VALÈNCIA. Cuando hace doce años llegó Black Mirror, la creación de Charlie Brooker, nos pilló por sorpresa y se convirtió en un acontecimiento. Aquella serie era diferente: provocadora, impactante, compleja, incómoda. No podías dejar de recomendarla y comentarla. Muchos de los capítulos de sus primeras temporadas no eran solo relatos de ciencia ficción, eran ensayos filosóficos sobre el futuro, sobre nuestra relación con el mundo, con la realidad y con nuestra identidad. Y, además, entretenidísimos. Pero, ay, con el tiempo dejó de ser así y, sobre todo en su quinta temporada, se convirtió en una serie del montón, con historias más o menos ocurrentes, unas mejor contadas que otras, peor o mejor realizadas, y poco más. Ya no había acontecimiento.
Seamos justas: era lógico que perdiera la capacidad de sorpresa, porque ya nos conocíamos y no hay sorpresa cuando estás esperando que la haya, el problema es que perdió su mirada transgresora y provocadora, su capacidad para hacernos pensar y dejarnos varios días dando vueltas a sus imágenes y a sus tramas. Como mucho, podías aplicarle el adjetivo ‘ingeniosa’, y solo a ratos, lo que antes eran desafíos a nuestra mente se transformaron en simples giros de guion a veces no muy elaborados.
Ahora ha llegado la sexta temporada que, qué le vamos a hacer, sigue en esta línea. Cinco nuevos capítulos con algún destello a veces de lo que podría ser, pero no es. Voy a hacer algo un poco feo, que es citarme a mí misma, pero es que ya lo expliqué cuando escribí sobre la temporada anterior y, desgraciadamente, no veo motivo para cambiar la reflexión y no sé explicarlo mejor: “la serie que antes era un acontecimiento, la que marcó un antes y un después y acaparó conversaciones y análisis, se ha convertido en una del montón. Una serie más. Entretenida (eso siempre lo fue), pero intrascendente (eso no lo fue jamás). Su nueva temporada sirve para pasar el rato, tres horitas ligeras sin muchas exigencias, pero ya no te hace pensar. No te obliga a mirar el mundo de nuevo, como sucedía tras el visionado de gran parte de los capítulos de las anteriores temporadas, ni a reflexionar sobre las implicaciones de dar un like en twitter o utilizar el gps”. La única diferencia es que, en vez de tres, en esta entrega son algo más de cinco horas, pero es lo que hay.
Y eso que lo intenta, no lo podemos negar. Los creadores se han centrado esta vez en los medios de comunicación (tres de los cinco capítulos van sobre el tema) para levantar una clara crítica sobre su uso y abuso en varios frentes: en el consumo, en la creación de contenidos y en el mundo de la información. Los otros dos son sendas variaciones sobre relatos de índole fantástica que beben de muchas fuentes y muy conocidas. Vamos a analizarnos someramente.
El primer capítulo, Joan es horrible, es quizá el mejor de la tanda. Comienza brillantemente cuando la protagonista, que no ha tenido su mejor día, descubre que una plataforma de streaming llamada Streamberry ha convertido su vida en una serie protagonizada por Salma Hayek, siguiendo día a día y hora a hora, casi en tiempo real, todo lo que le sucede. Es una sátira que alerta de los peligros del algoritmo y de la alegría inconsciente con la que suscribimos contratos digitales. Streamberry tiene los colores y la sintonía de Netflix, pequeña maldad de sus creadores, teniendo en cuenta que es la compañía distribuidora de Black Mirror, pero también demostración del poder de estas compañías, que pueden reírse de sí mismas sin que eso tenga el menor efecto en su cuenta de resultados. Hayek se lo pasa pipa interpretándose a sí misma con mucho sentido del humor y desparpajo. Y el capítulo es un perfecto ejemplo de lo que hemos venido diciendo en este artículo, porque comienza siendo inquietante, para acabar en una ocurrencia entretenida que no ataca nada esencial, ni va al meollo del asunto.
El gusto por el true crime es el objeto de crítica del número dos, Loch Henry. Con el toque de humor negro marca de la casa y cierta estética del cine de terror es difícil encontrar algo reseñable de un relato de escaso interés, más allá del hecho irónico de que una serie centrada en la tecnología más puntera convierta a las cintas VHS en protagonistas y portadoras de la verdad. En realidad, no parece en absoluto un capítulo de Black Mirror. Tampoco lo parece el último, Demonio 79, una historieta de miedo poco original, con un supuesto trasfondo social de andar por casa, en la que la tecnología no juega ningún papel. El episodio no desentonaría en Mis terrores favoritos, donde también encajaría Mazey Day, el cuarto capítulo, que vuelve sobre los medios de comunicación, en este caso con una crítica un poco aparatosa sobre los paparazzi y la prensa sensacionalista que no aporta nada sobre el tema que no se haya contado antes con más complejidad.
El tercer capítulo, Más allá del mar es un relato muy ambicioso, que se pierde porque cuenta demasiadas cosas y al final deriva en clichés. Ambientada en los años sesenta sorprendentemente, porque la fecha no tiene la menor relevancia para la trama, plantea la historia de dos astronautas en una nave espacial que pueden “volver” a la Tierra cuando quieran, para evitar el aislamiento y la claustrofobia, conectando su conciencia con unos robots idénticos a ellos depositados en su casa. Aquí la pregunta se hace inevitable: ¿por qué no enviaron a las réplicas a la nave espacial y dejaron a los astronautas en tierra? Es lo que la lógica dictaría, solo que entonces no habría trama, y esto muestra bastante bien las debilidades de las últimas temporadas de la serie, esas cosas que pasan porque sí. Echamos en falta esa cohesión entre las posibilidades tecnológicas y las pasiones humanas que caracterizaba a la serie. Bueno, vale, no pasa nada, aceptamos la falta de lógica y seguimos adelante, porque es un buen punto de partida muy Black Mirror. Pero, maldición, es solo para descubrir que, al final de todo, y tras pasar algunas cosas interesantes que no revelo, esto iba de dos machos alfa peleando por una mujer, vayapordios.
¿Qué capítulos de Black Mirror recuerda? Seguro que el del cerdo, inolvidable, claro que sí, El himno nacional se llamaba. San Junipero, tan bello y emocionante. Nosedive, con aquella pobre infeliz que necesitaba likes para sobrevivir. Toda tu historia y Ahora mismo vuelvo, que nos dejaron del revés y mirando de reojo el móvil con su planteamiento sobre nuestra convivencia con las redes, la tecnología digital y la inteligencia artificial. Qué angustia Arkangel o Blanca Navidad. ¿Y de las últimas temporadas? ¿Cuántos recuerda? ¿Uno o ninguno? La serie imprescindible se volvió intrascendente, un producto para pasar el rato y olvidarlo. Una pena.
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El creador de Brassic vio cómo su padre, que trabajaba en una fundición a la que tenía que acudir en bicicleta, fue despedido en los 80, lo que acabó en divorcio y en una familia desestructurada. Él era disléxico, no tenía acceso a tratamientos de salud mental y acabó siendo un adolescente hinchado de antidepresivos que se puso a mover marihuana. Basada en esa experiencia real, surge esta serie, con dos primeras temporadas bestiales, en la que refleja una clase trabajadora adorable que lo respeta todo menos la propiedad privada