El proyecto Desorden en el Desván explora la capacidad del ritmo y la melodía para plantar cara a una enfermedad con más de 50.000 valencianos afectados
VALÈNCIA. Quienes hayan tenido el enorme privilegio de disfrutar de sus abuelos un buen puñado de años sabrán que, cuando el deterioro cognitivo comienza a hacer estragos en sus recuerdos, una de las instancias que resiste con uñas y dientes a las embestidas del olvido es la música. Aquellas estrofas que han vertebrado su vida, que han ejercido de involuntaria banda sonora de su existencia, se aferran fieramente a la despensa de la memoria. La canción con la que más gozaban en los guateques, su zarzuela preferida, los versos que tarareaban con las amigas en las sobremesas de café y cinquillo, el tema que bailaron en su boda, la nana con la que arrullaban a sus hijos o con la que eran arrullados en su infancia o los poemas musicados que aprendieron en los (a menudo muy escasos) tiempos escolares... Hay arpegios que se quedan con nosotros para siempre, que nos acompañan, aunque no seamos conscientes, hasta el final.
Ese deterioro cognitivo resulta más virulento cuando va asociado al alzhéimer, una enfermedad que afecta a más 50.000 personas en todo el territorio valenciano y cuyo Día Mundial es el 21 de septiembre. Un mal que es especialista en robar identidades: la de quien lo padece y las de quienes le rodean, que van convirtiéndose ante sus ojos en figuras desdibujadas. Todavía no se ha dado con una cura para neutralizar a este caco de las ideas, pero sí sabemos que, precisamente por su naturaleza íntima y perenne, la música constituye una herramienta muy útil para hilvanar los hilos de la memoria y hace brotar emociones que habían quedado adormiladas.
Es en este contexto en el que surge Desorden en el Desván, una iniciativa puesta en marcha por David Mazcuñán y Nacho Mañó en favor de la Asociación de Familiares de Alzhéimer en Valencia (AFAV), que celebra su 30 aniversario. El germen del proyecto lo encontramos en el poema El Olvido, que Mazcuñán escribió en homenaje a su madre, fallecida hace tres años. Su progenitora era usuaria del Centro de Día de Benicalap de AFAV y formaba parte del coro Les Veus de la Memoria, un programa de musicoterapia integrado por personas de entre 55 y 92 años que padecen alzhéimer. “Mi madre era una gran amante de la música, siempre tenía la radio puesta en casa. Y, de hecho, cuando volvía del Centro de Día, lo que más comentaba era lo bien que se lo había pasado en las sesiones de ritmos y melodías. Su actitud tras una actividad del coro o de pasar tiempo con ‘el chico de la guitarra’, como ella lo llamaba, era completamente distinta a la de un día normal. Ahí nos dimos cuenta de la importancia que tenía la música para ella”, explica Mazcuñán.
El poema evolucionó en canción y adoptó el título Desorden en el Desván, que da también nombre a una campaña cuya imagen corre a cargo del ilustrador Paco Roca. La pieza central es un disco en el que Nacho Mañó y Gisela Renes, Charo Giménez, Jonathan Pocoví, La Habitación Roja, Seguridad Social, Bombai, Los de Marras, Andreu Valor, Joan Amèric, Sarah Rose y Pau Cáfer, y Melomans abordan composiciones sobre el alzhéimer. Además, el 3 de diciembre, estos artistas protagonizarán junto con el coro Les Veus de la Memoria un concierto solidario a beneficio de AFAV. Pero aunque la música y sus periferias son el eje fundamental de esta iniciativa, también incluye exposiciones, un torneo de ajedrez y actividades infantiles.
Les Veus constituye un ejemplo del potencial que tiene la musicoterapia para llegar a rincones de nosotros mismos que permanecen todavía inexplorados. En el caso de las personas con alzhéimer, las rutinas sonoras que se practican encestan en canastas diversas y, aunque obviamente no constituyen una solución a la dolencia, sí aportan ventanas de felicidad y confort. Así, suponen una manera de ejercitar el lenguaje, la atención y el ritmo, pero también la socialización.
Por una parte, está el goce de las melodías vengan de donde vengan que pueden sonar a lo largo de una sesión. Algo tan ancestral como disfrutar con la concatenación de sonidos. También podemos centrarnos en escuchar títulos que nos recuerdan a momentos importantes, sintonías que han acompañado puntos de inflexión de nuestra microhistoria íntima. “En AFAV tienen una playlist para cada paciente, composiciones que son importantes para ellos y que les ha facilitado la familia, y se las van poniendo en determinados momentos. Para ellos son instantes de bienestar”, relata Mazcuñán. Pero también podemos entregarnos al descubrimiento de horizontes musicales desconocidos. Y además, está la cuestión del rol que jugamos en cada actividad. Una puede ser simple oyente o, como es el caso de Les Veus, convertirse en intérprete de esos temas que le hacen vibrar y conectar consigo misma, con los demás, con la vida que todavía queda por recorrer.
“A través de las canciones, nos resulta más fácil explorar nuestras emociones, revivir el pasado y acercarnos a los demás. Además, hacerlo dentro de un grupo hace que estas personas puedan sentirse más activos, relacionarse. No tenemos una cura para el alzhéimer, pero sabemos que esto les ayuda, les alivia”, resalta Corachán. Habitar la música se convierte en una forma de practicar la autoestima y la realización: “trabajamos tanto el plano más físico como el emocional es un espacio en el que las personas con alzhéimer se vuelven a sentir ellos mismos. Es una oportunidad para saber cómo eran antes de la enfermedad. Y eso es algo que puedes notar en su mirada, en cómo les cambia la cara y la expresión cuando cantan o reconocen una melodía”.
En ese sentido, destaca los beneficios tanto de trabajar con sintonías que uno ya conoce como en aventurarse hacia partituras inhóspitas. Así, regresar a las estrofas que forman parte de la educación sentimental de su personal, “es una forma de seguir conectado con los seres queridos que han formado parte de su vida, que le han acompañado en los momentos que asocian a esa canción en concreto. Por ejemplo, un señor al escuchar una de las piezas con los que estábamos trabajando, me contó que era la música que sonaba cuando se dio su primer beso con la que después fue su mujer. Él se emocionó mucho al rememorarlo y ella, cuando se lo conté, todavía más, pues sentía que era un vínculo que todavía existía entre ellos a pesar de la enfermedad”.
En el caso de adentrarse en un ecosistema de ritmos desconocidos, el trabajo reside en “el desafío de aprender nuevos contenidos”, en interiorizar frases y ritmos que no tenían grabados en su disco duro vital. Se trata pues de una suerte de gimnasia mental para ejercitar el músculo de la memoria, una actividad que, como explica Corachán, deriva en una fuente muy potente “de motivación y estimulación”. Desde hecho, un vistazo a su heterogéneo repertorio nos deja trazas de La Bamba “les encanta, solo escuchar el primer acorde se ponen a bailar, dar palmas...”, a títulos icónicos de Queen, como Another One Bites the Dust o We Will Rock You, “son muy rítmicas y con ellas trabajo la dimensión física… Tratar piezas que no pertenecen a su historia sonoromusical les ayuda a concentrarse en el ritmo. Si no prima la letra y cantar”, explica Soledad Corachán. Por supuesto, hay espacio para el bolero, el tango y el pasodoble: Volver, Perfidia, El reloj… y mucho Manolo Escobar. Lo que se llama versatilidad, vamos.
Sumarse a Les Veus de la Memòria fue para Lina la primera incursión en el mundo de los compases y los semitonos: “Yo nunca había dedicado tiempo a cantar, para mí ha sido todo un descubrimiento. Yo era de un pueblo pequeñito y muchas de las cosas que hago ahora no las podía hacer: me centraba más en coser, bordar… Pero ahora me meto la primera en todos lados”, nos cuenta desde su casa. Y de neófita en esto de los gorgoritos ha pasado a ser entusiasta veterana del coro: “Llevo más de cinco años y me encanta. No le pongo peros a ninguno de los temas que interpretamos, todos me gustan. Hemos actuado en muchísimos sitios y hemos viajado a varias ciudades, es una forma de cambiar de aires y además genera mucha alegría”, comenta sobre un proyecto que le ha llevado hasta a participar con bastante éxito en el concurso Got Talent.
Con semejantes tablas a sus espaldas, no es de extrañar que el pánico escénico no entra en los planes de Lina: “En cada actuación nos encontramos acompañados por el resto de compañeros, así que no me da ningún miedo salir a cantar delante de tanta gente. Además ensayamos mucho, trabajamos mucho la memoria y vamos muy preparados, aunque estemos ya envejecidos y nos cueste un poco sacar adelante los temas nuevos que nos proponen. Pero bueno, si no te lo aprendes un día, pues sigues practicando al día siguiente, para eso están los ensayos”. Coincide aquí con la mayoría de grandes estrellas del rock (y con las grandes folklóricas que, al fin y al cabo, son prácticamente lo mismo): no hay nada como el subidón del directo: “Salir a cantar ante un público me revoluciona mucho, es lo mejor. Y siempre nos sale muy bien, espero que siga así”. Para su próximo bolo están último sus versiones de ABBA, Leño y Marc Anthony, entre otros.
Una emoción, la de Lina, que solo es superada por la que siente su hija Amparo al asistir a uno de sus conciertos: “Para mí es algo increíble, porque nunca habíamos visto a mi madre canturreando, ni siquiera en casa. Y ver las caras de satisfacción que tienen cuando realizan una actuación y les aplauden es maravilloso. En lugar de ‘la madre de la artista’, aquí somos los hijos, los cuñados, los yernos quienes les acompañamos. Lo que consigue la música en ellos a través de la memoria es increíble: se aprenden fragmentos de composiciones en inglés, en italiano… Tremendo”.
“En nuestro primer contacto con los integrantes del coro, la verdad es que no sabíamos lo que nos íbamos a encontrar. Pensábamos que se centrarían en títulos más clásicos y nos llamó mucho la atención que se estuvieran aprendiendo letras que no habían cantado nunca, que no pertenecían a su generación. La sensación más fuerte que tuve es que todos se lo estaban pasando genial, que se les veía felices y satisfechos cuando conseguían sacar el tema con tanto esfuerzo”, apunta José Manuel Casañ, cantante de Seguridad Social.
En 2016 el grupo participó en el que Les Veus repasaron hits icónicos de los 80 y, entre ellos, el mitiquísimo Chiquilla. Ahora repiten carambola, pues el grupo participa en el disco Desorden en el Desván con Capitán Zheimer. “Me impacta que se lancen a hacer algo nuevo cuando sería más fácil quedarse simplemente con estrofas de su pasado, que les suenan un poco. Esa capacidad de saber que pueden seguir aprendiendo es increíble…”, incide. Y es aquí donde la musicoterapia encuentra uno de sus cimientos: más allá de modas y épocas, hay algo en los acordes que parece intrínseco al ser humano, que retumba en nuestros tambores interiores. Así lo cree Casañ: “mucha gente no es consciente de la importancia que tiene la música en nuestras vidas. Con estas terapias te das cuenta de lo feliz que puede hacer, de lo grande que es”.
Cantar no cura el alzhéimer , por supuesto, pero ¿quién no ha tenido ganas de ponerle la zancadilla a la enfermedad, sacarle la lengua o hacerle un más que merecido corte de mangas?