Cine

CRÍTICA DE CINE

'Muy lejos': Mario Casas se enfrenta al proceso de deconstrucción masculina

VALÈNCIA. Un joven viaja con su familia a Utrecht para asistir a un partido de fútbol, ya que son seguidores del Espanyol. El ambiente exuda testosterona al ritmo de los himnos del club antes del partido y también después, mientras la cuadrilla celebra la derrota en ese país extranjero que abandonará al día siguiente.

Esa noche, el protagonista, que se llama Sergio, sufrirá un ataque de ansiedad y decidirá no volver a España. A partir de ese momento, iniciará un camino de deconstrucción en un lugar donde no tiene raíces, alejado de los suyos, sin dinero, sin conocimiento del idioma y sin un lugar donde dormir. Sin identidad.

A excepción del inicio inscrito en el ámbito deportivo, esa fue la experiencia que vivió el propio Gerard Oms que ahora ha querido plasmar en su ópera prima. En el contexto de la crisis económica de 2008, el director cogió un tren con destino a Ámsterdam e inició un camino de autodescubrimiento en el seno de un entorno hostil (frío, en todos los sentidos) que lo llevó a enfrentarse una vorágine de sentimientos en los que se mezclaba el desarraigo, la desorientación y la búsqueda de esa identidad (también sexual) que parecía haber perdido.

El resultado es Muy lejos, una película que explora la masculidad tóxica heredada en la figura de un joven que quiere cambiar pero que no sabe cómo y que se perderá hasta casi diluirse para por fin encontrarse.

Muy lejos es uno de esos ejemplos inscritos dentro cine social español reciente (como también lo estaría otra película que se presentó en el pasado Festival de Málaga, Los Tortuga, de Belén Funes) que intentan abrir nuevos caminos a través de planteamientos poco explorados y de una sutileza extrema a la hora de exponer los conflictos y de crear a los personajes. En ella se encontramos elementos como la inmigración y una reflexión en torno al racismo sistémico, pero alejado de cualquier tipo de cliché a la hora de acercarse a uno de los grandes problemas que recorren Europa en la actualidad.

Lo hace a través de un itinerario repleto de preguntas, en el que iremos conociendo a nuestro protagonista poco a poco, de forma gradual y a través de pequeños detalles que nos acercarán a sus miedos e inseguridades, a sus frustraciones y que nos ayudarán a entender el bloqueo que sufre.

Se trata de una película que funciona de forma subterránea, a través de lazos invisibles, de miradas y silencios. En ese sentido, resulta extraordinario el trabajo de Mario Casas, que se aleja de su zona de confort para acercarse a un personaje introvertido y en constante exploración de sí mismo.

Se nota la química entre el director y el actor, ya que ambos llevan trabajando mucho tiempo juntos en la construcción de personajes. Gerard Oms se había convertido en los últimos tiempos en una figura fundamental para Mario Casas, tanto en lo personal como en lo profesional como su ‘coach’ interpretativo y esa confianza mutua se traslada a la pantalla de manera reveladora y transparente.

No hay artificio por ninguna de las dos partes y todo lo que vemos nos acerca a una historia repleta de humildad y dignidad, en la que se da la voz a la clase trabajadora, a aquellas personas que se encuentran en riesgo de exclusión y que luchan día a día para salir adelante, para escapar de los juicios y encontrar una libertad tanto económica como personal.

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