CASTELLÓ. Los negocios tradicionales, con su trabajo cotidiano y tenaz, conservan el pulso de las ciudades a través de un contacto cercano y directo con sus vecinos. Los escaparates de estos establecimientos, siempre cuidados y extrañamente familiares, esconden el ritmo disciplinado e invisible del oficio artesano. Las pastelerías, particularmente, generan un vínculo profundo con una clientela a la que no solamente alimentan, sino que también acompañan como parte de sus celebraciones, los encargos diarios o simplemente los paseos por el centro de la ciudad. En el caso de Castelló, la pastelería y cafetería Benages encarna desde su comercio y amplio obrador en la calle Mayor la esencia de una labor a mano que ensalza tanto el producto local como el proceso de elaboración de cada tarta, turrón o ximo expuestos en su vitrina.

La céntrica pastelería castellonense, regentada ahora por los hermanos Andrés y Susana Benages, junto a la mujer del primero, Nati García, cumple este año medio siglo desde que el padre de ambos tomara las riendas del establecimiento, que mantuvo el apellido de los antiguos propietarios, Blasco, durante sus primeros tres años. El local, dividido en tres secciones, invita al acceso a la tienda mediante una inconfundible vidriera decorada y la serie de productos —desde bombones hasta aperitivos salados— que recorren la entrada del negocio. Con todo, el trabajo se desarrolla detrás de su parte visible, donde los clientes también pueden detener su jornada para tomar un café. Así, el comercio se adentra en la trastienda, donde se preparan los productos elaborados, y en un profundo obrador, que guarda el alma de la pastelería, fraguada en la precisión y la calidad que proporciona la labor manual.

La herencia de la tradición pastelera

Concretamente, el origen de la actual pastelería Benages se remonta al 1 de noviembre de 1975, cuando el padre de Andrés y Susana Benages, en el oficio desde los 14 años, recibió el traspaso del local de manos de los anteriores dueños. "Poco a poco me entró la curiosidad y empezamos con mi madre despachando los sábados por la tarde", recuerda Andrés Benages, que apenas tenía 11 años cuando la familia adquirió el establecimiento. A partir de ahí, la inquietud por el trabajo aumentó y el actual dueño del negocio se especializó en Barcelona, una de las cunas de la repostería, para comenzar su labor en el obrador mientras su hermana comenzaba a dirigir la tienda. "A los tres años y medio de regentar la pastelería tuvimos que trasladarnos a un pequeño local de la misma y, una vez regresamos aquí en 1979, montamos de nuevo la tienda ya con nuestro apellido", explica Benages.

Desde finales de los años 70, la repostería ha variado no solamente respecto a su proceso de elaboración, sino también en cuanto a las formas y sabores. "La pastelería ha cambiado en sí misma; cuando empezamos, todos los productos eran dulces y a partir de mi estancia en Barcelona comenzamos a introducir los salados", comenta Andrés Benages, que detalla el baile de preferencias de los clientes durante la semana. "Entre semana se vive de la pastelería salada y el fin de semana vuelve la bandeja de dulces presente tras reunirse a comer en familia, una tradición que espero que no se pierda", señala. Las viandas de Benages resaltan debido a su cariz totalmente artesanal: desde el encamisado de un turrón para su posterior relleno hasta el pintado de la decoración de una tarde de cumpleaños. "Trabajamos con ayuda de maquinaria para el amasado o la congelación, pero todo lo demás lo hacemos todavía manualmente", indica el propietario del comercio.

El ritmo de los productos locales

En este sentido, además del oficio puramente artesano, la pastelería Benages subraya el producto de proximidad como baluarte y lo trabaja merced a la temporada que marca el calendario. "Procuramos trabajar con materia prima de aquí, como la almendra marcona de Albocàsser para los turrones", afirma Andrés Benages, una de las tres personas que trabaja en el obrador —donde llegaron a desempeñar la tarea hasta ocho—, junto a otras tres en la tienda. "Todo lo que se fabrica detrás se vende delante; siempre hemos vendido pieza a pieza". Hoy en día, el gusto de los clientes permanece en sabores clásicos como el limón, el café o la fresa, aunque el negocio innova a través de la combinación para adaptarse a las nuevas tendencias con un tiramisú de brownie o frutas exóticas. "Ahora en Navidad, por ejemplo, vamos más allá con un turrón con ginebra de Segorbe o los mazapanes", apunta.

De esta manera, las campañas se suceden para dar cabida a los roscones de Reyes, las monas de Pascua o la coca de San Juan. "Las tradiciones han bajado, especialmente entre los jóvenes, pero se siguen celebrando y se adhieren otras como San Valentín", asegura Benages. Asimismo, entre los retos que afrontan los negocios tradicionales de pastelería, surge la presencia y los precios de las grandes superficies y la ausencia de relevo generacional. "Tenemos que hacer ver que nuestros productos son totalmente artesanos y van dirigidos a los buenos paladares", expone Andrés Benages, que utiliza el ejemplo del roscón. "En grandes establecimientos ya pueden adquirirse, mientras que nosotros los hacemos en cinco días de trabajo ininterrumpido". En definitiva, después de medio siglo abiertos al público en la calle Mayor de Castelló, la pastelería Benages abandera con orgullo los valores de la artesanía y el producto como forma de vida.