A la memoria de José Luis Gallego Gámez
Todo artista teme la traición del público. El día en que el espectador se olvidará de él. Su estrella dejará de dar luz. Los focos se apagarán y su ciclo habrá acabado. ‘Babylon’ recuerda que todo es vanidad y humo.
Cuando Brad Pitt, al final de la película Babylon, le da una generosa propina a un camarero antes de dirigirse al aseo, el espectador intuye lo que va a hacer. Brad Pitt encarna a Jack Conrad, una estrella del cine mudo de Hollywood que deja de serlo cuando llega el sonoro.
En una escena anterior, Jack Conrad mantiene una conversación con una periodista de chismorreos, Elinor St. John, interpretada por Jean Smart. “Tu tiempo ha pasado”, le confiesa ella. Conrad, a quien sólo le ofrecen papeles en películas mediocres, se resiste a aceptar la idea. El público se ríe de su voz. Lo fue todo en el Hollywood de los años veinte, y ahora el teléfono de su residencia no suena. Sigue acumulando esposas, pero se ha quedado solo. Su mejor amigo se ha suicidado por desamor.
Cualquier artista como Jack Conrad, cualquier persona que viva del juicio del público como escritores y periodistas, se enfrentará algún día al ocaso de su carrera. Quizá no haya ningún valiente que le diga: “Tu tiempo ha pasado”. Y seguirá autoengañándose porque en determinados ambientes debe de ser muy duro prescindir del calor de los focos y dejar de ser el protagonista en tu círculo de conocidos.
“La grandeza de un artista se mide por el coraje de poner fin a su carrera. Es preferible retirarse antes de que te retiren”
La grandeza de un artista se mide también por el coraje de poner fin a su carrera. Es preferible retirarse antes de que te retiren. Si no tienes nada que decir, para qué seguir. El talento acaba agotándose. Yo lo comparo con un frasco de perfume. El cristal es opaco. No ves su interior. Día tras día te echas unas gotas de ese perfume hasta que una mañana compruebas que el frasco está vacío. Tú también te has quedado vacío de talento.
En España se practica muy poco la estética de la desaparición. Irse, abandonar la escena, es también un arte. Que se lo digan a Benedicto XVI. Sin embargo, es normal que un escritor, un músico o un director de cine se adocenen repitiendo la fórmula que les proporcionó el éxito pero que con los años, de tanto insistir en ella, se revela aburrida para el público.
Es patético asistir al declive de artistas que se niegan a admitir, como Jack Conrad, que su tiempo ha pasado. El ejemplo más lacerante es el de Pedro Almodóvar, artista excelso del Régimen, la Lola Flores del sanchismo. Allí donde va hay varios ministros aplaudiéndole a rabiar. Mala señal cuando te agasaja el poder. ¡Qué lejos queda, Pedro, el talento que inspiró películas como La ley del deseo y Átame!
Sin ánimo de ofender ni pecar de aburrido, a la lista de estrellas en acelerado declive habría que añadir a Manolo García, que canta la misma canción con distintos títulos desde hace treinta años; al actor Luis Tosar, que se interpreta a sí mismo con menos gracia que Antonio Resines, y al cómico, escritor y agitador vespertino de la España profunda, Jorge Javier. De tanto repetirse cansa. Su futuro está, no cabe duda, en hacer de telonero de la candidata socialista a la alcaldía de Móstoles.
No quisiera olvidarme de los escritores, que también gozan de sus quince minutos de gloria al año, sorprendentemente en un país que trata la literatura a patadas. Un país de cabreros el nuestro. También su tiempo ha pasado para ellos: para los Juan José Millás, Antonio Muñoz Molina, Vicente Molina Foix, Rosa Montero… Las viejas glorias de lo que se llamó “nueva narrativa española” han dado todo lo que podían dar de sí. Llegaron al término de su creatividad. No se perdería gran cosa si dejasen de publicar. Los bosques se lo agradecerían. Consuélense con sus años de relativa gloria y dejen paso a los aún tienen cosas interesantes que contar. Aprendan, por ejemplo, de un escritor de su generación, Luis Landero, que cada día escribe mejor.
Babylon, dirigida por Damien Chazelle, es un canto a la magia del cine, ese refugio en el que nos protegemos de la brutalidad de la vida. Dura tres horas. Retrata el Hollywood canalla de los años veinte —sexo, drogas y alcohol a gogó—. Es una película grandilocuente, hiperbólica, poderosa y prodigiosa a ratos, aburrida en otros, irregular como la vida misma, con escenas inolvidables como la fiesta inicial en la mansión del productor Dan Wallach, y la de la serpiente en un desierto de California.
En los títulos de crédito, una parte del público arrancó a aplaudir. Yo también lo hice. Allá donde estuviera, a José Luis, mi amigo del alma, también le encantó. Algún día la comentaremos y echaremos unas risas.
Más de 45.000 personas, en 2023, con toda seguridad profesionales preparados y con una costosa formación a cargo del Estado, que por motivos de diversa índole emigran para trabajar en otros países y obtener los beneficios y reconocimientos profesionales que en España no pueden conseguir. Esta es una delirante ineficiencia social