Antes los veranos eran eternos, las vacaciones eran ese espacio prolongado, plácido y feliz en el que se balancean los placeres y los sueños. El tiempo se detenía bajo la parra tendida en un patio, bajo la higuera que comienza a madurar sus frutos, bajo la brisa y el sonido de los enormes chopos del río. El verano rompía cualquier rutina, cualquier vértigo, deteniendo los relojes y marcando ese ritmo vital que se añora. Esta semana se marcha el mes de julio, aquel tiempo de recuerdos, repartido entre las playas de la Malvarrosa, el Saler, entre l’assut de Antella y el río Júcar. Valéncia y Gavarda eran el epicentro de los días infantiles, de los primeros y atormentados pasos adolescentes, de aquellos Aplecs, en Gandía, de la Fira de Xàtiva, en agosto. Los setenta, los ochenta, las primeras manifestaciones reivindicando la libertad, la amnistía y la autonomía, con el Valencia Semanal bajo el brazo y las cuatro barras en el corazón, aquellas noches valencianas en el Carmen esquivando a los grupos fascistas que atacaban por las calles próximas al Café de la Seu, los mismos guerrilleros de Cristo Rey que golpeaban en Madrid, los mismos que lanzaban cócteles molotov en la Facultad de Periodismo. Eran los tiempos de un país que quería toda la libertad y toda la democracia. En aquellos Aplecs, en la Safor, la Costera, la Plana, el Puig, Els Ports, cabían todos los sueños, las primeras ilusiones, todas las luchas. De estos encuentros reivindicativos y festivos solo han sobrevivido el Aplec dels Ports y el del Puig, el darrer diumenge d'octubre. Este fin de semana se ha celebrado en Herbers el XLI Aplec dels Ports, una nueva cita para remarcar la supervivencia de una comarca, una convocatoria que naciera en 1978, en la Todolella. Desde aquel 1987, también en la Todolella, llegan los recuerdos de un primer Aplec luminoso y festivo. Reivindicar un pequeño territorio es una carrera de relevos generacionales. Los pueblos del interior siguen sufriendo la marginación y la falta de oportunidades.
La investidura fallida ha sido un proceso frustrante y lamentable donde todos pierden, todos perdemos. Un fracaso y una responsabilidad compartida entre dos
Estos encuentros son los mejores eventos de este pequeño país mediterráneo. Una convocatoria ciudadana que enlaza la historia y el futuro en un espacio para la convivencia y la estima. Una reivindicación permanente que se extiende en el tiempo sin perder vigencia. No es fácil vivir en estos pequeños municipios que tienen largos y solitarios inviernos. Aquí, además, las administraciones públicas no han sumado ni han mirado a los ojos de la comarca, provocando largos años de retroceso y de desigualdades. Una realidad que ahora, afortunadamente, empieza a ser escuchada. Son urgentes unas mejores comunicaciones, inversiones, trabajo, mejores servicios, internet, descentralización administrativa. Una larga lista que se repite con el fuerte deseo de detener la despoblación. L’Aplec dels Ports sobrevive tras más de cuatro décadas, conservando los significados de su origen, el gran valor de los pueblos, su cultura, una fuerte identidad que es la mejor bandera. Y el futuro, porque la lucha por la supervivencia no cesa y, ahora son los hijos y los nietos de aquellas mujeres y hombres que iniciaran el primer Aplec, quienes se están sumando con determinación y fuerza a la defensa de la vida de este pequeño rincón de los mapas. El gran corazón de esta comarca sigue latiendo con fuerza, así se siente y se escucha. Reivindicar la tierra, más oportunidades, la identidad, cultura, y, sobre todo, la dignidad de unos pueblos del interior que merecen sobrevivir. Nuevos retos, nuevas luchas. Una rueda que sigue rodando. Agosto llegará cargado de colores. De todos los colores de Els Ports, de toda la vida que provoca el cielo y la tierra, sus gentes, y el largo viaje que recorre el océano de montañas que es esta comarca.
La política está en horas bajas, en tiempos difíciles para una ciudadanía desencantada que cada vez sueña menos y puede llegar a no sentirse representada por nadie
Julio también se despide con más motivos para el desaliento ciudadano. La investidura fallida ha sido un mal final de mes, ha sido un proceso frustrante y lamentable donde todos pierden, todos perdemos. Un fracaso y una responsabilidad compartida entre dos. Las estrategias han desembocado en el error y la apariencia. Negociar, acordar, pactar no son acciones que se resuelvan en un par de encuentros, tal como cuentan analistas y periodistas especializados. Confluir requiere tiempo, entendimiento, generosidad, empatía y mirarse a los ojos, abandonando postureos y redes sociales. Los movimientos de estos últimos días han configurado un escenario destructivo. Carlos E. Cué y José Manuel Romero escribían en El País un excelente análisis sobre los pasos de la negociación que ha conducido al fracaso, de la partida de ajedrez que han librado las ambiciones, soberbias, egolatrías y los estrategas. “La partida vuelve a empezar, pero ahora los jugadores están destrozados. Los espectadores también. Y son los que tienen que votarles”. El malestar es generalizado, con escaso margen para la esperanza, tal y como se están produciendo los hechos y reacciones posteriores. La política está en horas bajas, en tiempos difíciles para una ciudadanía desencantada que cada vez sueña menos y puede llegar a no sentirse representada por nadie como ya está sucediendo en otros países. La gente corre tanto porque no sabe dónde va, el que sabe dónde va, va despacio, para paladear el ir llegando. Este pasado sábado era el día en el que naciera Gloria Fuertes en 1917. Hoy sus palabras serían tristes y solas.