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Carne cultivada en laboratorio o hidrógeno verde, claves de una industria sostenible

5/10/2024 - 

VALÈNCIA. (EFE) La producción de carne “cultivada in vitro” en laboratorio a partir de células madre de animales, pilas para almacenar hidrógeno verde o productos biodegradables con probióticos para reducir los fertilizantes en la agricultura son algunos ejemplos de cómo las industrias agroalimentaria y energética avanzan hacia la sostenibilidad.

Están son varias de las líneas de investigación de los proyectos ‘Smartfarm’-que desarrolla el instituto tecnológico de la alimentación, AINIA-, ‘Hystec’ -del Instituto Tecnológico de la Energía, ITE- y el proyecto ‘Bioencapsulació’ -del Instituto Tecnológico del Plástico, AIMPLAS-, todos ellos puestos en marcha por centros de la Red de Institutos Tecnológicos de la Comunitat Valenciana (Redit) y financiados por IVACE+i y Fondos FEDER.

Todos ellos buscan mejorar los procesos de producción en diferentes sectores -energético, agrícola y alimentario- y encontrar, mediante la tecnología, opciones de producción más sostenibles y con menor impacto ambiental.

En concreto, el proyecto ‘Smartfarm’ del instituto tecnológico dedicado al sector de la alimentación (AINIA) tiene como objetivo la producción de carne “in vitro” en un laboratorio donde se “cultiva” a partir de células madre de animal, mediante el uso de biorreactores e impresoras 3D. Para ese fin, como explica la coordinadora del proyecto y del departamento de Biotecnología Industrial en AINIA, Paloma Juárez, llevan más de tres años estudiando diferentes subprocesos que forman parte de la producción de carne.

En concreto, parte del equipo de ‘Smartfarm’ ha conseguido aislar células de vacuno, que se extraen de las reses mediante biopsias que “casi ni notan”, y que, posteriormente, se cultivan a muy pequeña escala para obtener la célula madre que dará lugar a la producción de carne.

Otra línea del proyecto es el trabajo sobre la textura de la carne “in vitro”, para que obtenga “algo de volumen, que termine en algo parecido a un cubito”, explica Juárez, quien añade que el proceso, que se realiza con impresoras 3D, busca dar otra forma a la carne para que no sea la de “papel finito” o monocapa.

La producción de carne requiere que estas células madre se multipliquen “una barbaridad”, por lo que el equipo de AINIA usa biorreactores, es decir, instrumental y procesos de laboratorio, para dar a las células un entorno parecido al que tendrían de manera natural -en cuanto a la aportación de oxígeno, nutrientes o temperatura-, además de un movimiento muy suave que permita que se reproduzcan.

“Ahora mismo, la carne cultivada in vitro no puede competir con la carne tradicional porque los procesos para elaborarla son carísimos”, explica Juárez, que detalla que lo que más encarece este producto son los medios de cultivo, con componentes que en algunos casos llegan a costar “hasta 1.000 o 1.500 euros por litro”.

 El hecho de que, además, algunos de esos componentes procedan de la sangre de los fetos y deban recolectarse en periodo de matanza desemboca en la necesidad de buscar equivalentes “más éticos”, y por eso Ainia trabaja para sustituir el suero bovino fetal por proteínas recombinantes a partir de bacterias o levadura.

“No se trata de hacer productos sucedáneos de carne, o ‘plant-based’, como soja texturizada, sino de crear carne, con las mismas características nutricionales y organolépticas que la carne”, detalla la coordinadora del proyecto. De este modo, se puede cultivar carne “in vitro” que en su aspecto final se parezca a “carne picada normal de vacuno”, hamburguesas, albóndigas o relleno para croquetas, aunque también se le podría dar la forma de un filete con las impresoras 3D.

En cuanto a las ventajas de la carne cultivada sobre los métodos de producción tradicionales, Juárez destaca el bienestar animal, puesto que estas técnicas no requieren de sacrificio de reses, y la seguridad alimentaria: “Esta carne tiene una cantidad de controles que la normal no tiene”.

Foto:Kai Försterling/EFE

Además, destaca sus beneficios medioambientales en cuanto a la reducción de emisiones, el uso de tierras o la contaminación del aire respecto a la ganadería y la industria agroalimentaria tradicional, aunque destaca que “no se trata de desbancar a la carne, sino de complementarla”, algo por lo que apuesta una industria que se ha dado cuenta, dice, del “crecimiento exponencial de la población” y las necesidades que conlleva.

Electrodos sostenibles para pilas de hidrógeno

 Por su parte, el Instituto Tecnológico de la Energía (ITE) desarrolla el proyecto ‘Hystec’, que busca soluciones tecnológicas sostenibles para la producción y el uso del hidrógeno renovable, el conocido como “hidrógeno verde”.

Desde el centro destacan la importancia de esta fuente de energía, con alta capacidad técnica y que no genera emisiones asociadas, así como la necesidad de avanzar en la producción de baterías que almacenen este hidrógeno, en un momento en que España ha cuadruplicado el objetivo de producción de esta fuente de energía.

Por ello, el ITE desarrollará y actualizará un banco de ensayos para celdas de baterías y núcleos de electrolizadores, elementos importantes en la producción de baterías que puedan almacenar el hidrógeno renovable.

Asimismo, el proyecto se centra en la producción de electrodos sostenibles propios, para evitar tener que acudir a las materias primas críticas que normalmente se usan para la producción de baterías y que generan emisiones de dióxido de carbono y tienen un alto coste.

En concreto, estos electrodos se desarrollarán mediante tintas catalíticas a partir de materiales que proceden de la biomasa agroforestal, y se utilizarán en pilas de combustible más eficientes, económicas y sostenibles.

Probióticos para reducir los fertilizantes

 Por su parte, en la línea de reducir el impacto ambiental del sector primario, el Instituto Tecnológico del Plástico, AIMPLAS, ha desarrollado su proyecto ‘Bioencapsulació’, que nace de la necesidad de reducir el uso de productos químicos fertilizantes en tierras de cultivo, para reducir los insumos químicos y la contaminación de aguas, así como para mejorar la seguridad alimentaria.

El proyecto se centra en la incorporación de probióticos ambientales a la agricultura mediante productos de plasticultura biodegradables, es decir, que permiten que dichos probióticos lleguen al suelo a medida que se va degradando el medio que los contiene.

Los productos de plasticultura biodegradable están compuestos por microorganismos vivos, probióticos ambientales, que se incorporan, por ejemplo, a nuevos hidrogeles naturales que permiten mantener la humedad de los suelos o a ‘films’ agrícolas acolchados biodegradables. 

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