Libros y cómic

LA LIBRERÍA

Historias del Este: presente, futuro y pasado

Acantilado nos regala tres títulos de autoras y autor rusos que nos permiten conocer aspectos diferentes a los que a nos llegan a diario a través de la pantalla

  • Juegos Olímpicos de Moscú 1980 (IOC)
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VALÈNCIA. De un tiempo para acá todo lo que nos llega del Este un espacio cardinal que no lo es más que desde nuestra perspectiva eurocéntrica, dado que vivimos de pie en la superficie de una esfera (imperfecta) suspendida en un inmenso cosmos donde arriba y abajo, izquierda y derecha tienen poco sentido— son ecos de una guerra muy real, amenazas de un invierno gélido, terrible e incluso nuclear, demostraciones de poder armamentístico en el altar de lo bélico, documentos firmados con sangre que se hacen y se deshacen tan rápido como la nieve, propaganda online de un lado, del otro y del de más allá, interferencias, represalias, partisanos, sanciones, declaraciones incendiarias, fotografías de viajes oficiales, datos muy específicos sobre misiles, rumores, y toneladas digitales de vídeos en los que la aguja es indistinguible de la gran cantidad de paja AI slop que la sepulta y confunde

 

  • Desaparecer, de María Stepánova -

 

Por suerte, también nos siguen llegando libros. Libros nuevos con historias nuevas que actualizan nuestras estanterías, y que en muchas ocasiones tienden a reflejar de algún modo lo que allí, en aquella región geográfica y cultural del globo, anda ocurriendo. Un ejemplo muy claro es la novela casi autobiográfica Desaparecer, de María Stepánova, que publica Acantilado con traducción de Jorge Ferrer, y que sitúa así la historia en las primeras páginas: En uno de esos trenes, precisamente, viajaba ese día una escritora llamada M., que esperaba llegar con retraso a su lugar de destino [La ciudad extranjera en la que M. vivía ahora estaba llena de gente que había huido de los dos países en guerra, y aquellos que habían sido agredidos por los compatriotas de M. miraban a sus antiguos vecinos con horror y desconfianza, como si la vida que todos habían llevado antes de la guerra, fuera ésta como fuera, ya careciera de significado y sólo hubiera servido para enmascarar el parentesco de quienes eran como M. con la bestia que ahora quería zampárselos. Lo que sigue es el relato del desarraigo y la necesidad de poder prescindir de la identidad y las emociones en un tiempo y unas ciudades en que lo que pone en el pasaporte de la protagonista es motivo de sospecha, cuando no de reacciones mucho peores. 

 

  • El Kremlin de azúcar, de Vladímir Sorokin -

 

En El Kremlin de azúcar, Vladímir Sorokin, también publicado por Acantilado y con mismo traductor, lleva el contexto a otro territorio, el de un hipotético futuro próximo que conocemos por medio de diferentes relatos y perspectivas en que Rusia se ha transformado en una sociedad neomedieval en la que conviven señores y siervos con robots y todo tipo de productos culturales y fabriles procedentes de China. Se echa a reíMarfusha; ríe el abuelo por debajo de sus blancos bigotes. Tiene un buen abuelo, Marfusha. Es dulce y locuaz. Ha visto muchas muchas cosas. Y mucho le ha contado a su nieta de Rusia: de la Disensión Roja, la Disensión Blanca y la Disensión Gris. Y de cómo el padre del actual Soberano, el difunto Nikolái Platónovich, mandó a pintar el Kremlin de blanco, y cómo derribó el mausoleo que guardaba al responsable de la Disensión Roja, y le contó cómo los rusos quemaron en la Plaza Roja sus pasaportes internacionales, y le contó del Renacimiento de Rus, y de los heroicos opríchniks, de los asquerosos enemigos internos y los magníficos hijos del Soberano y la Soberana, de las mágicas muñecas con las que jugaban, y del caballo blanco, Budimir. A diferencia de Stepánova, Sorokin tira de humor puesto que su propósito literario, además, es diferente. A esta descripción le sigue al poco un párrafo realmente hilarante en el que se describe a los enemigos externos, y en el que quienes aterrorizan a la pobre Marfusha hasta en sus sueños son los megaonanistasdesvergonzados europeos que se encierran en los sótanos, se tragan pastillas de fuego y se soban los pitos con maquinitas creadas para tales fines. Expresar la risa en un artículo no es algo que suela funcionar, pero qué bien quedaría aquí una retahíla de emojis desternillándose. 

 

  • La educación soviética, de Olga Medvedkova -

 

El tercero de los nuevos títulos rusos de Acantilado no se circunscribe al presente en su creación como el de Stepánova, ni viaja al futuro como el de Sorokin, sino que para completar esta tríada, nos lleva al pasado. La educación soviética, de Olga Medvedkova, con traducción de MaríaTeresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego, nos ubica en el verano de 1980, días antes de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos celebrados en Moscú, en una escapada al campo de una madre y una hija que sirve a la autora para explorar, analizar y contar qué supone haber nacido y crecido en la URSS, y la manera en que las élites del momento educaron a sus hijos en las postrimerías de la inmensa superpotencia. ¿Quiénes eran esas élites? Por parte de madre, tampoco había nada claro. A su madre no le gustaba hablar del tema. Su apellido, por ejemplo, seguramente era el de su propio padre. Pero ¿cómo se apellidaba la madre de su madre? ¿De dónde venían? ¿Quiénes eran? ¿Por qué Liza no los había conocido? ¿Se habían muerto todos? Iba mirando por la ventanilla: era una región llana. Como si cualquier eminencia le estuviera vedada para siempre jamás. ¿Dónde estaban sus raíces? ¿Allí, aquí mismo? ¿En esta región? ¿Qué significaba nacer aquí, con ese apellido? Lo único que sabía es que era mejor no saber y, sobre todo, no decir nada. Era lo que sus padres le habían enseñado muy bien.Presente, futuro, pasado. Mucho, muchísimo, por interpretar y contar. Las historias, de una manera u otra se abren camino, no solo en el espacio, sino también y sobre todo en el tiempo.

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