VALÈNCIA. Todo empezó a raíz de una mudanza. Marta D. Riezu, periodista afincada en Barcelona, se topó de bruces con una realidad desalentadora: «Apareció ropa suficiente para vestir a tres ejércitos», revela. Y es que «aprender a comprar parece sencillo», pero «no lo es», advierte. Empezó entonces su toma de conciencia, sobre la que influyó también su propia profesión. Escribir para medios como El País, El Mundo, Telva, Vogue o Vanity Fair le había permitido conocer de cerca (muy de cerca) la industria de la moda. Y tenía reflexiones, muchas, sobre todo ello.
Estas reflexiones se plasman ahora en La moda justa (Anagrama, 2021), un libro de apenas ciento y pico páginas (sencillo y ágil de leer, terriblemente adictivo) que supone una «invitación a vestir con ética». Porque, recuerda la periodista, «hay una moda buena que ayuda a explicar quiénes somos sin dañar a nadie por el camino». Existe, desde luego, una moda justa.
-¿En qué momento nace La moda justa? ¿Qué objetivos perseguías?
-Es un encargo que me hace la editorial Anagrama en un formato específico de cuaderno, es decir, el mensaje debía ser breve, riguroso y contundente. Quise huir del tono quejica, dramático (por muy serio que sea el asunto) o paternalista. Tampoco podía reñir; ¿quién soy yo para decirle a alguien que lo hace mal? Pero sí quería poner una reflexión sobre la mesa: qué consecuencias concretas tienen nuestras compras.
-¿Qué crees que explica la moda sobre la sociedad de ahora?
-La moda, en cualquier momento histórico, es una lectura fiable e instantánea de los miedos, deseos, valores y contradicciones de los ciudadanos. Es un modo de expresión que empleamos para diferenciarnos o unirnos a aquello que nos interesa. La ropa nos permite conectar, participar, emocionar. Y puede sacar lo mejor de nosotros mismos.
-La industria textil, afirmas, es un modelo basado en la explotación de la pobreza.
-En el planeta hay 75 millones de trabajadores que se dedican a confeccionar ropa. Más, yo creo, porque es imposible cuantificar los que trabajan desde casa e ilegalmente. Menos del 2 % de ellos gana un salario suficiente para vivir. Dicho de otro modo: el 98 % de los operarios se encuentra en un estado de pobreza sistémica. De ese 98 % desamparado, la gran mayoría son mujeres: el 75 %. No hay otros sectores donde pase lo mismo. Si te defines como feminista es importante conocer este dato, y saber qué estás apoyando cada vez que compras una camiseta a tres euros.
-Algunas personas argumentan que no se puede hacer nada para combatir el calentamiento global. ¿Cómo conseguir un mayor compromiso en la compra de moda responsable y combatir esa especie de apatía que a veces nos invade?
-Hay una realidad: algunas personas siempre van a priorizar su comodidad, su capricho o su cartera. No interesa estar informado, porque cuando sabes ya no puedes mirar hacia otro lado. No es divertido renunciar, ni ahorrar, ni desacelerar, ni comprar menos. Y, sin embargo, yo lo vivo como algo tremendamente liberador. Más que predicar, prefiero dar ejemplo en todo lo que pueda. Si un amigo me pregunta dónde he comprado el jersey que llevo y el tema le interesa genuinamente, no es que le meta un rollo, pero aprovecho para explicarle. A no ser que seas un cínico o un egoísta, nadie quiere comprar con la conciencia negra ni esquilmar el mismo planeta en el que van a vivir sus hijos. Sería estúpido.
-¿Cuáles son las claves para construir un armario sostenible?
-Uno: entender que no necesitas comprar más, que es muy posible que con lo que tienes en el guardarropa ya puedas vestir con corrección y variedad. Dos: leer las etiquetas y buscar materias primas de calidad. Tres: preguntar a la marca a la que quieres comprar dónde y quién ha hecho su ropa; esto es más fácil si es una marca pequeña con la que se puede dialogar. Cuatro: identificar qué tipo de prendas necesitamos para nuestro estilo de vida y nuestro cuerpo, sin engañarnos. Cinco: regalar e intercambiar con otros amigos; es mejor que donar, porque la mayoría de ropa que se dona acaba en el vertedero. Seis: cuidar lo que tenemos, aprender a reparar. Siete: llevar a la modista las prendas que nos podrían quedar aún mejor. Ocho: para las grandes ocasiones, alquilar. Nueve: familiarizarse con plataformas que venden buenas marcas de segunda mano, como Vestiaire Collective. Y diez: no pretender hacerlo todo perfecto, acometer mejoras pequeñas y progresivas.
-¿Es compatible una moda ética con una moda bella?
-Por supuesto. Nadie va a renunciar a la calidad ni a la estética por un mero discurso ideológico. El cliente quiere algo bello, y si luego tiene una historia honesta detrás, mucho mejor. Una prenda justa no siempre es más cara. Hay ropa carísima (y de calidad dudosa) confeccionada en condiciones deplorables pero vendida a precio de oro por esa varita mágica que es el marketing.
-Defiendes que debemos informarnos a la hora de comprar ropa. Sucede en un momento en el que estamos especialmente bombardeados por los medios tradicionales, pero también por las redes y los influencers. Todo a nuestro alrededor es consumo. ¿Cómo te enfrentas tú a esta situación para no dejarte llevar por esta vorágine?
-La edad ayuda, porque tienes más herramientas para distinguir los intereses del que te está vendiendo. Creo que estar satisfecho con la propia vida sabotea cualquier intento de venta. Decir simplemente: no me interesa, no lo quiero, no me hace falta: ¡qué placer! Eso sí es empoderarse de verdad. Yo entiendo la adrenalina de la compra, pero todos lo hemos vivido demasiadas veces y sabemos de sobra que todo aburre. Las redes eran una forma de comunicación, pero ahora están plenamente orientadas a la compra, con descaro además. Hay que pasar el menor rato posible en ellas. Los adolescentes son muy vulnerables, porque no se les vende con torpeza, es todo muy sibilino y efectista, caería hasta yo. Hay que enseñarles los mecanismos ocultos.
-«La única prenda ecológica es la que no se fabrica», dices en el libro. ¿Puede llegar a ser la moda justa de verdad? ¿Lo veremos en algún momento (futuro)?
-La moda justa ya existe, es un porcentaje menor pero presente en el mercado, y desde hace diez años es un debate que ha venido para quedarse y que ha crecido exponencialmente gracias, todo hay que decirlo, a eses redes diabólicas que decíamos ahora. Esas marcas ejemplarizantes demuestran que hay un camino y que se pueden hacer bien las cosas y ser rentable. En la próxima década habrá leyes de residuos y de Responsabilidad Ampliada del Productor que obligarán a las marcas a hacer las cosas mejor, pero seguimos hablando de volúmenes enormes, especialmente en la moda rápida y la ultrafast fashion. Sin leyes y multas no veremos cambios gordos de verdad. Pero mientras tanto yo voy a ejercer mi poder como ciudadano y voy a pensarme muy bien a quién le doy mi dinero.