VALÈNCIA. “El golpeo al pao es el sonido que dice que no podéis, que sois débiles. Por eso hay que darle fuerte [al escudo de golpeo]”. Son las palabras del instructor Alejandro Estellers en una clase de defensa personal en el polideportivo de Moncada tras mostrar la diferencia entre hacerlo con garra y sin ella. Los alumnos le escuchan atentamente, algunos recuperando el aliento del ejercicio anterior y otros replicando el movimiento con cierto disimulo. Palabras que en cada uno de ellos resuenan de una manera y que les llevan a sacar esa fuerza y, por qué no decirlo, esa rabia que tienen en su interior para que cada uno de esos golpes sean contundentes. “Pensad que cada golpe es el último”, insiste Alejandro en la clase. Esa motivación transporta a cada uno de ellos a una realidad diferente y, concretamente, a algunas de esas mujeres a un pasado del que comienzan a salir: la violencia de género.
Es el caso de Olga, Raquel y María (nombres ficticios), que al atarse el cinturón amarillo a la cintura están diciendo “no tengo miedo”. Con ese gesto dejan atrás el miedo al qué dirán, al estar sola, al salir a la calle, al no poder levantarse, al no construir un futuro mejor… Y también cogen aliento para seguir adelante. “Estas clases son como un refugio que encuentras en medio de la tormenta, en el que al entrar te secas, te cuidas y sigues en tu camino”, comenta Olga. Ese tatami les ayuda a avanzar en ese proceso de adquirir la confianza y no volver atrás: “cuando llegué la autoestima la tenía por los suelos y las primeras clases fueron muy difíciles, como una prueba de ver si era capaz de levantarme”. Todas, insisten, comenzaron a romper ese muro que habían construido otros por ellas.
Sobre ese tatami son unas más. Nadie conoce su realidad —a no ser que quieran decirla— y son ellas las que se enfrentan a su pasado. A veces lloran, se sientan a respirar y siempre sienten el cariño del grupo. Son una familia. Esa es la clave de Atenea, el nombre de su asociación: “Cada uno tiene su realidad y se enfrenta a ella. Nadie pregunta y no hay etiquetas”, comentan enfatizando ese anonimato. “Es muy positiva esa diversidad y que no haya una segregación porque el grupo se enriquece y todos aprenden de todos”, comenta Ascen, psicóloga del Ayuntamiento de Moncada. Además, insiste en que “aprenden a que no están solas, se sienten arropadas y salen de las clases con más seguridad”.
Esa seguridad también se asienta en la figura de Alejandro Estellers, entrenador Nacional de Defensa Personal Civil y Policial, Cinturón Negro tercer Dan de Defensa Personal Civil y Policial. Pero, por encima de todo ello es policía local y desde hace cinco años está en exclusiva en la unidad de policía de violencia de género (en Moncada se creó en 2018). Alejandro, entre otras funciones, realiza el seguimiento de algunas mujeres que han formalizado la denuncia para cerciorarse de que no les hacen daño o que ellas mismas no vuelven a casa con sus parejas.
No solo eso, fue quien propuso al departamento de Igualdad que se realizaran estas clases de forma reglada. “Para elaborar este programa me basé en mi propia experiencia, pero también le doté de un marco legal, pues el proyecto también se asienta en la Instrucción 4/2019 de la Secretaria de Estado para la Seguridad, que además señala los benéficos de la defensa personal”, resalta Alejandro sobre cimientos de esta iniciativa que considera “fundamental”. Además, Atenea forma parte de la Asociación Española se Defensa Personal, Policial, Deportes de Contacto y Artes Marciales.
Atenea nace para ayudar a esas mujeres que ponen la denuncia. Precisamente, la denuncia es un paso muy difícil y muchas veces llega ante una situación insostenible. Raquel llegó con el miedo de que su hija mayor normalizara ese maltrato que recibía de su marido y tras un episodio en el que ella se enfrentó a su padre —“me dio mucho miedo que asumiera unas conductas violentas”—. María tras vivir con miedo en su propia casa —“dormía en la habitación de mi hija y me cerraba por las noches”—. Ambas se armaron de valor y denunciaron. Y lo más importante, en esa ocasión no retrocedieron. “Intenté denunciar varias veces pero luego me arrepentía”, coinciden ambas. Ese fue el primer paso hacia una nueva vida. El segundo fueron las clases de defensa personal, a la que llegaron por recomendación de Alejandro.
Alejandro realiza las clases con ayuda de Jaime Neira, también instructor de defensa personal. Las diseñan con tres fines: “Recuperar a la mujer a antes de ese maltrato, educar en la prevención —que sepan detectar una agresión o situación de amenaza— y como punto de detección de mujeres que quizá han sufrido violencia de género”. El caso de Olga. Llegó gracias a un anuncio. El primer día no habló con nadie y sentía que ese muro era casi infranqueable. Poco a poco fue rompiéndolo y afrontando su realidad: “Aquí me di cuenta que había sufrido un maltrato”. Una realidad a la que hasta ahora no le había puesto nombre ni había exteriorizado. La suerte fue que Alejandro percibió esa realidad y le ayudó. La joven, consciente de que su historia puede ayudar a otras chicas, se arma de valor para contarla: “Era mi primera pareja —de los 15 a los 18 años— y al principio me trataba como una princesa, pero luego empezó con las agresiones verbales y físicas y me separó de mi familia y del mundo. También me culpaba de todo y me agredía”. Olga lo cuenta a duras penas, recalcando unas palabras que al final ella misma se creyó: “Me decía que todo era mi culpa, que me quejaba mucho y que todo lo que hacía era por el amor que me tenía”. Nunca denunció, nunca entendió lo que pasaba, hasta que logró dejarle y mirar hacia el futuro. “Soy una persona muy fuerte”, comenta.
Bien es cierto que las tres dejaron a sus parejas, pero estas no les permitieron marchar tan fácilmente. Sufrieron amenazas y tenían miedo a salir a la calle. Tanto, que hasta Olga sufrió de agorafobia y Raquel y María tuvieron que lidiar con alguna mala experiencia. “Me amenazaron con quemar mi casa, la de mis familiares…”, comenta Olga. María y Raquel arropan sus palabras, pues también fueron amenazadas. Ese miedo era insalvable hasta que llegaron a las clases de defensa personal, donde recuperaron la confianza y autoestima. El proceso fue largo, pero hoy se sienten más seguras para afrontar los fantasmas del pasado.
Alejandro y Jaime preparan a conciencia las clases. Incluyen ejercicios pensados en situaciones reales para preparar al grupo emocional y psíquicamente, pues las ventajas que suele tener el atacante sobre la víctima son el bloqueo mental que produce el susto producido y la ventaja física del agresor. María recuerda uno de ellos, que consistía en que alguien lanzaba un objeto y la otra persona debía cogerlo al vuelo. Ese ejercicio le paralizó al recordar episodios traumáticos con su pareja. Y ese bloqueo mental es el que busca Alejandro para preparar a las mujeres para que saquen la fuerza que llevan dentro y no se queden inmóviles.
Por ello, Alejandro y Jaime se empeñan en enseñar la táctica y hacer distintos ejercicios para poner en práctica distintas situaciones que podrían ocurrir en la realidad. “Trabajamos mucho la parte mental y táctica, que sean conscientes de lo que ocurre en su entorno para que sepan cómo actuar”, comenta. Un estado de atención continua que se base en adquirir ciertos hábitos que ayudan a incrementar nuestra propia seguridad, como fijarnos quién hay a nuestro alrededor, no estar descuidados con el móvil y mirar por la mirilla antes de abrir la puerta.
Con esos ejercicios ellas rompen los muros que otros construyeron por ellas, se enfrentan a un pasado del que quieren salir y miran de otra manera su futuro. También son un referente para las que se incorporan al grupo más tarde, pues están diciendo “yo he salido y te voy a ayudar”. Sin embargo, no saben que ya son un referente, que con ese cinturón amarillo en la cintura y cada golpe que dan están escribiendo su presente. Olga quitándose la culpa y la vergüenza; Raquel demostrando a sus hijos que el amor no es violencia y María recuperando la confianza. El resto de integrantes vencen sus propias debilidades y todos lo hacen cada viernes, de 16 a 17:20 horas en el polideportivo de Moncada.