Son abuela y nieta, dos generaciones de mujeres a caballo entre los siglos XX y XXI. Pascuala Gimeno Mor y Lorena Berzosa Adrián sonríen a la cámara en vísperas del Día de la Mujer, del 8 de marzo de 2025, el año en que la primera cumplirá 91 años y la segunda, 39. La historia de sus vidas simboliza la de millones de biografías paralelas, la de mujeres que han asistido a la evolución experimentada por la sociedad y por su propio papel en la familia, el trabajo y en definitiva, en la comunidad. Pascuala pertenece a una generación de mujeres marcadas por la Guerra Civil y la dura posguerra. Que en muchos casos, a duras penas pudieron aprender a leer y escribir. Y Lorena personifica el contraste de una quinta nacida en democracia: licenciada en Publicidad y Relaciones Públicas por la Universitat Jaume I, primera universitaria de la familia, máster en Comunicación Estratégica, especialista en eventos y protocolo y directora de comunicación de Cruz Roja en Castellón, su afán por aprender le ha llevado a aprender últimamente sobre etiquetado de alimentos y sector agroalimentario. Junto a los lazos familiares, a Lorena y a su abuela materna las une un vínculo significativo: la nieta ha bautizado a su propia agencia de comunicación con el nombre de su abuela, La Pascuala, simbolizando la fuerza, pasión y determinación compartidas.
Aunque lleva más de medio siglo viviendo en Vila-real, Pascuala se llama así por haber nacido un 17 de mayo, día de San Pascual. Aunque sus padres vivían en una alquería del término de Betxí, vio su primera luz en la masía de Cabezo Royo en Ludiente, en la primavera de 1934, donde “hoy no quedan ni los tejados”. Pasó una infancia itinerante entre diferentes masías siguiendo a sus padres, entre Torrechiva -donde nació su hermana menor- y la propia Ludiente, lugar donde empezó a apacentar ovejas y cabras con ocho años y tomó la Primera Comunión, sin olvidar otra etapa en una masía de Lucena del Cid y otra más en Benafer. En Lucena, de los 13 a los 16 años empezó a “labrar con el macho, segar, plantar la viña, de todo”. En Benafer ya había aprendido a coser con su madre y su abuela y ello le hacía más agradecida la tarea de pastora: “las cabras se alejaban un poco pero no había peligro y yo ahí a coser, a hacer jerseys… ya me gustaba”.
Un empleo en la casilla
De ahí pasó a Caudiel, para trabajar en una casa a cuidar a dos abuelos; allí estuvo dos años. “Pero ya me eché novio, y yo tenía 22 años y él 34, vivía con su madre… y lo que quería era casarse”, rememora. Pero antes de eso, José, criado en la masía de Cervera en Abejuela (Teruel), tiene que pasar por el servicio militar. En ese tiempo, Pascuala, que nunca fue al colegio, aprendió a leer y escribir “un poquito”. Al cabo de año y medio de noviazgo, José tiene la preceptiva charla con su futuro suegro y la pareja pasa por el altar. Pocos meses después de la boda, prosigue Pascuala, José “cogió la dula del pueblo”, es decir, el conjunto de cabras que los vecinos enviaban a pastar a un terreno del común. Al tiempo, él “iba a ayudar al barbero y en esas, un vecino le cuenta que le ha llegado el rumor de que la Pascuala se va a la casilla”. Ese es el nombre de un tipo de pequeño inmueble habitado por guardavías, guardabarreras y otros operarios del ferrocarril, situado a un lado de la línea férrea en puntos concretos.

Abuela y nieta pasean por una calle - Antonio Pradas
José escucha la idea y se la queda para sí: “mi marido lo solicitó, y a los 15 días me vino aprobado”. Es así como en mayo de 1957, Pascuala se incorpora como guardavías a la plantilla de la Compañía Minera de Sierra Menera, que desde 1907 explota las minas de hierro de Ojos Negros (Teruel) y transporta el mineral a través de una vía estrecha de 204 kilómetros hasta el puerto de Sagunto, en paralelo al ferrocarril entre Zaragoza y Valencia. En el trazado, muchos caminos atraviesan las vías y requieren la atención de los guardavías. O mejor dicho, de las guardavías, pues no son pocas las mujeres que, como Pascuala, están al cuidado de estos cruces. En su caso, su sitio está junto al cruce de las vías y el camino que lleva de Caudiel al puerto de las Cuestas del Ragudo. Su sueldo es de 15 pesetas diarias y las horas extra se pagan a 2 pesetas. En ese año de 1957, según el INE, un mozo de estación de Renfe percibe 52 pesetas como jornal. La diferencia salarial con los compañeros varones, llevará con el tiempo a Pascuala y a otras muchas como ella a reivindicar la equiparación salarial o al menos, una reducción de las diferencias. Eso sí, por separado, sin opción alguna de organizarse.
“Aunque los dos vivían allí, en la casilla, la que tenía el trabajo era ella y su marido iba trabajando en lo que le iba saliendo”, aclara con cariño Lorena, quien habla con orgullo y pasión sobre la historia de su abuela, a quien le hizo “más que un homenaje”, según sus propias palabras, al bautizar con su nombre -La Pascuala- su propia agencia de comunicación. Se trata del reconocimiento a “los valores y cualidades del esfuerzo, perseverancia, ética, humildad y honestidad” que ha recibido a través del ADN familiar y que han influido en su desarrollo como persona y mujer emprendedora.
Pascuala Gimeno aprendió a leer y escribir durante la ‘mili’ de su novio y trabajó durante 15 años en la Compañía Minera de Sierra Menera como guardavías en Caudiel
Y es que el relato de Pascuala es, en efecto, el de la tenacidad. En su puesto de trabajo en la casilla, explica, “no había ni teléfono; solo tenía el disco, que podía estar rojo, ámbar o verde; si bajaba el tren, el disco se levantaba y había que estar atenta; y si subía, como la estación estaba cerca, enseguida veía el humo de la máquina. A veces se pasaba la semana y no me quitaba ni la ropa para dormir”, explica. Su marido trabaja en otros oficios de forma esporádica, pero tiene prohibido relevarla en su función: apenas podrá durante un tiempo cubrirla por decisión de la empresa durante una baja por maternidad.
Con jornadas de 12 horas a las que a veces se suman muchas más, a lo largo de los 15 años en que trabaja como guardavías nacerán sus cuatro hijos: José Vicente, Rosa Amada, Conchín y Honorio. El primero, aún en Caudiel. A la llegada al mundo del primogénito, y a petición de Pascuala, su superior el sobrestante manda hacer obras para ampliar la casilla: “don Rafael, si me lo hace, en Navidad le regalaré un pollo”. Con dos habitaciones y un corral en la parte trasera, el espacio pronto se queda pequeño. Y ella pide un traslado que le es concedido.

Lorena atiende las explicaciones de Pascuala - Antonio Pradas
Sentido de comunidad
Rosa Amada -la madre de Lorena- nace con la familia ya aposentada en la casilla de las cuestas del Ragudo, equipada ya con un teléfono, a través del cual se reciben los avisos de llegada del tren desde la estación de Barracas, por ejemplo. Allí, el vecindario estaba compuesto “por cinco o seis vecinos, y nos ayudábamos entre todos”. En este punto, Lorena interrumpe a su abuela para destacar cómo “antiguamente había mucho más sentido de comunidad”, para concluir que “hoy tenemos que restar competitividad y volver a esa era del co, de la cooperación y la colaboración”.
Repartidos entre una y otra estación, pasan tres lustros. “Cuando el disco avisaba de la llegada del tren, tenía que encender un farol con luz verde, blanca y roja, para dar el alto a los coches, y también tenía el banderín, verde o rojo”, explica. En los primeros años son muchos los convoyes diarios, con locomotoras bautizadas con nombres como Bárbara, Teresa, Isabel, Pilarica y muchas más. Afortunadamente, Pascuala Gimeno nunca hubo de lamentar un solo accidente en su trabajo. En el anecdotario familiar quedarán recuerdos como el de José acudiendo con un saco vacío a la estación de Caudiel, para entregárselo al maquinista, y volviendo unas horas después al regreso del tren para recogerlo cargado de pan de Sarrión. “Como allí la línea hacía curva y bajaba despacio, se aprovechaba eso: un pan más bueno que bueno”, según Pascuala.
Ya en los años 70, Pascuala pide un nuevo cambio de destino, al conocer que hay una vacante en el Puerto de Sagunto. “No sabía que antes la había pedido otra casillera que estaba en Puerto Escandón [Teruel], pero resulta que al final ni fue ella ni fui yo, porque entonces quitaron la línea”. Efectivamente, el 30 de junio de 1972 marca el fin del transporte ferroviario en la línea creada por Ramón de la Sota y Llano, primer presidente de la Compañía Minera de Sierra Menera, junto a su primo Eduardo Aznar y de la Sota. Un convenio de la empresa con Renfe permite desde entonces enlazar con la terminal de Santa Eulalia mediante un ramal de vía ancha hasta su línea principal, para llegar hasta Sagunto. Las minas de Ojos Negros cerrarán definitivamente en 1987.

Dos generaciones y un mismo sentimiento - Antonio Pradas
Sin trabajo, aquel año de 1972 impone un nuevo cambio de agujas en la vida de Pascuala y José. Por algún motivo, a ella le llama la atención Vila-real, y hasta allí, a la zona sur de la localidad, se traslada la familia: “mientras mi abuelo trabajaba en una gasolinera cercana -explica Lorena- fueron construyendo su nueva casa”.
Un gran cambio social
“La vida ha cambiado mucho desde entonces para las mujeres”, concluye Pascuala, recordando sus primeros años de trabajo. Echando la vista atrás, se confiesa feliz porque sus hijos y nietos, ellas y ellos, hayan podido estudiar: “han salido espabilados”, dice sonriendo. Mientras la observa con ternura, Lorena dice haber aprendido de su abuela, entre otras cualidades, “el valor de atreverse, porque hay que tener más miedo a estancarse que a atreverse a mejorar, a prosperar, y no hablo de la parte económica, sino de crecimiento como profesional y como persona”. Asimismo, subraya valores como la paciencia “en este contexto actual de la inmediatez” y la humildad, junto a la capacidad de rodearse “de personas que hagan equipo y que vibren en la misma sintonía que tú”.
A partir de esas premisas, Lorena ha podido especializarse en el ámbito de la comunicación estratégica gracias a un bagaje en el que ha tocado todos los palos del oficio: “han crecido exponencialmente los subcampos en los que trabajar; Antiguamente estaba el periodista que escribía en un periódico, pero no había eventos corporativos, ni planes de marketing, procesos de branding, etcétera”. Por ello, considera imprescindible “tener siempre puesto el modo esponja y no ladrillo, es decir, aprender cada día y formarse constantemente, empaparse de nuevos conocimientos, no quedarse estático”.
Al bautizar a su agencia de comunicación con el nombre de su abuela, Lorena Berzosa le rindió algo más que un homenaje a “los valores y cualidades del esfuerzo, perseverancia, ética, humildad y honestidad” de Pascuala
Con la experiencia laboral de su abuela en mente, Lorena se lamenta al constatar que hoy resulta “difícil” desarrollar proyectos profesionales en el mundo rural, por la falta de algunos servicios y recursos que complican sobremanera su realización. “Ahora bien -matiza- veo esperanza y tiempos de cambio de paradigma: cada vez estamos viendo más iniciativas que impulsan, no solo el desarrollo rural, sino el emprendurismo femenino rural: ayudas, proyectos de orientación, etcétera”. En su opinión, junto a la retención del talento en los pueblos “es muy importante llevar el talento a las zonas rurales, para crear redes comunitarias y de apoyo, emprender en horizontal, abogar por un liderazgo femenino transversal, planteado con empatía y generosidad”. Asimismo, celebra que cada vez “hay mayor interés y apuesta por comprar de la terreta, más sentido de pertenencia”.

Lorena y Pascuala, sentadas en un momento de la entrevista - Antonio Pradas
La educación, clave para la igualdad
En torno a las celebraciones del 8M, en opinión de Lorena hoy persiste una desigualdad de género que hace aconsejable “rodearse y escuchar a referentes y también la educación en igualdad, concienciar y prevenir actitudes desde la infancia y ayudar a fomentar una sociedad más igualitaria”. Además de, por supuesto, conmemorar días como el 8 de marzo “recordando todo el camino recorrido y las personas que lo han hecho posible, y visibilizando las desigualdades actuales, fomentando la creación de iniciativas y foros con los que pueda cambiarse este escenario y conseguir unas mejores condiciones sociales, económicas, políticas y culturales que eliminen la discriminación en todos los órdenes de la vida”. Personalmente, “nunca” ha sentido cuestionado su trabajo por ser mujer, aunque sí ha recibido en entrevistas de trabajo "preguntas como en qué trabaja mi pareja, si tengo o quiero tener hijos”, etcétera. Por ello, le preocupa que exista aún “esa desigualdad o sesgo por razón de sexo, en algunas áreas, sectores y esferas de la vida”.
La cuarta de los ocho nietos de Pascuala explica que son cuatro chicos y cuatro chicas. Imposible mayor paridad. Elías, Alejandro y Óscar son los mayores, y tras Lorena llegaron Jesús, Marta, Ana Belén y Raquel. Hoy, los bisnietos -Julia, Elías, David y Gala- completan una familia “muy unida”, lo que Lorena atribuye a un “trabajo impecable” de sus abuelos. Aunque Pascuala enviudó de José en 2019, el resultado de ese trabajo sigue en pie: son los encuentros multitudinarios en la casa que ambos construyeron en Vila-real a principios de los años 70. En ese hogar, “cada uno” de cuyos ladrillos pasó por las manos de Pascuala, nos despedimos tras una enriquecedora conversación junto a la mesa camilla, testigo de la complicidad entre dos mujeres, entre dos generaciones reunidas con el 8M de fondo.