Lo más divertido de la soporífera entrevista que le hizo Jordi Évole a Macarena Olona fue cuando la política (recordemos que se resiste a dejar de figurar) dijo que Vox podía ser ilegalizado por el Tribunal Constitucional debido a su falta de democracia interna; presuntamente viola el artículo 6 de la Constitución el cual ampara el funcionamiento democrático de los partidos políticos. Escuché ese aviso a navegantes y se me puso una sonrisa sarcástica y de incredulidad. Si Vox se prohíbe por su falta de libertad orgánica, el resto de los partidos deberían correr la misma suerte. Estamos en una simulación en la que todos actuamos con disimulo ante los vicios que tiene nuestro sistema. No dejan de salir informaciones como la descrita por Ximo Aguar en Valencia Plaza sobre las primarias cocinadas de Compromís para las autonómicas, pero hacemos la vista gorda ante el miedo, quizá, de que nos despierten del letargo liberal.
Un inofensivo pellizco dialéctico: la democracia no será plena hasta que el sufragio universal se traslade a los partidos políticos. Nuestro sistema partidista que ha rechazado el de listas abiertas no es todo lo transparente que debería ser porque el caciquismo heredado de la Restauración (1874-1902) campa a sus anchas en las estructuras de las formaciones. Hay casos en los que los que manejan el cotarro lo maquillan formulando estrategias ocultas para que ganen sus afines mientras se preserva una apariencia democrática, como cuando en 2019 Ciudadanos señaló con un redondel naranja a los que el aparato quería que se votase. Luego están los que no se esconden a la hora de ejercer su poder de decisión, como Ángel Franco en el PSOE de Alicante.
Francamente, la figura del capo socialista no me despertaba mucho interés hasta aquellas primarias en las que María José Adsuar decía ser la candidata anti-franquista frente a Ana Barceló. Siempre percibí ese nuevo liderazgo surgido de la nada como una amenaza en la sombra del de siempre; sin conocer su modus operandi, pero al haber leído a Maquiavelo no me daba confianza ese aura de heroína que transmitía Adsuar. Sentía cierto escepticismo de que una ex concejal colocada por Franco en la corporación municipal en 2011 fuese la que iba a liberar a la agrupación de su caudillo. No me fiaba de esa conexión de las listas electorales en las que ella había sido puesta por el que quería destronar. En el libro Vivir sin permiso de Manuel Rivas, un narcotraficante financia a una candidata a la alcaldía de su ciudad y la anima para que construya un discurso crítico con su caciquismo para no levantar sospechas de estar confabulados; esto me recuerda mucho al relato que había creado María José Adsuar, creo que era la candidata de un Ángel Franco que se resistía a que Ximo Puig tuviese a una de sus íntimas en Alicante. Los cuadros hay que observarlos con minucioso detalle para no pasar por alto ninguno de los claroscuros; muchos ignoran el reflejo de la silueta de Velázquez en Las meninas.
Personas como Ángel Franco, la pasividad de Ximo Puig en dar un golpe sobre la mesa (si no lo hace seguramente sea porque el que manda en Alicante tiene mucho que esconder) y la irrelevancia que pretenden otorgarle a su mano negra pese a que ha derrocado portavoces municipales, hacen mucho daño a la democracia integral de nuestro país. Antes de acusar a partidos como Podemos y Vox de desestabilizar las instituciones, los viejos como el PSOE deberían velar por la sanación de sus órganos internos; esa podredumbre enferma a todo el sistema.
De poco sirve tanto reclamo, ya van treinta años de orden y mando, Franco morirá en la cama y continuará haciendo trampas al solitario con la voluntad de las bases.