VALÈNCIA. Es un mantra repetido -aunque no tanto publicado- entre analistas políticos, periodistas e incluso dirigentes del PPCV: en el horizonte electoral de 2027, los populares valencianos estarán en disposición de absorber a Vox y reeditar las mayorías absolutas conseguidas entre 1999 y 2011 o, en su defecto, reducir a sus ahora socios en el Consell a la mínima expresión parlamentaria.
Una operación similar a la llevada a cabo por el entonces presidente del PPCV, Eduardo Zaplana, y que pudo seguir de cerca el ahora jefe del Consell, Carlos Mazón, quien entró en el Ejecutivo precisamente en 1999 como director general del Ivaj. Pero, ¿es realmente válido el paralelismo para augurar ese final de la historia? Hay matices.
Unió Valenciana fue un partido conservador y regionalista que, en sus años dorados, llegó a disponer de siete escaños en Les Corts (1991), dos en el Congreso (1989) u ocho concejales en el Ayuntamiento de València (1991), que en aquel caso sirvieron a Rita Barberá para arrebatar la alcaldía al PSPV-PSOE cuatro años de que los populares asaltaran la Generalitat.
Eso sí, para sacar al socialista Joan Lerma del poder en 1995, Zaplana necesitó el apoyo de los cinco diputados conseguidos por UV, materializado en el conocido como Pacto del Pollo, que concluyó con la formación regionalista dentro del Gobierno valenciano encabezado por el líder del PP. En los siguientes meses, la crisis interna en UV, que incluso terminó con la expulsión de su carismático fundador, Vicente González Lizondo, que fallecería poco después, facilitó los deseos del PP de comenzar a incorporar a referentes de UV dentro de la disciplina del PP en la recta final de la legislatura.
Así, en 1999, el partido valencianista se quedó a las puertas de la representación parlamentaria y comenzó una travesía en el desierto en la que las esperanzas de recuperar la influencia perdida se fue desvaneciendo ante las mayorías absolutas del PP, que incluso fichaba posteriormente a José María Chiquillo, expresidente del partido. Una decadencia que concluyó con el golpe definitivo en las elecciones autonómicas de 2011, cuando Francisco Camps y el entonces líder de UV, José Manuel Miralles, anunciaban la confluencia de los proyectos que, tras los comicios, se saldó con el nombramiento de este último como alto cargo en el gobierno del PP. Unió Valenciana, pasaba a la irrelevancia.
La principal diferencia a la hora de operar por parte del PP en una estrategia de absorción es que UV era un partido de obediencia valenciana, mientras que Vox es un partido de corte absolutamente centralista. De hecho, aunque la relación entre Mazón y el vicepresidente primero del Consell, Vicente Barrera (Vox), ha empezado con buen pie, corre el peligro de tensarse si así lo decide Santiago Abascal. Sin ir más lejos, el líder nacional de Vox proclamó días atrás -flanqueado por Barrera y los otros cuatro vicepresidentes autonómicos de los que dispone- la exigencia de plantear al PP manifestaciones "institucionales" contra la amnistía allá donde se gobierne en alianza. Una iniciativa que los populares han esquivado hasta el momento.
Ahora bien, Abascal también ha irrumpido en otros debates como la condonación de la deuda a raíz del acuerdo alcanzado entre PSOE y ERC para una quita que beneficie a Cataluña. Las autonomías gobernadas por el PP también quieren aprovecharse de esa rebaja, algo a lo que se opone Vox, lo que traslada la patata caliente a Alberto Núñez Feijóo.
Estos son sólo algunos ejemplos de estrategias trazadas desde Madrid que pueden salpicar a los gobiernos autonómicos y a la buena relación que en este caso mantienen PP y Vox en el Consell. Unos problemas -había otros, sí- que no se daban entre los populares y UV en aquel gobierno de mediados de los 90, donde los debates se producían en el ámbito valenciano.