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‘Deseo postcapitalista’, las últimas clases de Mark Fisher

Caja Negra Editorial publica esta transcripción del curso de posgrado que el pensador y maestro se encontraba impartiendo en Londres al momento de su muerte

19/02/2024 - 

VALÈNCIA. No hay nada peor que definirnos o que nos definan en función de otra cosa o ser existente: aunque a veces pueda parecer inevitable, no es más que falta de imaginación, de conocimiento o de la suficiente perspectiva. Se puede ser padre de, madre de, hijo de o pareja de, pero eso son solo referencias, no lo que verdaderamente somos. En el día a día cultural encontramos muchos ejemplos: uno de ellos es ese modernismo del que no logramos zafarnos, y que nos tiene a vueltas con el más allá del posmodernismo; por aquí ya hablamos del metamodernismo, prometedor, aunque de nuevo, le falta mejorar la marca —que se diría ahora—, el concepto, para poner distancia por fin de esa corriente que no nos permite tomar caminos genuinamente originales. 

De lo que tampoco logramos escapar es de un capitalismo al que llamamos así, capitalismo, como si fuese lo mismo en su origen y hoy, un estadio totalmente diferente que hay quien se atreve a calificar de terminal, pese a que quizás los terminales seamos nosotros, víctimas de todo lo fallido que este sistema arrastra, y el capitalismo acabe sobreviviéndonos en servidores regidos por algoritmos que, ya sin humanos codiciosos a los que servir, seguirán realizando operaciones frenéticas en una batalla económica sin fin con el objetivo de engrosar registros con unos y ceros a los que llamarán riqueza. Es posible que este último tramo haya quedado un poco excesivo, pero es que el propio capitalismo lo es, y no sería extraño que acabase así, enroscado sobre sí mismo y llevando al extremo su absurdo esencial. Ajá (habrá quien diga): ¿y qué hay del comunismo? Pero es que nadie está hablando del comunismo aquí, precisamente porque en este artículo queremos proyectar la vista en el horizonte: el final del comunismo ya lo hemos conocido. Ahora vamos a tratar de vislumbrar en la lejanía si el fin de esta fórmula que agoniza consistirá en languidecer o todo lo contrario, en pisar el acelerador hasta descarrilar. 

¿Será que es cierto que nos resulta más sencillo imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo? El pensador y crítico cultural Mark Fisher trabajó siempre en ello. Comprendió por qué nos sucede que cualquier propuesta para ir más allá de la precarización existencial, del pandémico empeoramiento de la salud mental, de un control social que se ejerce ya mediante herramientas propias de la ciencia ficción, del bucle vida-trabajo, del ultraconsumo de la ultraapariencia, se estrella contra los muros invisibles de esta jaula que frustra cualquier sueño de emancipación. Por eso, a siete años de su suicidio en el tiempo en que impartía un curso de posgrado en Goldsmiths, Universidad de Londres, las lecciones ofrecidas en esas clases magistrales que ha transcrito y publicado Caja Negra Editora tienen tantísimo valor: porque las cosas no han ido a mejor sino todo lo contrario, y la voz de Fisher, que conectó tanto con el pensamiento de quienes comenzaban el sueño de la independencia cuando todo se desmoronaba en dos mil ocho, es más necesaria que nunca. Será ese el motivo por el cual leerlo en modo docente (no ensayista o activista) en este Deseo postcapitalista. Las últimas clases, en una noche en la que se ha cometido el error de revisar el correo después de cenar —e incluso de abrir una factura electrónica de la luz—, resulta balsámico. Es difícil de explicar. Con traducción de Maximiliano Gonnet, el maestro reflexiona acerca de nuestra situación: la estasis frenética, la historia, que tiene lugar en el presente y no en el pasado, el aspecto libidinal que nos hace desear los productos del capitalismo que buscamos dejar atrás, la interseccionalidad que en lugar de ser una respuesta colectiva se ha degradado al nivel de una interminable discusión desde puertos identitarios en Twitter (ahora X), la melancolía de la izquierda, la política folk que aspira a soluciones hiperlocales que portan el fracaso en su propia concepción, o la trampa en la que todos nos encontramos atrapados, y que en pasaje, tan brillante y valioso como todo el libro, se revela a la perfección:

Mark Fisher: Digamos que terminé mi jornada laboral y me voy a casa. ¿Voy a volver a salir de casa? ¡Estoy cansado! Luego terminé mi segunda jornada laboral: trabajé todo el día y además de eso hice el trabajo doméstico (que sigue siendo realizado mayoritariamente por mujeres). Así que hice todo esto, ¿y voy a querer salir a tomar conciencia? Sí, está bien, pero... estoy un poco cansado.... [Risas.] Podemos reírnos, pero todos hacemos esto. Todos experimentamos formas de esto. Es como comer saludable o algo así. Sabemos que es mejor para nosotros, ¿pero por qué no lo hacemos? Puede que sepamos cosas, pero no somos capaces de actuar en consecuencia. Pero no seamos tan duros con nosotros mismos. La pobreza de tiempo es real. ¡Y eso es lo que han hecho! ¡Por eso quieren esta escasez de tiempo! Como decía Marcuse, todos podríamos estar trabajando hoy mucho menos, y esa es la locura de esto, ¡la locura total del sistema capitalista! [Los capitalistas] producen una escasez artificial de tiempo para producir una escasez real de recursos naturales […] Es la producción de mercancías espurias que que nadie quiere, como pantuflas con cara de cocodrilo o que sea... Vemos ese tipo de cosas y pensamos en la cantidad de trabajo invertido en ellas; en la cantidad de esfuerzo que ha implicado transportarlas de donde sea hasta llegar a Lewisham, donde valen menos de una libra y nadie las quiere... [El capitalismo] tiene que inhibir continuamente la capacidad de tomar conciencia, y ha hecho un muy buen trabajo. Se trata entonces de un tipo generalizado de pobreza de tiempo. Y, por supuesto, la conciencia no puede desarrollarse en estas condiciones. Porque la conciencia no es automática. Ese es el punto. ¡No es inmediata! Inmediato es otra forma de decir automático. La conciencia siempre es vulnerable, ese es el punto […] Por eso requiere este tiempo de reconfirmación constante. Para el capitalismo, lo ideal es que nos den las cosas en nuestro propio tiempo. Imaginen si se pudiera inventar algo así, un entorno en donde pudiéramos distraernos infinitamente; donde, en cualquier parte del mundo y en cualquier momento, nos pudiéramos ver alcanzados por los imperativos del capitalismo... ¡Imaginen una cosa así! ¿Qué aspecto tendría?

Estudiante #10: ¿Un teléfono móvil?”.

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