En el año 2000 Clint Eastwood produjo, dirigió e interpretó con su peculiar desparpajo una película sumamente entretenida, titulada Space Cowboys. En ella un grupo de pilotos de guerra jubilados se reunía para una misión de la NASA, que consistía en deshacerse de un viejo satélite soviético de la Guerra Fría que se dirigía sin control hacia la Tierra. Amenazaba con chocar con ella y provocar una catástrofe, ya que llevaba en su interior seis misiles que había que desactivar. Todos y cada uno de los añejos protagonistas del film, que no habían trabajado jamás con naves espaciales pero que siempre soñaron con hacerlo, eran reunidos y adiestrados junto a compañeros más jóvenes, familiarizados con la tecnología espacial. Lo más que habían pilotado en su vida habían sido aviones militares. Su reencuentro, sus adiestramientos y los preparativos de la misión eran lo más interesante de la película. La acción heroica y bien cumplida culminaba dejando a uno de ellos, enfermo de cáncer, en la luna, como siempre había soñado: tirabuzones del cine norteamericano, con su sabiduría para el melodrama y el consuelo que tanto gusta al público de todos los continentes.
Space Cowboys es una película de actores. Asistimos en ella a un duelo de veteranos: el propio Clint Eastwood, Tommy Lee Jones, Donald Sutherland y James Gardner, que disfrutan con el juguete. Tanto que nos importa más cada reacción o gesto que su odisea espacial y, sobre todo, que ellos como actores revenidos, que no desdeñan la reaparición ni el adictivo mundo que rodea el cine: los focos, las cámaras, el look, el calor de los fans. Han sido figuras del imaginario y desean serlo una vez más, figuras heroicas flotando en las pantallas.
Llevamos unos días recordando esta simpática cinta cuando contemplamos con cierta distancia el mundo de la alta política, es decir, la europea, la auténticamente glamurosa. Prescindamos por un momento del gallinero nacional, en el que la tragicomedia catalana, cada vez más burda y delirante, intoxica al conjunto del país, siendo el sainete popular de Vox la consecuencia más cutre. Vayamos de la mano de los medios, como Dante con Virgilio, al imaginario de la Europa de las naciones, de sus enmoquetados espacios, su aire acondicionado silencioso, su luz fría y sus habitantes estirados, que toman la palabra para lanzarse dardos chorreantes de retórica y veneno, siempre financiero y numérico, aunque digan: «¡Qué buen día hace hoy, con este anticiclón sobre la deuda!»