Nueve semanas y media, coprotagonizada por el actor y Kim Basinger, revolucionó el cine erótico que anticipó Cincuenta sombras de Grey
Recién cumplidos los dieciocho años en 1986, convencí a S., mi novia del instituto, para ir a ver Nueve semanas y media. La echaban en el Gran Hotel, hoy cerrado, como casi todos los cines. Entonces, a los cines se iba a dos cosas, fundamentalmente: a ver la película si se terciaba, y a hacer manitas, en el sentido más amplio de la expresión. También las hacíamos en los reservados de discotecas como Don Carlos, iluminados por tenues luces rojas que invitaban al juego y a la distracción mientras sonaba el último éxito de Donna Summer.
Ese sábado había cola para ver la película. Venía precedida de una campaña machacona. El film de Adrian Lyne —director de Atracción fatal y Una proposición indecente—, era, según decían, el no va más del cine erótico. Recuérdese que las revistas Interviú y Lib, junto con el Super Pop, eran de lo más vendido en los quioscos. Había ganitas.
El Gran Hotel era un cine antiguo, de los que tenían platea y gallinero. En el patio de butacas, mi novia S. y yo vimos la historia del chico que conoce a chica y acaba sometiéndola. Ella cae enamorada pero duda de que él sienta lo mismo. Entonces estos lances gustaban; a nadie se le ocurriría ir a la comisaria a poner una denuncia. Aún se sabía distinguir entre realidad y ficción. El chico era Mickey Rourke y daba vida a John Gray, un yuppie de Wall Street; y la chica era Kim Basinger e interpretaba a Elizabeth McGraw, una divorciada que trabaja en una galería de arte en Manhattan.
“En ‘Nueve semanas y media’ se insinuaba mucho pero se mostraba poco. En esto no podía competir con ‘Los bingueros’”
La campaña de promoción defraudó las expectativas de los espectadores, pues se insinuaba mucho pero se mostraba más bien poco. En esto no podía competir con Los bingueros y otras películas de la factoría Ozores. Pese a ello, en Estados Unidos algunas escenas fueron censuradas, como la del cubito de hielo sobre el cuerpo de Kim Basinger, y el dale que te pego en un callejón bajo la lluvia. Aficionados al cine erótico han visto en esta película un precedente a Cincuenta sombras de Grey, si bien la relación entre Mickey y Kim es un juego de niños en comparación con la segunda. Eso dicen porque yo no la he visto.
Lo mejor de Nueve semanas y media es la banda sonora. Kim Basinger protagoniza su memorable estriptis —en el que no se ve nada, insistimos— bailando al son de You can leave your hat on, de Joe Cocker. Bryan Ferry pone también su granito de arena con Slave to love, y hasta Eurythmics.
La película reventó las taquillas en Europa. La crítica, en cambio, juzgó que era un bodrio. A mí me entretuvo el tiempo que no estuve haciendo manitas con S., de la que no volví a saber después de marcharme a la universidad. Cada uno siguió su camino. Kim Basinger y Mickey Rourke también siguieron el suyo. A ella, vegana y animalista, le fue un poco mejor. Ganó un óscar por su papel en L.A. Confidential. Mickey, con graves problemas en los rodajes, a los que se decía llegaba sin ducharse y con ganas de bronca, volvió al boxeo, su pasión de juventud. Le destrozaron la cara, entre otras partes del cuerpo. Se puso en manos de un cirujano plástico y fue, según sus palabras, “un desastre". Quedó irreconocible. No se ha confirmado, de momento, si fue el mismo que operó a Esther Cañadas y Leticia Sabater.
En 2009 el actor fue nominado por su interpretación en El luchador. No vale recordar el resto de papeles secundarios en películas menores. El icono sexual de los ochenta es hoy un católico practicante y vota al Partido Republicano. En 1014 fue criticado por ponerse una camiseta de Putin. Se justificó alegando que, después de haberlo tratado en dos ocasiones, el mandatario ruso le parecía “un caballero, un buen tipo y decente”. Parecida opinión tenían, no hace tanto, Tony Blair, el adusto Aznar y el añorado Silvio Berlusconi. Ninguno de los tres ha pedido disculpas.