Algo se sigue moviendo en China. Lo hemos visto tras la reciente multiplicación de brotes de covid-19, recibida por el gobierno con las mismas medidas aplicadas en los primeros tiempos de la pandemia: un conjunto de confinamientos físicos que, de nuevo, alteraban la vida social y familiar, comprometían el trabajo, la empresa y el estudio y lanzaban nuevas señales de incertidumbre al resto del mundo. Todo ello en un momento donde el protagonismo ya estaba en las vacunas.
El anterior estado de cosas es revelador de las graves carencias del sistema de salud chino. En contraste con el existente en los países que han hecho suyo el Estado del Bienestar, China se enfrenta a la contradicción de haber destinado a otros fines, económicos y militares, un conjunto de recursos que hubieran edificado, aunque fuera modesta en comparación con las europeas, una red asistencial pública más densa y mejor distribuida. La elección de prioridades diferentes ha suscitado la insuficiencia de centros asistenciales y de hospitales: basta advertir el uso habitual del soborno para conseguir la atención sanitaria pública. O, como alternativa, acudir a centros privados, prohibitivos para los bolsillos con más aire que ruido. Unas opciones que, en cualquier caso, no podían salvar la menor eficacia de las vacunas desarrolladas en el país y sostenidas a viento y marea por un gobierno incapaz de reconocer lo obvio: el menor grado de acierto de la investigación doméstica y la conveniencia de importar vacunas desarrolladas en otros lugares.
Las anteriores circunstancias han despertado una reacción social ante la que el gobierno ha tenido que claudicar, enviando al desván la exigente política de confinamiento implementada en 2020. De esta decisión es responsable, en parte, la confrontación surgida entre el nivel de vida y la resignación de los ciudadanos, especialmente en las áreas urbanas e industriales más prósperas. Una resignación que decrece a medida que la población eleva sus estándares de renta y riqueza. Unos niveles de vida que, además de procurarle bienes superiores, le abre la posibilidad de elevar su nivel educativo y el conocimiento de otras realidades distintas de la propia mediante el turismo, la formación y las redes sociales, por más que éstas se encuentren permanentemente vigiladas.
El deterioro de la eficacia del autoritarismo encuentra, en factores exógenos como la covid-19, un acelerador expresado mediante manifestaciones y protestas inesperadas y difícilmente asimilables por el gobierno; reacciones que ponen a prueba su capacidad de comprensión de diversos procesos sociales que surgen a partir del momento en el que el ciudadano rechaza el intento de asfixia de una libertad personal que, aun siendo embrionaria, le permite contrastar lo que le rodea con lo existente en otros lugares y ampliar, a continuación, el alcance de sus preferencias. Un fenómeno mayoritariamente urbano, allanado por la densidad demográfica y el contacto con el exterior, facilitadores, a su vez, del alumbramiento de reflexiones y propuestas cohesivas que desafían el discurso oficial.
De otra parte, las contradicciones internas del régimen chino afloran con mayor virulencia cuanto más imprevisible resulta el fenómeno que altera su modelo de paz social y mayor el reclamo de una respuesta pública inmediata, como ha sido el caso de la Covid19. Los estados autoritarios pueden ser eficaces en el manejo de lo que resulta susceptible de previsión y planificación; por ello no sorprende que, en China, se alimente el orgullo nacional con la construcción de poderosas infraestructuras; pero obsérvese que, al mismo tiempo, se promueve con especial ahínco el uso del big data y el desarrollo de una parcela de la inteligencia artificial alineada con el control del individuo: una vez más, prioridades que rezuman la desconfianza e inseguridad del poder ante el desarrollo del conocimiento y la razonabilidad de sus habitantes. Unos hábitos cognitivos que desafían el estrecho marco de las doctrinas públicas presentadas como el summum de la infalibilidad.
Pese a que se apliquen medidas de represión, existen rebeliones naturales, ejemplificadas por las pandemias, que no se encuentran presentes en los algoritmos diseñados ni en el conocimiento público establecido con anterioridad. En tales circunstancias, son los gobiernos democráticos los que muestran una clara superioridad. Y la logran porque, aunque sorprendidos, vacilantes e incluso desbordados en un primer momento, se encuentran más preparados para improvisar y son más eficaces en la obtención de información real ajena a distorsiones promovidas por la conveniencia y protección políticas. Un método abierto de gestión que incorpora la aceptación de las recomendaciones científicas y el diálogo con la sociedad civil.
Los cambios que ha exteriorizado la parte de la sociedad china más abierta y plural han puesto en un brete a la administración del país, acostumbrada a la obediencia y disciplina de las masas. El distanciamiento de los grupos sociales más dinámicos, que están superando el furor consumista como legitimación del régimen, quizás ayude a explicar por qué el oficialismo chino, como reacción pendular, procede a revisar el grado de alineamiento de la riqueza privada con los objetivos del Partido Comunista. Una acción acompañada de la exaltación del nacionalismo: el típico remedio, históricamente empleado para conjurar la presencia de amenazas y desalientos.
Hasta Stalin tuvo que hablar de la Madrecita Rusia para exaltar el ánimo combativo de los soldados que participaban en la II Guerra Mundial: la propaganda sobre la grandeza y superioridad del régimen soviético no bastaba. Pero, en aquel momento, el adversario era el nazismo y sus aliados; ahora, el juego es distinto porque implica a Estados Unidos; y, aún más preocupante, es que la mirada china abarque en el futuro a la vecina India. Un país que, por su parte, está viviendo una inusitada revitalización de su propio nacionalismo de la mano de su primer ministro, Narendra Modi; un país que desplazará a China en 2023 como primera potencia demográfica del mundo y que, como ésta, forma parte del club de potencias nucleares.