VILA-REAL. Josep Gil ha regresado a su ciudad natal, Vila-real, para demostrar por qué está en lo más alto de la dirección de orquesta. Con las horas contadas para poder ensayar con la Orquestra Art Creare ha conseguido conducir a sus músicos por partituras de Beethoven y Mendelssohn de manera excelsa. Y es que ha sido gracias al ciclo de Música Clásica Crea Escena que se ha podido ver de nuevo con la batuta a Gil, actualmente director musical de la Joven Orquesta de Gran Canaria y asistente de Karel Mark Chichon en esa comunidad. Sobre el escenario desprende tanta energía que desde las primeras filas se le puede escuchar cuando alienta con su respiración y su golpeteo de pies a la orquesta. Su carrera, que se mantiene sólida, la ha consolidado a base de honestidad y esfuerzo en escenarios como el Teatre del Liceu, el Teatro Real, el Auditorio Nacional o el Monumental de Madrid.
Este apasionado saxofonista a quien su amor por la clásica le llevó a estudiar dirección en Estonia sigue creciendo temporada a temporada. En el circuito de la música clásica está considerado uno de los mejores y eso nos recuerda que es una cuenta pendiente de todos reconocer su figura en su tierra natal, de la que nunca se ha querido desvincular. Prueba de ello es el proyecto Crea Escena que él mismo ayudó a nacer hace siete años y que con su 'Cicle de Música Clàssica' contribuye a posicionar Vila-real como referente cultural dentro del panorama sinfónico.
-Josep, ¿cuál es el trabajo de un director de orquesta?
-Es una profesión muy romántica difícil de explicar con palabras. Hay quien dice de nosotros que somos artesanos de orfebrería del sonido, pero yo pienso que más bien somos inspiradores de los músicos para que interpreten una partitura de la mejor manera posible. Intentamos que saquen el 200 por ciento de ellos mismos y que estén motivados e implicados, porque si no es así no encontramos la chispa que hay en la música. Puedes estar cuatro horas viendo un concierto en el que no ha habido ni un minuto de música. Mi compromiso es que cada vez que estoy en un escenario frente a una formación haya siempre música. Está claro que se pueden dar problemas técnicos, de afinación o incluso interpretativos, pero yo busco que en el escenario pase algo mágico y único. Y eso hace que mi profesión sea muy romántica y espiritual. Cuando me encuentro ante una orquesta que puede que haya estado dirigida por muchos y distintos directores antes que yo, trabajo para transmitirles la idea concreta que tengo de esa sinfonía que estamos preparando.
-¿Cómo explicas esa opinión tuya de que es un oficio que tiene incluso un componente espiritual?
-Mira, el otro día le estaba enseñando Vila-real al pianista Luigi Borzillo y mientras visitábamos la iglesia Arciprestal le comentaba que, salvando las distancias, a los directores de orquesta se nos podría comparar con la figura del cura en el sentido de que ellos portan un dogma que lo transmiten al pueblo y nosotros tenemos una interpretación del dogma, que sería la partitura, y la entregamos a los músicos. Yo a la orquesta le digo cómo entiendo yo esa pieza que vamos a tocar y busco que crean en mí y en mi manera de hacer la música. Si eso sucede, surge la magia y el público nota que está pasando algo en el escenario que le está golpeando en lo más íntimo, y eso tiene algo de espiritual. Tú no eres la misma persona antes de sentarte en la butaca que cuando ha acabado el concierto. Quizás no sepas lo que es, pero reconoces que algo ha sucedido. Si viendo un concierto estás pensando en lo que vas a hacer esa noche para cenar es que no te han hecho conectar. Pero si en cambio estás fascinado por lo que escuchas, te habremos llevado a una dimensión brutal.

-¿Cómo empiezas en la música?
-A los 9 años tocando el saxo en la banda de Vila-real. A mi de pequeño me gustaba mucho hablar con la gente mayor, y cuando entré en la banda pude conocer a esa generación que sufrió la Guerra Civil. Los considero los últimos románticos porque sin medios apostaron por la música; era algo sagrado para ellos. Eran personas devotas que sacrificaron su vida por la música, y eso es algo que a mí me marcó. Fue una generación de músicos fascinante.
-¿En qué momento te das cuenta de que la música es tu camino?
-De niño ya supe que quería vivir de la música. Empecé con el saxo y enseguida me di cuenta de que quería ser músico. A los 11 años en la Orquestra Jove interpretamos el segundo movimiento de la quinta de Beethoven y Antonio Luque, que está en el comité de Crea Escena, nos dio el CD de la quinta sinfonía completa y me maravilló. A partir de ese momento empecé a escuchar música clásica sin parar. En mi casa no había tradición de músicos y yo era el raro. A los 18 años entré a estudiar el superior y me di cuenta de que con el saxo, que era mi instrumento, no podía ejecutar esa música que tanto me gustaba, así que acabé la carrera con cum laude pero con la frustración de saber que no me podía dedicar a esos estudios porque el repertorio del saxo no es el de la música clásica que yo buscaba interpretar. La música del saxo no me llenaba, y a los 25 años decidí dar portazo, dejarlo todo y dar el paso de empezar de cero estudiando dirección. Hay que salir de tu zona de confort como hice yo.
-¿Tuviste que hacer muchos sacrificios?
-Te comentaba antes lo que tuvo que hacer la generación de la posguerra que conocí cuando empecé en la banda. La música lo era todo para ellos y también lo fue para mí.
-Y todo ese trabajo te ha llevado a vivir y consolidar tu carrera fuera de casa.
-Vivo en Madrid. Mi mujer es la directora de un conservatorio privado de Madrid. En el 2022 entré a trabajar en el Teatro Real como asistente y a los tres meses le ofrecieron a ella ese puesto y nos quedamos.
-¿El hecho de que ella sea cantante te ha ayudado en tu carrera?
-Ha sido fundamental. Nunca ha supuesto ningún inconveniente. Ella es directora de coro y es cantante de técnica coral. Me pregunto muchas veces qué hubiera sido de mi vida si tuviera una compañera que desconociera los sacrificios de este oficio. No me lo puedo imaginar. Mi mujer es fantástica, la admiro musicalmente y tiene una gran formación. Cuando llegué a Estonia a estudiar dirección enseguida vi el nivel que tienen allí desde niños, y eso lo ves también en mi mujer, que es de allí.

-¿Qué representa haber trabajado ya en el Teatre del Liceu o en el Teatro Real?
-Es un sueño que cuando empiezas no podía si quiera imaginar. Justo ahora se ha cumplido un año de mi debut con la Orquesta Nacional. Mi hijo tenía tres meses y estaba en el camerino del Auditorio Nacional con mi mujer, y fue uno de los momentos más bonitos de mi vida. Alguna vez me había preguntado cómo sería poder dirigir allí pero no pensé que se haría realidad. Me sucedió lo mismo en el Teatro Monumental con la Orquesta de Radio Televisión Española, porque recordé en ese momento que de joven yo veía esos mismos conciertos por La 2. Nunca pensé que algún día iba a dirigir allí, pero emociona pisar el escenario que veía por la tele cuando era niño. Por eso comentaba que mi trabajo tiene una parte espiritual; tú te dejas llevar. Te enfrentas a cualquier debut y debes trabajar de la misma manera, ser siempre el mismo. Si cambias tu forma de dirigir cuando cambian los músicos que están frente a ti estás vendido en el mundo del arte. Te engañas a ti mismo. Hay que ser honesto y transparente. Es lo que intento independientemente del teatro en el que me encuentre.
-Obviamente, el vuestro no es un oficio al uso...
-Últimamente leo entrevistas de actores que explican lo que ocurre cuando no suena el teléfono. Es muy duro. Vivimos en un país en el que todo es titulitis y funcionariado, y lo que no es eso no está tan bien visto. Te recomiendan que pienses en la estabilidad antes que en otra cosa. Todos queremos esa estabilidad, nosotros también, pero la diferencia es que apostamos por un trabajo en el que puede ser que no te llamen.
-¿Hay alguna partitura que soñaras dirigir y que la hayas llevado a escena?
-No te puedo citar solo una porque a mi me gusta todo. Me encanta el barroco, el romántico… toda la clásica. Me dejo llevar. Hay sinfonías que sé que el día que las dirija ya me podré morir tranquilo. Pero puede que pase mucho tiempo hasta llegar ahí. El otro día leí una noticia que decía que había un director de 85 años que acababa de debutar en la New York Philarmonic (en referencia a Marek Janowski). Eso es la música. Eres devoto de un arte.

-¿Se puede ser director de orquesta, músico o cantante por oficio, es decir, sin ser amante de la clásica?
-Es difícil. Tienes que tener pasión. Si la música que transmites no la sientes, mal. Habrá gente que lo haga por oficio, y también puede ocurrir que en un momento determinado un estilo, una ópera o una sinfonía no te guste demasiado y entonces tires más de oficio, pero en general, si el arte no te apasiona es difícil dedicarte a ello, y si quieres ser un líder y transmitir, imposible hacerlo sin pasión.
-¿Cómo afrontas los ensayos de un concierto ante una orquesta con músicos que puede que no se conozcan, que sean de diferentes escuelas, técnicas y nacionalidades?
-El primer paso es hacer todo el repertorio y luego te dedicas a la técnica para que todos suenen de una misma manera. Así consigues que haya homogeneidad y que toquen con el mismo timbre. Les tienes que transmitir el sonido que tú quieres, y ellos poco a poco se van acoplando. Y cuando esa parte técnica está resuelta te vas a la interpretativa. Yo les podría pedir en ese momento que se imaginen en un lago o viendo una puesta de sol para que busquen ese mundo programático que está dentro de la música, entre las notas. Normalmente, antes de empezar, en casa ya he escuchado una o varias grabaciones de esa partitura para comprobar qué interpretación hicieron en su día los grandes maestros, pero suelo tener muy claro lo que quiero. La foto que busco que suene la tengo en mi cabeza.
-¿Qué aporta la música clásica a las personas?
-Muchas cosas. La clásica nos permite parar, pensar y escuchar. Y en sociedades latinas como la nuestra eso es casi imposible hoy en día. Hemos llegado a un nivel de ruido constante, pero ojo, no me refiero al ruido de los coches. Hablo de que no tenemos un momento de espiritualidad ni de querer encontrarnos a nosotros mismos. Pero la pregunta no es qué nos puede aportar la música clásica sino cuánta gente tiene la predisposición a encontrar ese momento que comento. La clásica sí que te lo permite y te acerca a tus pensamientos. Si tu vienes a un auditorio, te sientas en la butaca y cuando se apagan las luces dejas la mente en blanco, la música clásica te lleva a un viaje sonoro que te va a fascinar. No hay ningún otro poder energético que te pueda transmitir eso tan fuerte que te ofrece la clásica.
Una de mis batallas en el ámbito pedagógico es descodificar el pensamiento que les lleva a pensar en aburrimiento cuando ven una orquesta o cuando asocian con el sonido de una gallina a un cantante de ópera. Como director artístico de todos los conciertos pedagógicos que se llevan a cabo en Gran Canaria y por los que pasan casi 20.000 estudiantes al año mi compromiso es justo ese, hacerles ver que la música clásica te hace sentir cosas que ninguna otra cosa te puede aportar salvo quizás la naturaleza cuando estás tú solo y en comunión con ella. Otra de las cuestiones que también intento transmitir es que la ópera son historias. En el momento en el que descodificas el vibrato del cantante entiendes que está contando una trama, una película que te puede llevar a un mundo fascinante.