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EL CIELO AGUARDA 

El derecho a la verdad

  • Foto: EVA MÁÑEZ
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Algo tan sencillo y básico como decir la verdad no debería ser tan difícil de aplicar en el día a día de nuestras vidas. Pero hay veces que lo fácil se convierte en difícil o imposible y una verdad fácilmente se transforma en mentira. Y una mentira se hace verdad.

El valor de la verdad está relacionado directamente con la honestidad, con la buena fe de las personas y la sinceridad. Una relación debe basarse siempre en la verdad si queremos conseguir que ésta sea duradera, fiable y cada día más fuerte.

La Doctrina Social de la Iglesia tiene como eje central la dignidad de la persona humana y entre sus principios se encuentran cuatro valores fundamentales que nos ayudan a crecer, desarrollarnos y a progresar: la verdad, la libertad, la justicia y el amor. Estos valores son claves para que una relación funcione y para que una sociedad progrese adecuadamente. Tal vez la ausencia de estos valores o la incorrecta aplicación de estos hacen que nuestra sociedad se haya deteriorado tanto en los últimos tiempos.

Tristemente la mentira política es ampliamente aceptada e incluso a veces la catalogamos como necesaria. Pero no nos damos cuenta de que esto hace que nuestras democracias no sean plenas y a su vez las instituciones comiencen a debilitarse y resquebrajarse. Las relaciones toman un rumbo insospechado, pero nada halagüeñas. 

Cuando una persona o un político deja de ser creíble debería darse cuenta de que ya no tiene cabida en la esfera pública y no debería esperar a ser excluido por el resto, sino que debería dar un paso al frente y retirarse. Esto también ocurre con los partidos políticos, que al final no son más que meros instrumentos que tratan de influir en las personas y en las sociedades con una ideología y unas ideas concretas para construir una sociedad determinada. Pero un partido político cuando deja de ser útil a la sociedad es excluido automáticamente. No aprender de los errores, no pedir disculpas, no rectificar y no reaccionar, irremediablemente tiene una única salida. Las elecciones andaluzas serán prueba de ello.

El artículo 20 de la Constitución Española reconoce el derecho a comunicar o recibir libremente información “veraz”. Un adjetivo que la RAE define como “que dice, usa o profesa siempre la verdad”. La célebre frase de Gandhi, y de la que deberían reflexionar todas aquellas personas que hacen un mal uso de sus actos, dice: “Más vale ser vencido diciendo la verdad, que triunfar por la mentira”.

Las noticias que son verdad, pero incomodas para los gobiernos y sus dirigentes, no pueden convertirse en noticias falsas. Y en esto los medios de comunicación tienen su protagonismo. Y con esto no me refiero a los “Ximoanuncios” que hemos escuchado una y otra vez en estas dos legislaturas del Botànic, y que desde un principio no nos hemos creído nunca. Pero sí a las noticias sobre Azud, que es el nuevo caso de corrupción. O el de las contradicciones en las versiones de la vicepresidenta Oltra sobre la gestión de la Conselleria de Igualdad en el caso del abuso sexual a una menor tutelada por parte de su exmarido, y que hemos conocido al presentar sus alegaciones ante el TSJCV.

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