anotaciones al margen

Del 'A quién le importa' a 'Zorra'

Tomando prestada por un día la jerga eurovisiva, hace semanas quedaba claro en la PrePartyES de Madrid que la propuesta de España-RTVE no tenía ninguna posibilidad de ganar Eurovisión ni de alcanzar un honroso puesto

23/05/2024 - 

Nada nuevo, por otra parte, aunque siempre persiste hasta pasadas las primeras votaciones la ilusión de una gran sorpresa, puesto que todas las previsiones la dejaban fuera del top20. Según las apuestas consultadas a un mes vista de la final, Zorra tenía menos del uno por ciento de posibilidades de ganar.  La favorita era Suiza, con un tema de uno de los artistas más prometedores del panorama musical de su país, según contaba RTVE en una nota informativa en la que justificaba la utilización del masculino para facilitar la comprensión, apuntando que Nemo Mettler se identifica como persona no binaria. 

La acotación no es baladí en un concurso musical en el que también importan los mensajes. El trasfondo de su canción parte de su largo y complicado proceso de encontrarse a sí mismo. En palabras del joven de 24 años, nada le hace sentirse mejor que la libertad que ha ganado al reconocer su ser no binario. Los eurofans adoran a Nemo y a su empoderador mensaje sobre la identidad de género. Con este potencial contaba también Nebulossa, que dejó dicho después de su victoria en el Benidorm Fest que llevar el sentido de Zorra a Malmö era importante, porque «todas necesitamos estar en igualdad de condiciones y que se acabe la marginación en cualquier universo». 

Chanel quedó tercera hace dos años con una letra que no pasaba el más rebajado control de calidad ISO contra la cosificación de la mujer

La polémica por la letra de la canción discurrió como suele entre argumentos enfrentados: Unos, unas y unes aborreciendo el mal gusto por el abuso de la expresión «zorra». Otros, otras y otres apoyando su discurso liberador. Sin tanta crispación y más en la órbita de la indiferencia, a los de mi generación el «Ya sé que no soy quien tú quieres, entiendo que te desespere, pero esta es mi naturaleza, cambiar por ti me da pereza…» nos recuerda al A quién le importa de Alaska y Dinarama, un verdadero himno de los ochenta que sigue vivo en todas las fiestas. El dúo residente en Ondara suena demasiado vintage y ni siquiera el supuestamente provocador título es original: en plural da nombre a una serie de ficción que adapta una trilogía de novelas eróticas con similar mensaje empoderador, disculpen la repetición. En cualquier caso, las razones de los votos en Eurovisión son inescrutables de verdad si se repasa la lista de ganadores de las últimas ediciones y la mejor clasificación de España en lo que llevamos de siglo XXI y un poco más allá.  

Chanel quedó tercera clasificada en Turín hace dos años gracias a su 'épica' actuación, con un vestuario con cincuenta mil cristales incrustados, una coreografía tan epatante como los fuegos artificiales de la Nit del Foc de Fallas y una canción con una letra (muy poca) —«apenas hago doom, doom con mi boom, boom, y le tengo dando zoom, zoom on my yummy»— que no pasaba el más rebajado control de calidad ISO contra la cosificación de la mujer. 

En un montaje del calibre de Eurovisión lo que importa es el brillibrilli y haremos bien en entenderlo solo como un macroespectáculo televisivo movido por cifras de audiencia y beneficios publicitarios con una denominación engañosa. Si la participación de países que desafían los conocimientos de geografía política de los que estudiábamos mapas con la URSS hacía dudar de la condición europea del festival, la incorporación de Australia desde el año 2015 demuestra que el territorio eurovisivo no obedece a fronteras, solo a los intereses de las televisiones que forman la Unión Europea de Radiodifusión, un organismo independiente que hace lo que le da la gana. Supuestamente apolítico, expulsó a Rusia en 2022 por la invasión de Ucrania, pero no a Israel por la destrucción de Gaza y la muerte de más de treinta mil palestinos. Y como siempre en estas lides, cada uno elige ver el show o ejercer el derecho a veto por nuestra cuenta. 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 115 (mayo 2024) de la revista Plaza