Libros y cómic

‘El corazón revolucionario del mundo’

Francisco Serrano cruza la historia de una célula terrorista de los 70 con delirios místicos y literatura gótica

El autor, ganador del Premio Tusquets de Novela de 2025, apuesta por "contar lo justo y dejar mucho espacio para que el lector trabaje por su cuenta, imaginando qué hay al otro lado"

  • Francisco Serrano.
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VALÈNCIA. ¿En qué se parece una célula terrorista a una secta? En que las dos necesitan convicción para imponer una cosmovisión propia del mundo y algo que se le parece pero no es lo mismo: fe . La comparación no tiene ánimo de cebarse con las primeras, pero tal vez sí de explorar aquello invisible que opera en estas organizaciones cuyos terrores y gestas suelen quedarse en el ámbito de la Historia, en la metralla y en las víctimas.

¿Qué le sucede a las personas que forman parte de una célula terrorista? ¿Qué pasa con sus miedos, con sus sospechas y, sobre todo, con todo el amor que ningún plan de logística puede frenar? Francisco Serrano (Guareña, Badajoz, 1982) ha ganado el Premio Tusquets de Novela 2025 preguntándose eso mismo con El corazón revolucionario del mundo. Y ha preferido, lúcidamente, trasladar más las preguntas que la respuesta. 

La novela, ambientada en la Europa de los años setenta, sigue a una célula anticapitalista a través de la mirada de Valeria Letelier y combina un marco histórico reconocible (inspirándose, por ejemplo, en Baader-Meinhof y otras facciones revolucionarias que marcaron la lucha anticapitalista en los 70) con un territorio simbólico hecho de ambigüedades, visiones y un hermetismo que atraviesa tanto la militancia clandestina como la dimensión esotérica del libro. Ese cruce, explica Serrano, fue uno de los puntos de partida: “Tenía claro que quería situar al lector en unas coordenadas muy realistas —Europa, años 70—, pero enseguida me apareció, de forma natural, la tendencia al fantástico, a lo mistérico”.

Esta tensión entre lo visible y lo oculto define la respiración del libro. El autor prefiere “contar lo justo y dejar mucho espacio para que el lector trabaje por su cuenta, imaginando qué hay al otro lado”. El resultado es una novela que avanza en penumbra; y mientras el plan criminal debe permanecer sin fisuras, el personaje de Valeria parece “percibir más que entender” el mundo en el que se ha adentrado. “Me parecía muy interesante ese paralelismo: igual que en un grupo terrorista tienes que ser iniciado, aquí también hay un conocimiento luminoso que solo puede experimentarse, no explicarse”, se refiere el autor, otra vez ante el espejo de una célula terrorista y una secta.

El personaje de Joel, líder intelectual del grupo, emerge como el gurú político y espiritual: “Quería un personaje que expresara una cosmovisión completa. Joel es una hipérbole: una figura que podría tener algo de filósofo hereje del siglo XIV, obsesionado con mantener viva la llama de la insurrección”. Y el líder pide así que la militancia roce la liturgia y las certezas rocen el dogma. “No soy una persona particularmente espiritual. Me interesan esos territorios por lo que cuentan de la condición humana, no como práctica real”, desvela.

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“La relación entre Joel y Valeria está trazada desde la desigualdad. Esa dinámica me interesaba mucho porque remite a la lógica de un culto: la adoración a un líder, la sumisión a un credo, la imposibilidad de cuestionar”, amplia Serrano. 

Trasladados a Francia para cometer un crimen que, supuestamente, acabará con un importante enemigo del grupo terrorista, llega a la casa donde Joel y Valeria viven otro grupo terrorista con el que colaboran: “Ellos detectan la indefensión en la que está. Tienen un compromiso inquebrantable, pero dudan de que ella pueda tenerlo en esas condiciones”.

La parte central de la novela relata un secuestro, y la novela se convierte en un thriller del que sigue habiendo mucho de donde sacar: “Ella detecta una capa de manipulación adicional. Hay una jerarquía muy fuerte que opera en su contra y que mina su capacidad de decidir. Se le pide obediencia debida y eso la frustra. Es verdad que me arriesgaba a que el lector se frustrara con ella, pero me interesaba más que avanzara a tientas, igual que Valeria”.

Esa deriva abre una reflexión sobre la autonomía, la duda y la necesidad de tomar las riendas, la verdadera trama del libro. La célula terrorista se convierte así simplemente en telón de fondo, y se desprende de cualquier necesidad de ajustar cuentas con la Historia. En este sentido, el tercer personaje en discordia es Carlos Reseda —personaje inspirado de forma muy libre en figuras como Carlos ‘el Chacal’— que, frente a la rigidez de Joel, funciona como un verso suelto que introduce grietas en la doctrina —“Reseda va por su cuenta, hace lo que le interesa, y Valeria ve en él una forma distinta de estar dentro del movimiento. Esa comparación la remueve”.

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Terrorismo gótico y fantástico

Pero la novela también  respira a través de escenas de un fantástico difuso: una anciana que narra historias imposibles, una momia de pantano que podría hablar, imágenes perturbadoras que irrumpen y desaparecen en los sueños y que nunca dejan una huella explicativa. Serrano asegura que los lectores están entrando bien en ese juego: “Detectan que hay un pequeño relato dentro del relato, un eco de la novela de misterio que Valeria lee al comienzo. Forma parte del pacto literario”.

Y añade: “Esas visiones pueden ser reales o producto de una psicosis, de una conmoción o de las drogas. Ese territorio me interesa mucho: no hay brujas y momias de forma inequívoca, pero tampoco puedes descartarlo de inmediato»” El autor reivindica ese no saber como una manera de activar al lector: “A mí me gusta que no se pueda cerrar del todo la interpretación”.

En el tono, el corazón de cada personaje

En El corazón revolucionario del mundo coexisten registros muy distintos: de la frase seca y descriptiva a la prosa alambicada que sostiene lo onírico. También los discursos exaltados de los personajes, que tienen una energía casi declamatoria. Serrano explica esa decisión: “Cuando los personajes peroran sobre sus creencias, renuncio al naturalismo. Les permito un verbo más florido, porque su entusiasmo se transmite mejor así”.

Valeria funciona siempre como contrapeso, un anclaje en la cordura. “Me interesa mucho ese contraste: un personaje afirma que falsificar documentos lo convierte en un demiurgo capaz de crear realidades, y Valeria le responde: Bueno, ¿quieres un café?”. Ese aterrizaje, dice, evita caer en el exceso y recuerda al lector que la novela habla tanto de fe política como de los mecanismos íntimos que la sostienen —la historia remarca todo el rato quién le hace el café a los líderes terroristas.

La novela cuenta lo que sucede fuera de los despachos donde se planea el crimen político, y acaba hablando de la condición humana que moviliza esa fe y esa valentía para llevarlo a cabo. Si todo el mundo escribe sobre un supuesto auge del fervor religioso, tal vez una novela sobre las dudas y sobre el fervor anticapitalista rime bien, aunque sea en asonante. 

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