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TRIBUNA LIBRE

¿Dónde quedó el ‘hermana, yo sí te creo’?

Publicado: 11/12/2025 ·06:00
Actualizado: 11/12/2025 · 06:00
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Escucho la radio. Leo la prensa. No así la televisión. Un único y desolador panorama inunda el espacio informativo: la sinuosa trama de la corrupción. Las noticias sobre este mal endémico se suceden como viejas y recurrentes letanías. Con cada una de ellas el horizonte se puebla de nuevos escombros indeseables, tantos que la historia de esta infinita infamia se almacenará, en un espacio breve de tiempo, junto al ceniciento polvo de mil bibliotecas.

En esta ocasión, no deseo centrarme en la corrupción político-económica, un ámbito tan sórdido y manido que hastía, sino en una corrupción que, a mi juicio, es mucho más perniciosa: la falta de honestidad, pero también de moral. No piense el lector que me voy a centrar en un tema espiritual o religioso, no es este mi propósito, sino llevar a cabo una somera reflexión sobre cómo la ausencia de un mínimo criterio ético-moral conlleva al destierro de la coherencia y de la verdad. 

Dado que la extensión siempre es limitada en el ámbito periodístico, voy a escoger un aspecto del que esta izquierda, ya solo extrema, ha venido haciendo gala, hasta el punto de creer que es un atributo que solo ella tiene derecho a esgrimir: el feminismo, al que han manipulado, vejado y ridiculizado, dolorosamente, hasta el hartazgo. 

De todos es sabido que tras la caída del Muro de Berlín –el comunismo no puede existir sin imponer muros–, la izquierda se sintió en la obligación de reinventarse. No les quedaba otra opción, porque ya no podían esgrimir la lucha de clases. Desde la Primavera de Praga, pasando por el sindicato Solidaridad, hasta llegar a la ejecución de Nicolae Ceaucescu y de su mujer, en la Navidad de 1989, millones de personas dejaron atrás el miedo a las delaciones, a las torturas, a los gulags y el exterminio para reclamar, en un grito unánime, su deseo de libertad. Había llegado la hora de inventarse o morir. Escogieron el primer camino, que siempre es el de la mentira. Se pasó de una misoginia lacerante a una defensa a ultranza del feminismo, de ahí al “Hermana, yo sí te creo”, solo había un paso. Pero ese paso, como la historia, les retrata y les delata. Les delata de forma reiterada y ominosa. Y cuando lo hace, sus máscaras de cera ya no pueden cubrir sus rostros de hormigón armado. Esa historia tiene fechas y personajes que ya son parte del paisaje político. 

A vuelapluma nos viene a la memoria Luis Roldán, otrora insigne jefe de la Dirección General de la Guardia Civil, y miembro, ¡cómo no!, del Partido Socialista. Sus heroicos hechos vieron la luz en 1994, cuando la revista Interviú publicó una serie de fotografías en las que aparecía, en ropa interior, rodeado de mujeres de vida nada académica, y disfrutando de un invitado que nunca fallaba, y que no era otro que “extraño polvo blanco” al que tan aficionado se había vuelto. Todo un servidor de la patria que le dio, mira por donde, por fugarse con una fortuna de más de 10 millones de euros de los fondos reservados y de las comisiones ilegales por adjudicaciones para la construcción de cuarteles de la Guardia Civil y de cárceles. Todo un ejemplo de esos “Cien años de honradez”, y ni uno más. La segunda afirmación, pronunciada por Tamames, es cierta; la primera, slogan del PSOE, nunca lo fue.

Más cercano en el tiempo tenemos a los chicos de Podemos, partido que ha asumido el feminismo como uno de sus ejes centrales. Para variar, su feminismo se desangra cuando vemos las conductas deshonrosas de sus máximos dirigentes. Su amor por el feminismo le llevó a Pablo Iglesias a desear azotar “hasta sangrar” a la periodista Mariló Montero. Hoy, quien defendiera que había que “naturalizar el insulto” hacia “cualquier persona pública”, continúa dando lecciones de eticidad en los medios públicos. Eso sí, ante el juez se diluyó como el azucarillo. En un acto nada homérico, le indicó a su señoría que su deseo no constituía un insulto, sino una broma de mal gusto, un mero “un chiste”. ¿Broma? ¿Ahora los feministas de salón gastan estas bromas? 

El segundo de abordo, Iñigo Errejón. El 9 de septiembre de 2020 dejó por escrito en un Tuit: “No hay denuncias falsas, hay una derecha fanática cuyo trabajo es criminalizar las mujeres”. En su faceta de James Bond, se ha visto envuelto en un turbio asunto de acoso sexual. El tema está judicializado, pero, de nuevo, la larga mancha del machismo más abyecto sacude las calenturientas sábanas de algunos miembros de la extrema izquierda. ¿Hay o no denuncias falsas? Si las hay, como esgrime cuando le acusan a él, ¿dónde quedó el 'Hermana, yo sí te creo'? Y si no las cree: ¿se habrá vuelto de extrema derecha? Me acojo a sus palabras, no a su criterio, del que siempre he dudado.

El tercero en discordia es Juan Carlos Monedero. En su día, el diario El País se hizo eco de que la Complutense daba credibilidad a la denuncia de una alumna que le acusaba de acoso sexual. Ni pongo ni quito. Son ellas quienes les denuncian, yo únicamente me hago eco de estas. La lista sigue y sigue en Podemos y Sumar, pero no es necesario alargarla. ¿Dónde quedó el 'Hermana, yo sí te creo'?

Y llegamos al partido de Sánchez, ese gran feminista, ese hombre que no conocía a quien puso de número dos y con quien recorrió toda España en un Peugeot. Los personajes de los que se rodeaba son dignos de aparecer en la antología de la inolvidable La codorniz o de El Papus. Me enternece especialmente José Luis Ábalos, quien, en un acto de honestidad intelectual sin precedentes en el decaído panorama político español, no solo llega a declararse como un gran feminista, sino, y esto es lo mejor, que está “completamente en contra de la explotación sexual de las mujeres, pero también de los hombres”. Lo reconozco: no tengo palabras. Me es imposible comentario alguno, sobre todo después de leer el siguiente tuit que escribió en 2020, en pleno 8M: tras afirmar, sin sonrojo alguno, “Soy feminista”, declaró que deseaba un país “en el que las mujeres se sientan libres, vivas y seguras”. Lo vuelvo a leer y por un breve instante me entran ganas de abrazarle. Afortunadamente vuelve la cordura, y recuerdo que sus “chicas” las pagamos entre todos los contribuyentes. 

Por último –nunca será el último–, está el sórdido caso de dos dirigentes del PSOE de Andalucía (Antonio Navarro y Paco Salazar). ¡Pedro!, ¿los conocías, o tampoco? Lo grave, siendo muy grave, no es solo que dos personas se comporten como depredadores sexuales, lo terrible es que un partido lo oculte o mire para otro lado. Leo en la web de la SER: “El PSOE sabía desde junio que una militante sufría acoso sexual del secretario general en Torremolinos: ‘Acudí a Fiscalía porque el partido no actuó’”. ¿Dónde quedó el 'Hermana, yo sí te creo'? 

Una vez más, el asombro y el desencanto se apodera de nosotros, ciudadanos que hemos decidido intentar recobrar esa razón que se oscurece cuando unos políticos sin conciencia ni criterio desean disfrutar de un carpe diem sin límite alguno. Políticos y partidos que proclaman su feminismo a los cuatro vientos porque saben vende, pero, en no pocos casos, practican lo contrario de lo que predican. Lo mismo podíamos decir de aquellos colectivos feminista que no se atreven a ir a las sedes de los depredadores sexuales para exigir su encarcelamiento, o para repudiar su falta de coherencia política. Solo lo hacen con el dimisionario Mazón, no así con la ministra de Igualdad, Ana Redondo, a la que le perdonan hasta su inexcusable negligencia en los fallos en las pulseras antimaltrato. Su falta de sensibilidad con las víctimas les delata. Su sectarismo, también ¿Dónde quedó el 'Hermana, yo sí te creo'?

Debo terminar, pero no sin antes recordar que la ingeniería social es un sintagma siniestro que inventó un famoso seminarista secularizado: Stalin. Hoy la hacen los adictos al linchamiento de la que llaman “justicia patriarcal”. Pero a estos les puede suceder como a Gregorio Samsa, que cuando despierten se encuentren que han dejado de ser seres humanos, porque sus actos les han convertido en meras cucarachas. Esto último, aunque se encuadra dentro de la licencia literaria, no sería de extrañar, porque, como diría Gil de Biedma, esta triste y miserable historia siempre termina mal. Así deseamos que termine para todo aquél que violente a una mujer, aunque me temo que muchos de ellos seguirán acogiéndose a esa nefanda ley del “Solo sí es sí”, la que ha permitido que más de 1400 agresores, violadores y pederastas hayan salido de la cárcel con una sonrisa que me hiela la sangre y me enerva el corazón. 

Juan Alfredo Obarrio Moreno es catedrático de Derecho Romano

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