CASTELLÓ. Toda la belleza, la elegancia y la delicadeza que poblan los proyectos que llevan la firma de Paula Bonet se concentran en la publicación que Anagrama ha lanzado con el primer número de su nueva colección que “redescubre” una novela, en este caso, de Rafael Chirbes. Y así, el lenguaje artístico de la vila-realense ofrece una nueva lectura de ‘El año que nevó en Valencia’ en una edición cuidadísima. La pintura que abraza el texto del escritor valenciano se puede ver estos días en el piso de la capital del Turia donde Bonet comenzó a dibujar, mientras que los actos de promoción se siguen sucediendo sin apenas tiempo de descanso para la ilustradora.
Casi todo se ha dicho ya del nuevo trabajo de Paula. Comenzó casi por casualidad hace cuatro años cuando compró al azar en una librería el libro de Chirbes. Durante una cena con su editora le propuso ilustrarlo sin saber que era un deseo que dejó dicho el escritor antes de morir. La libertad con la que ha podido sacar adelante el proyecto ha dado como resultado una obra pictórica inmensa y un breve relato que cierra la edición en el que conocemos una zona personal de la artista que golpea al lector por el grado de honestidad e intimidad que arroja.
— ¿Eres consciente de lo mucho que hay de la parte más íntima de Paula Bonet en este libro?
— Soy consciente. Este texto autobiográfico de Rafael Chirbes llegó en un momento delicado para mí. Yo estaba trabajando en ‘La anguila’, que ha sido un proyecto complejo que se ha alargado mucho en el tiempo y en el que jugaba con lo que es verdad y con lo que no lo es. Sentí que necesitaba alejarme un poco de mí, buscaba desaparecer. Necesitaba encontrar una novela que no tuviera que ver nada conmigo y poder entregarme a su lectura. En una librería topé con ‘El año que nevó en Valencia’ y me descolocó. Me estimuló mucho para pintar ese libro pequeño que era de un autor desconocido para mí y que compré porque me atrajo el color de la portada y porque vinculaba la ciudad de Valencia con la nieve justo en un momento en el que estaba trabajando con colores blancos, y me imaginé mi paisaje de infancia y juventud como si fuera una ciudad nórdica.
En un principio lo que me atrapó fue que la voz del autor era una voz que me nombraba y que me hizo cuestionar qué es lo que estaba haciendo yo con mi literatura, porque leí a Chirbes y vi que aquello que yo quería escribir lo había escrito él mejor que nunca lo haría yo. Fue ahí cuando me di cuenta que lo que tenía que hacer era pintar. Es impresionante lo que sucede cuando te llega una obra de una persona con la que crees que no tienes nada que ver y de repente reconoces el paisaje, la herida, la relación con el lugar del que procedes, la ascendencia familiar… Así que, respondiendo a tu pregunta, sí, era consciente que este libro que parece muy inocente no lo es en absoluto. Cuenta con una carga que no solo tiene que ver con esta intimidad de la que hablamos sino que también traza un retrato de la sociedad valenciana de una manera muy potente.

— Los lectores se van a llevar una sorpresa cuando vean que junto a las pinturas en esta obra está tu relato más personal.
— Si. Es interesante el diálogo con la obra de Chirbes, y es muy equilibrado porque el epílogo también parece algo inocente y breve cuando no es ni una cosa ni la otra. Intenté transmitir con la palabra lo que me ocurrió cuando pintaba, que también se hace eco de lo que hacía Chirbes. En ‘El año que nevó en Valencia’ lees a una persona adulta que tiene un control excelente sobre aquello que está haciendo, porque es un gran escritor, pero hace uso de sus habilidades literarias para que escuchemos, miremos y sigamos al niño de la narración. A mi me ocurrió justo lo mismo cuando pintaba. Pintaba la Paula adulta, que es la que tiene una formación y la que controla la técnica, pero la que late dentro de esa pinturas es la Paula niña. Mientras trabajaba estaba muy cerca de mi familia. Soy consciente de que mi tesoro más grande son ellos, los que están vivos y los que están muertos, porque mientras pintaba ‘El año que nevó en Valencia’ los que han fallecido estaban en mí.
— Es fascinante el hecho de que fueras tú quien propusiera este proyecto a tu editora de Anagrama...
— Y encima era un deseo de Chirbes, que quería ilustrar esta obra. Mi aportación cierra el círculo. Es evidente que este libro tenía que existir y que tenía que editarse de esta manera. Nos dimos cuenta durante la presentación que realizamos en Madrid gracias a Cristina Sánchez-Andrade que se cumplen justo 10 años de la muerte de Chirbes. Hay que tener en cuenta que la idea era publicar este trabajo hace dos años y no se pudo porque el proyecto se fue haciendo grande conforme pasaban los meses. Pensé en un principio que iba a ser un trabajo más pequeño que pintaría con mucha velocidad y que me permitiría salir del dolor, la angustia y ese lugar oscuro al que me abocó ‘La anguila’ y así poder luego continuar con mi obra. Pero empecé a aferrarme a Chirbes para salir del agua, respirar y así volver a sumergirme en el agua de nuevo y continuar buceando. Es bestia como un proyecto que iba a ser un libro bisagra se ha convertido en parte de mi propia obra, sin dejar de ser la obra de Chirbes.
Es impresionante lo que sucede cuando te llega una obra de una persona con la que crees que no tienes nada que ver y de repente reconoces el paisaje o la herida
— ¿Cómo surgió la idea?
— Yo no sabía que era un deseo del escritor que se ilustrara esta obra. Yo se lo propuse a mi editora y ella se queda callada, es una persona muy prudente, y al cabo de unas semanas me llamó por teléfono y me explicó que si no me había contestado en el momento en el que yo se lo comenté fue porque se quedó de piedra. Entonces me confesó que lo que yo le había propuesto era justamente el deseo de Chirbes. Ahí empezamos a trabajar hasta que llegó un momento que todo se hizo grande y no sabíamos si publicarlo con el texto o no, porque mis pinturas conformaban ya una obra propia.
De hecho, uno de los motivos del retraso de la publicación ha sido que durante este último año hemos estado intentando entender qué formato debía tener porque incluso nos planteamos que se publicara una caja que incluyera un libro solo con las imágenes que yo había pintado y quizá un texto que podía ser un prólogo o un epílogo y otro libro con el texto de Chirbes. La segunda cuestión a abordar es que yo no quería escribir, para mí este proyecto era pintura, pero no escritura. Al final, todo era tan extraño y mágico que sí que nos pareció que tenía que haber un texto mío. Ahí llegaron nuevas dudas. ¿Dónde ubicamos mi escrito, al principio como un prólogo o al final como un epílogo?
— Al final ha sido un epílogo.
— Si. Un epílogo que escribí cuando el libro estaba casi en la imprenta. Me fui a Sueras y lo escribí en dos días y lo entregué tal y como se ha publicado.

- El año que nevó en València, de Bonet y Rafael Chirbes
— Completa la obra de manera estupenda.
— Si, y también queda claro ahora que tenía que ser un epílogo, como ha sido.
— ¿Cómo logra Chirbes devolverte el placer por tu oficio y el amor por tu tierra siendo como es su literatura tan cruda?
— Porque nuestra tierra, la de los valencianos, también es así. La literatura de Chirbes es tal y como tu la has descrito pero también tiene una parte muy hedonista, vinculada a la luz, a la mar, a la gastronomía, a la infancia, a la relación con los adultos, a la familia... Hay una cosa preciosa en Chirbes, que es la revisión del género, su mirada con mirada feminista.
Hay una cosa preciosa en Chirbes, que es la revisión del género, su mirada con mirada feminista
— Y eso que él era un poco bruto…
— Pero es que así somos los valencianos. Cuando me fui a vivir a Barcelona y volvía a casa de visita recuerdo que se me hacía muy evidente el hecho de que hablamos muy alto, lo veía como si fuéramos la Sicilia y creo que es algo que va con nuestro carácter y nuestra cultura. Y así es, Chirbes me devolvió el amor por la pintura en el sentido de que es la primera vez en muchos años que trabajo desde el lugar en el que comencé a pintar, y que no es otro que hacerlo dándome igual todo y centrándome solo en lo que me apetece. Ha dejado de lado si lo que estoy haciendo gusta o no o si se va a exponer o no. Con ‘El año que nevó en Valencia’ me he permitido pintar sin ningún tipo de influencia del exterior y sin ninguna prisa o urgencia y respetando la intimidad del proceso artístico,
sobre todo de la pintura al óleo. Vivimos una época en la que estamos abocados a una rapidez, a una inmediatez y a un querer enseñar al momento lo que hacemos, y la pintura es otra cosa. Haber estado cuatro años centrada en este trabajo y sin apenas enseñarlo también me ha colocado en un lugar muy bueno: en aquel que tiene que ver con mi intimidad personal pero sobre todo con mi intimidad como autora. El amor por la tierra de uno es fundamental. Lees a Rafael Chirbes, lo duro y lo crítico que es, pero nunca pierde el amor por la tierra. Cuando llegas al final de ‘El año que nevó en Valencia’ te reafirmas en el deseo de seguir perteneciendo a eso que cuenta él y que te pone la piel de gallina.
— ¿Cuando hablas de lo difícil que es para ti volver a Valencia te refieres a volver a casa?
— Si. Volver a Vila-real. Creo que ya lo he hecho. Ahora es cuestión de tiempo.

— ¿Cómo pintas la luz?
— Pintando las partes oscuras. Es muy fácil de explicar desde la parte técnica. Toda la pintura que hay bajo de las veladuras blancas es oscura. Pinto un paisaje que sé que después velaré: la mar, los personajes, los objetos de la casa… Parece todo lo contrario pero es un trabajo que requiere mucho tiempo y muchas sesiones por el secado y por las capas que vas añadiendo. Todas esas capas alejan la oscuridad y llevan a primer plano más luz. El blanco es difícil de trabajar, y este además, está pintado sobre las zonas oscuras y no en su mezcla. Yo pensaba que iba a ocuparme mucho menos tiempo del que finalmente ha sido y pensaba que iba a poder seguir trabajando en una idea que tenía cuando acabé L’Anguila’. No ha sido así, y es ahora cuando retomo ese proyecto anterior.
— ¿Qué tiene de particular la exposición donde se muestra la obra de ‘El año que nevó en Valencia?
--Es un trabajo que solo será expuesto en Valencia, y será dentro de esa intimidad que me ha permitido el proceso creativo de este trabajo. La acción del libro de Chirbes sucede en un piso pequeño de la calle Sagunto, y hemos conseguido que la muestra de las pinturas también se lleve a cabo en una vivienda de características similares, con la extraordinaria particularidad de que es donde yo viví durante más de 10 años y que es precisamente el lugar en el que empecé a pintar. Las visitas se tendrán que hacer con cita previa porque no es una galería comercial ni es un lugar donde se celebren exposiciones, evidentemente. Hemos grabado el audiolibro, que está a punto de publicarse, y cuando la gente entre al piso a ver la exposición se podrá escuchar el texto.
Nunca sabré si de haberlo conocido me hubiera entendido con él, como persona o como autor, pero sí que sé que me he entendido con su obra
— Todo lo que envuelve a este proyecto es muy particular…
--Es la manera que tengo de estar en el mundo a través de las artes a las que me dedico y que me llenan, que son la literatura y la pintura. Esta es la primera vez que he podido tener esta experiencia total entre palabra e imagen, dicho de manera literal.
— ¿Eres más feliz hoy que hace cuatro años cuando entraste a una librería y casi por casualidad te compraste ‘El año que nevó en Valencia?
— Si, soy mucho más feliz hoy. A nivel personal aquel era un momento muy difícil, y también lo era la relación que tenía con mi obra. Me estaban pasando muchas cosas graves y al mismo tiempo me sentía una privilegiada de poder sostenerlo a través del arte y por la gente de mi alrededor, que me ha cuidado mucho. Lo digo porque pese a todo había una parte de belleza en aquellas vivencias. Pero lo que no me esperaba era la conexión que iba a tener, así por casualidad, con un escritor al que no conocía y que había muerto unos años antes y que viene de mi tierra y que tiene una relación parecida a la mía con la lengua, porque los dos hablamos mucho en valenciano pero escribimos en castellano. Nunca sabré si de haberlo conocido me hubiera entendido con él, como persona o como autor, pero sí que sé que me he entendido con su obra y la he podido hacer mía, desde el respeto.