Series y televisión

Charlie Brooker reviste de frágil humanidad las nuevas profecías distópicas de 'Black Mirror'

La serie estrena su séptima temporada con la novedad de una secuela: la continuación del episodio USS Callister, premiado con el Emmy

VALÈNCIA. De niño, Charlie Brooker (Reading, Reino Unido, 1971) era fan de la ciencia ficción y de las comedias anárquicas. Entre sus series de cabecera se encontraban En los límites de la realidad, donde, entre fantasías y terrores, se filtraba el comentario social, y el humor atravesado por la sátira y el enfado de Monty Python's Flying Circus.

 

Esas influencias conforman el tono del que ha revestido su serie antológica Black Mirror, de la que este jueves ha estrenado su séptima temporada en Netflix. En esta nueva entrega inventa seis universos de nuestro futuro inminente, con horizontes pesimistas, pero esta vez también hay redención, vulnerabilidad y esperanza. Lo que no varía es el humor negro que viene siendo la marca de la casa desde el estreno de sus tres primeros capítulos en Channel 4 en 2011.

 

“Como vengo de la comedia, muchas veces lo que hago cuando escribo es extrapolarlo, exagerarlo y presentar un ejemplo extremo, pero así es nuestro presente: hemos inventado los teléfonos inteligentes, que contienen toda la sabiduría del mundo, pero seguramente optemos por ver un video de un perro cagando galletas. Parece distópico, pero en realidad es que vivimos una existencia distópica”, consideraba Brooker del festival Séries Mania, donde impartió una clase magistral.

 

El ritmo acelerado en los avances en el uso de la Inteligencia Artificial y las nuevas tecnologías le han dado pie a especulaciones que corren el riesgo de quedarse obsoletas, pero el guionista y locutor también advierte ventajas. “La tecnología ha evolucionado y satura nuestras vidas, de modo que se dan situaciones muy extrañas que pueden inspirar historias y la audiencia está más formada, con lo cual hay conceptos que no hace falta explicar y tramas donde lo imposible puede resultar posible”, argumentaba en Lille, donde se desarrolla la cita cultural francesa.

 

Un empacho de tecnología

 

La anterior tanda de episodios fue de terror y el público expresó que había echado de menos la tecnología, así que en esta entrega, en palabras del propio Brooke, “vamos a darle tecnología hasta que revienten”. El compendio, aunque autoconclusivo, independiente y muy diferente entre sí, supone una vuelta a los orígenes.

 

La tecnología siempre es neutra en sus propuestas, como también lo es en la vida real, “lo que sucede es que los seres humanos hemos desarrollado formas más efectivas para jodernos la vida o para inducirnos a error”, valora Brooker.

 

Muchos de sus personajes coinciden en hacer uso de unos botones en las sienes que les dan acceso a reinos digitales, como en anteriores episodios, pero también se han explorado temas nuevos, como la tecnología invasiva y la manipulación de los recuerdos. “Hay tanto familiaridad confortable como bofetones de nueva realidad”, resumía el británico.

 

Common People explora las consecuencias para la salud de hacer un pacto con el diablo, pero este representado por una empresa de alta tecnología; en Bête Noire asistimos al reencuentro de dos antiguas compañeras de instituto en un entorno laboral de innovación aplicada a los alimentos; en Hotel Reverie, una actriz se adentra en el universo virtual de una película clásica para revitalizarla; Brooker reconecta con su pasado como periodista de videojuegos en Plaything; Paul Giamatti revisa y rectifica sus recuerdos en Eulogy, mientras entra literalmente en sus fotos antiguas de hace décadas; y como guinda, USS Callister: Into Infinity se destaca por ser la primera secuela de la serie.

 

“Cuando terminamos la primera, me puse triste porque me gustaban mucho los personajes. No estaban muertos, sino que los dejábamos volando hacia un nuevo universo, hacia un nuevo capítulo. Así que decidimos que había una historia distinta e igualmente estimulante que contar para poder pasar más tiempo con ellos. Cada vez que planeamos una nueva temporada nos preguntamos qué es lo no hemos hecho antes, y nunca habíamos hecho una segunda parte”, se justifica Brooker.

 

El episodio original, reconocido con el Emmy, estaba protagonizado por un jefe de tecnología de una compañía que por la noche se resarcía del trato condescendiente e incluso despreciativo de su socio y de su plantilla como comandante de una nave interestelar.

 

Este nuevo homenaje a Star Trek cuenta con la mayor parte de los personajes de la primera entrega y con el director de la original, Toby Haynes, que en el intervalo entre la cuarta y esta séptima temporada ha dirigido episodios de las series Utopía y Andor.

 

Sin moraleja ni copyright

Como viene siendo habitual, Black Mirror cuenta con actores famosos y con nuevos talentos. Si en el pasado atravesaron este espejo oscuro de neurosis contemporáneas estrellas como Jon Hamm, Mackenzie Davis, Bryce Dallas Howard, Paul Aaron, Anthony Mackie y Miley Cirus, en esta ocasión, la audiencia puede reparar en Awkwafina, Emma Corrin, Rashida Jones y Chris O'Dowd.

 

El segundo episodio de la segunda temporada, titulado Be Right Back, estuvo protagonizada por Hayley Atwell y Domhnall Gleeson, ligados, respectivamente, a los universos de Marvel y Star Wars.

 

El punto de partida era el de un servicio que generaba interacciones con las personas fallecidas. La idea ha inspirado no pocas inteligencias artificiales para ayudar a las personas a afrontar el duelo, como imitadores de voz y chatbots. A este respecto, Brooker se quejó durante su clase magistral en la ciudad de Lille de que las empresa de tecnología no se ponen en contacto con los creadores de la serie para desarrollar los ingenios que plantean.

 

“Los desarrollan sin avisarnos, no nos piden permiso. Como estamos pensado que Black Mirror es una lista televisada de problemas, no reparamos en que va a ser la mejor publicidad para productos futuros”, bromeaba el guionista.

 

Pero si hay algo que al británico verdaderamente le incomoda es que su antología se describa como un conjunto de cuentos con moraleja, porque se considera tan “desorientado, falible y estúpido” como cualquiera, quizás, incluso más, “ya que he pasado mi tiempo buscando alivio a través de historias tontas en lugar de dedicarme a un trabajo digno”.

 

En último término, sus historias son su propio escudo contra la inquietud que le provoca este vertiginoso mundo contemporáneo. “Veo lo que sucede, me preocupo y escribo. Un psicológico diría que estoy tratando de tener bajo control las amenazas externas. La conclusión es que Black Mirror no es sátira, sino terapia”.

 

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