La autora recoge en su último libro, 'La historia de la mujer en 100 objetos', un centenar de creaciones que han moldeado la trayectoria colectiva de las mujeres
VALÈNCIA. El vibrador. La vacuna de la viruela. La lejía. El pintalabios. La calefacción central. La taza de té. Los pañales desechables. El wifi. La sentencia por violación. Aunque a primera vista estos asuntos parecen no tener demasiado en común, todos ellos comparten una muesca: la de haber influido de una manera u otra en la trayectoria femenina. Bueno, de hecho, tienen otra segunda característica en común: forman parte del ensayo La historia de la mujer en 100 objetos, de Espido Freire (Planeta de los Libros, 2023).
Este volumen propone una expedición temporal y geográfica para coleccionar todo tipo de artefactos que fueron ideados por mujeres, tuvieron en ellas a sus principales destinatarias o supusieron un pesar añadido a su existencia. Creaciones que cabalgan de la prehistoria hasta el ahora más inminente. Aprovechamos el paso de Freire (Bilbao, 1974) por el festival Torrent Històrica para conversar sobre cachivaches, artistas, violencia, inventoras, trabajo de oficina y desigualdades enquistadas.
Durante siglos, se ha considerado al hombre (especialmente al blanco, heterosexual y pudiente) como medida de lo universal. Desplazar ese foco hacia la experiencia femenina, resulta “esencial, pues nos convierte en protagonistas, y no en musas, comparsas o mártires, madres, amantes, esposas o cualquier otro rol en el que el foco ha sido ‘el otro’. Dejamos de ser un complemento, una ayuda o una excusa para la acción y recuperamos no solo la importancia, sino que también varía la mirada y la interpretación convencional”, explica la autora.
Así, en lugar de centrarse en las grandes gestas, en los hitos bélicos y las conquistas, como se ha hecho de manera habitual, esta obra se plantea conocer nuestra intrahistoria colectiva a través de los cacharros. Una perspectiva que para Freire resulta más “afinada y profunda. Si bien las mujeres se han encontrado de manera excepcional en puestos de poder o de influencia, gran parte de su historia se encuentra en lo doméstico, en los cuidados o la institución familiar: espacios en los que no se da de manera natural ni lo épico ni una narración histórica o literaria. Por lo tanto, su huella no queda tanto en lo narrado, sino en lo hecho, en los objetos, las tradiciones, la indumentaria… siempre que esté bien interpretada, sin sesgos ni prejuicios”.
Toda selección implica una tanda de rechazos. En el último capítulo de esta pieza, la autora enumera algunos asuntos que le hubiera gustado incluir, pero que ha debido dejar fuera por una cuestión tan terrenal como la falta de recursos y espacio. Y, claro, muchas de esas negativas suponen una espinita creativa. Es el caso de las partituras de la compositora y pianista Clara Wieck (más conocida como Clara Schumann): “la elección fue, dentro de la subjetividad, por la relevancia y por el conocimiento que tuviera de cada artículo. Pero de lo que quedó fuera, esa música fue una gran renuncia”, cuenta la autora de Irlanda, Melocotones helados (Premio Planeta 1999), Soria Moria, Llamadme Alejandra (Premio Azorín 2017) o De la melancolía, entre otras novelas.
Artefactos cotidianos, incluso prosaicos, como el cántaro de agua, las agujas de calcetar, la cuchara o la fregona, aparecen en este volumen al mismo nivel que bienes considerados más lujosos o excepcionales: tiaras, túnicas de seda, la perla Peregrina... Un contraste que para la autora ayuda a retratar la realidad de la vida con todas sus aristas: “las clases sociales, las diferencias económicas, los privilegios, lo condicionado del discurso e incluso del imaginario colectivo… ”.
Esta heterogeneidad atraviesa de igual modo a las protagonistas de los relatos que pueblan el libro. Personajes de la mitología, como Perséfone, Medea, Pandora o Casandra, se entremezclan aquí con la periodista Nellie Bly, la novelista Mary Shelley, la matemática Ada Lovelace, la guerrera Juana de Arco o las monarcas Cleopatra y María Antonieta. Pero también hay espacio para mujeres creadoras cuyo nombre fue preso de la amnesia social y que Freire rescata del olvido. Y para esas otras que habitaron durante toda su existencia en el anonimato del hogar, en la cocina, la calceta, la limpieza y la crianza. Recordarlas (nombrarlas) supone una vía para reconstruir esas genealogías femeninas que tanto tiempo han permanecido en las sombras. Y aunque hoy por hoy este empeño “se está acometiendo con mucho impulso” todavía existe un “enorme vacío que debemos llenar con naturalidad, reiteración, lucha y presencia”. “Creo que esa recopilación aporta una objetividad mayor, un aprendizaje de la historia más justa y, por lo tanto, una sociedad más igualitaria y mucho más completa”, resume.
Pero, ojo, la experiencia colectiva conjugada en femenino no es precisamente un jovial pícnic durante una tarde de primavera. Entre el centenar de referencias descritas por Freire hay artilugios liberadores (ya sea la píldora anticonceptiva, la lavadora o el derecho a voto) y otros que contribuyeron sin piedad a la opresión femenina, como el vendado de pies en China, la cuchilla de la ablación o las argollas de las esclavas. Para la autora, resultaba impensable no incluir esos artículos perversos en su inventario. “Por desgracia, gran parte de la historia de la mujer ha conllevado violencia, represión, dolor, abandono y sufrimiento. No denunciarlo sería cometer una enorme injusticia hacia quienes la sufrieron y la sufren, y una visión incompleta de nuestro recorrido y avance”, explica
Al adentrarnos en este tomo (inspirado en el proyecto divulgativo History of the World in 100 Objects, de la BBC y el Museo Británico) no encontraremos un simple registro cronológico de cacharros. Tampoco un bloque de definiciones enciclopédicas. Freire, más allá del artilugio que protagoniza cada capítulo, aborda su relación con la literatura, la pintura u otras disciplinas artísticas. La Venus del espejo, Mujercitas, Cien años de soledad, Cumbres Borrascosas, Tacones lejanos o La Casa de Bernarda Alba son solo algunas de las referencias que desfilan con complicidad por estas páginas. “Soy escritora; a diario vivo la importancia de la narración, los mitos y el arte para sanar, para aprender, reivindicar y entender mejor lo que nos ocurre, tanto a hombres como a mujeres. No todo conocimiento se transmite de manera directa: a veces otras vías sirven para ese mismo fin”, apunta Freire al respecto.
Además, el texto conecta esos descubrimientos de hace siglos con sus ‘tataranietos’ actuales, con las mutaciones que han vivido hasta llegar a nuestro ahora. O aborda los cambios en nuestra percepción de asuntos como la dote, los pantalones femeninos o las prendas de luto. El ayer y el ahora quedan vinculados a través de nuestra relación con ciertos cachivaches, pues lo que antes resultaba inadmisible hoy se encuentra integrado con plenitud en la cotidianeidad… y viceversa. “Así es como yo aprendo, y creo que para muchos lectores resultará ameno, didáctico e interesante comprobar la evolución, los cambios… o la ausencia de los mismos. Invita a la reflexión y al diálogo, y reconoce el esfuerzo por superar tiempos oscuros”, señala la escritora, quien cuenta en su hoja de servicios con ensayos como Tras los pasos de Jane Austen o Cuando comer es un infierno.
Si la historia de las mujeres, en general, ha sido bastante ignorada, la de sus integrantes no blancas o no occidentales ha conocido fosas abisales de indiferencia (o menosprecio) especialmente profundas. Una otredad todavía más desgarradora, un silencio todavía más plomizo. Caer en ese olvido crónico era uno de los riesgos a los que se enfrentaba Freire durante esta tarea: “he intentado, dentro de que el ámbito del libro es occidental, y en concreto el de habla española, completar el listado con miradas a sociedades diferentes: desde el porteo al vendado de pies, desde las bebidas americanas al Taj Mahal. A pesar de ello, un centenar de objetos son pocos frente a la historia. Soy muy consciente de que hay ausencias”.
Sea como sea, el proceso de documentación sobre tantos artefactos de fechas, latitudes y naturalezas tan distintas ha resultado para Freire “agotador, pero también apasionante. Es inacabable, pero para quien, como yo, es curiosa, constituye un estímulo increíble”. Una crítica habitual a la que se enfrentan quienes abordan las vidas femeninas es centrarse en el 50% de la población (aunque haya sido un 50% tradicionalmente ignorado o relegado al segundo plano en la esfera pública) en lugar de hablar de ‘la humanidad’ en su conjunto. Sin embargo, Freire reconoce que no se ha enfrentado a ese tipo de comentarios con este título: “creo que lectores y críticos, lectoras y críticas, han percibido que ese vacío existía, y el respeto con el que el libro se ha llevado a cabo”.
Y aquí nos ponemos serias para abordar una cuestión de suma importancia: de todos los artículos y personajes que alberga este texto, ¿cuál ha fascinado más a Freire durante la confección de este volumen? Aunque con ciertas dudas, la autora se decanta por el típex, ideado por la secretaria Bette Nesmith Graham para corregir los errores al mecanografiar. “Es muy simbólico que los hombres que debían invertir en ese invento no valoraran su importancia porque eran sus secretarias quienes lo necesitaban, y no ellos. Nos recuerda la importancia de crear grupos de trabajo mixtos, intergeneracionales e interdisciplinares, y de la empatía y la sensatez”, resalta. ¿Un hombre poderoso menospreciando las ideas o penurias de sus subalternas? ¿Cómo puede ser? ¡Eso no se ha visto nunca!
La historia de la mujer en 100 objetos ha llegado a las librerías este 2023, pero, si una versión renovada de este título se lanzara al mercado en 100, 200 o 300 años (suponiendo que la humanidad no haya colapsado para entonces), ¿qué otros artilugios podrían incluirse para explicar la historia femenina de nuestro presente y nuestro futuro inmediato? “¿Quién sabe? – se plantea Freire–. Vivimos un momento fascinante en cuanto a progreso, tecnología, retos… ¿Quizás el útero artificial? ¿La vacuna para el cáncer de mama, que también incluye a hombres?”. En cualquier caso, lanza su particular deseo: “espero que hablen de nuestra época como la del final de la desigualdad y que valoren el esfuerzo de quien ha luchado por ello”.
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