios vitales, algo que se manifiesta a una edad muy temprana”. En cualquier caso, forma parte de un proceso de maduración en el que uno empieza a enfrentarse a un mundo social con más dificultades: “Lo que antes era tan sencillo como escribir una carta y ver cómo los deseos se cumplían pasa a depender de otros factores, incluidos los estructurales. La realidad se vuelve más compleja”.

Virginia Díez es una de las participantes del fanzine. Para ella, el descubrimiento desvela dos cuestiones “que abren grietas a la inocencia de la infancia: por un lado, la mentira en sí (que sean quienes nos cuidan y nos quieren los que nos mienten, no necesariamente con mala intención, pero sí debilitando la confianza que depositamos en ellos); por otro, empezar a entender que la información es poder”. “Prefiero saber a no saber. Ante un tema de salud, una habladuría, lo que sea. Tú dame toda la información que puedas y ya la gestiono yo. Quizás haberme enterado más tarde que otros niños con los que me relacionaba y haberme sentido objeto de burla haya acrecentado ese impulso”, señala.

Ya sea por un descuido familiar, por un amigo bocazas o por un arranque de ansia exploradora, el aterrizaje incontestable de la verdad genera, según Leire García Arranz (cuyo testimonio también aparece en este volumen), “una especie de vacío, el quiebre de un mito compartido. Una amiga me contó que, cuando descubrió que los Reyes no existían, dejó también de creer en Dios. Para ella, la existencia de los Reyes era la prueba de que lo invisible podía ser real. Cuando eso se cayó, todo lo demás también. Puede parecer extremo, pero refleja hasta qué punto algo se rompe”.

¿Qué hacemos con los adultos?

La niñez es la gran protagonista del fanzine, sí. Pero también juegan un papel muy relevante los adultos presentes en esas vidas XS: algunos, desde la condescendencia, la torpeza o el menosprecio; otros, desde el anhelo de preservar la magia y la inocencia. O, una vez revelado el misterio, como agentes que ofrecen consuelo o buscan complicidad para mantener el secreto.

Sea como sea, en muchos de los testimonios que surcan estas grapas, los participantes defienden con fervor a su yo infantil frente a los adultos que había alrededor. “Casi nunca se muestra empatía hacia quienes lo desvelaron voluntariamente, quienes lo ocultaron o quienes simplemente se desentendieron. Se habla desde el ‘yo’, desde la desazón o desde el jolgorio que supuso el descubrimiento en algunos casos. Los participantes no cuestionan ni ridiculizan la vivencia que tuvieron de niños, dan validez a esa experiencia, tanto si fue tierna como si fue más dura. Eso habla de cómo asumimos nuestro propio crecimiento”, expone Calvo.

Y aquí llega la paradoja del asunto: cuando recordamos ese episodio lo hacemos pensando en el humano diminuto que fuimos, “pero ahora somos nosotros los mayores. Nuestro papel ha cambiado -apunta García-. ¿Qué hacemos con esa mentira piadosa cuando hay menores cerca? No siempre sabes cuándo ni cómo se van a enterar, ni si quieres ser tú quien se lo diga…”. En este sentido, también reivindica la ilusión que existe en el lado adulto de la existencia: “Mi madre vive la Navidad con muchísima emoción. Participar de esa magia es bonito. Cuando vuelven a aparecer niños en la familia, mucha gente se reengancha a ese juego, aunque sepan que detrás hay una verdad que, tarde o temprano, saldrá a la luz”.

Los otros personajes recurrentes en esta publicación son aquellos chavales que ya lo sabían. Esos que descubrieron antes el pastel y decidieron contárselo al resto. Para Calvo, durante la infancia, el valor asociado a conocer quiénes se esconden bajo los ropajes de Melchor, Gaspar, Baltasar, sus pajes y sus camellos tiene mucho que ver “con quién es considerado más maduro, más inteligente o con capacidad de liderazgo. La información se convierte en un recurso. En esos mundos pequeños se reproduce, de alguna manera, el rol adulto. Los iguales no aparecen como cómplices con quienes compartir el problema, sino dentro de una lógica competitiva”.

“Yo me enteré en catequesis. Recuerdo las risas, el ambiente de superioridad de algunos niños que ya lo sabían y necesitaban demostrarlo. No sé si lo habían pasado mal antes, pero en ese momento parecía importante hacer evidente que ellos ya tenían ese conocimiento, que eran ‘más mayores’”, relata García. En su caso, lo vivió como “un auténtico desengaño. La primera reacción fue de negación: no podía ser verdad. ¿Cómo no iban a existir, si venían cada año, si les escribíamos cartas, si dejábamos comida y esta desaparecía? Incluso tenía ‘pruebas’: una prima me contó una vez que había visto papeles de polvorones tirados por la calle, restos de lo que los Reyes se habían ido comiendo. Para mí, aquello era una evidencia irrefutable de que todo era real”. Cuando la duda ya no pudo sostenerse, apareció el enfado: “recuerdo sentir cierto resentimiento hacia mis padres: la sensación de haber sido engañada deliberadamente. Con el tiempo, todo encaja y entiendes que hay una necesidad infantil de creer, de desear, de vivir en la fantasía. De pequeños, esa magia lo ocupa todo. Ocurre también con el Ratoncito Pérez. De hecho, recuerdo ver una vez un ratón blanco (probablemente un hámster que se había escapado) y emocionarme pensando que lo había visto de verdad”. “Son pruebas que uno mismo se construye para seguir creyendo”, resume.

Pero convertirse en vocero de la prosaica realidad no es la única vía. La otra opción es volverse un joven cómplice, asumir el rol de ayudante que permite que la ilusión siga en pie para el resto, especialmente para quienes vienen detrás en el calendario. Así le ocurrió a García: “Cuando ya lo sabía, guardé el secreto. En un campamento, vi a un monitor dejar chuches bajo la almohada de un niño al que se le había caído un diente. Al día siguiente, nadie dudaba de que había venido el Ratoncito Pérez. Yo no dije nada. En ese momento pasas a formar parte de la trama y romper la alegría ajena parece casi una traición. Con mis primos pequeños ocurrió lo mismo: colaboras, callas, sostienes la fantasía”.

Monarquía mágica: ¿a favor o en contra?

El desinterés por ocultar el tema o la falta de tacto de ciertos adultos a la hora de desvelarlo hacen que Calvo se plantee si realmente se debería fomentar la creencia en los Reyes Magos: “algunas anécdotas muestran que las personas se sintieron muy engañadas, incluso traicionadas, y que los mayores no pensaron que podían hacerles daño”. El debate no es nuevo, reaparece con cada Navidad. Y, aunque la opinión general apoya mantener la monarquía mágica, hay quienes defienden la postura contraria. Es el caso de Díez: “más allá de la intención de los padres de crear memorias bonitas y un mundo de magia para sus criaturas, creo que socialmente no está bien construir la infancia en torno a tantas mentiras. No es solo la familia: el cole, las vecinas… Y, de alguna manera, es una mentira que excluye: ¿qué pasa con quienes ya lo saben o no celebran la Navidad? ¿Deben asumir que se han portado mal y por eso los Reyes no les visitan, deben guardar un secreto que no les atañe o, peor, aprovechar su conocimiento para molestar a compañeros menores o más inocentes?

Por su parte, García elige el bando de la fantasía: “Quiero pensar que mereció la pena todo el tiempo que creí, que fue bonito mientras duró. Y que la magia no desaparece del todo: la noche de Reyes, las cabalgatas, las tradiciones siguen ahí. No es un corte radical entre creer y no creer, sino una transformación. Al final, la ilusión cambia de forma, pero no desaparece. Y quizá eso sea lo que hace que, pese a todo, sigamos celebrándolo”.

Y es que, más allá de la identidad de Sus Majestades, existe todo un ritual asociado a esas noches de enero. De colocar los zapatos de cada integrante del hogar para que los regalos aparezcan en el punto adecuado a dejar unas copitas de anís o unos dulces como detalle para los monarcas en esa larga noche de trabajo (y encontrarte al día siguiente las migas que prueban su paso por el salón). Incluso hay quienes preparan un barreño con agua por si los camellos llegan con sed. “Hay algo emocional que envuelve la entrega de los regalos y la convierte en algo más que una transacción material. Existe una construcción social y una teatralización de los Reyes Magos como consenso -defiende Calvo-. Se sostiene una simulación colectiva de que algo sigue siendo real, de que la magia puede existir si todas las personas se ponen de acuerdo”.

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