Mi vida es de una monotonía aplastante, y lo prefiero así porque cuando hay novedades suelen ser negativas. Poco tiempo me queda para el ocio, y ese poco tiempo lo empleo en leer las cartas de Raymond Chandler y en ver series. Sí, en ver series. En esto también me he traicionado. He cambiado de opinión, como uno que yo me sé. Juré y perjuré que no caería en esta tentación, pero fue en vano. Aquí me tenéis consumiendo series como un espectador bulímico. Después de acabar El mundo en llamas estoy con la tercera temporada de Babylon Berlin, retrato de la Alemania de 1929 a través de las vidas del inspector de policía Gereon Rath y su ayudante Lotte. Es una producción alemana de gran calidad, lo mejor que he visto en meses.
Hoy, en este maravillosamente país democrático y progresista, hay que pagar por todo, también por ver televisión de calidad. Es un significativo avance del capitalismo. Pero no siempre fue así; en los ochenta, cuando aún nadie había oído hablar de Netflix, Amazon Prime y HBO, un espectador podía ver series de gran calidad en TVE. Si lo intentáis hoy entre tanto canal privado, sólo encontraréis concursos y comedias para indigentes mentales.