El panorama de la banca en España en la última década resulta espeluznante. La burbuja inmobiliaria se llevó por delante el sistema de cajas de ahorro, reconvertidas en bancos, y a su vez propició un sinfín de fusiones en cadena, para optimizar recursos y ganar tamaño, que redujo muchísimo la diversidad de la oferta. En la Comunitat Valenciana salimos particularmente malparados. Nuestra Bancaja fue absorbida por Cajamadrid para convertirse en Bankia, y de ahí a Caixabank. la CAM acabó en el Banco de Sabadell, y el Banco de Valencia también en Caixabank. El broche de oro de la reconversión fue el rescate bancario de 2012 y la creación de un "banco malo", la Sareb, en el que agrupar los activos tóxicos del sector financiero. Todo esto no iba a costar ni un euro al contribuyente, pero ya entonces se podía percibir con claridad que dichas estimaciones no eran del todo precisas. Por ahora, la cosa va por los 66.500 millones de pérdidas, según el Tribunal de Cuentas, que pueden más cuando se sumen las pérdidas derivadas de la adquisición de Bankia.
Todas estas fusiones y adquisiciones, obviamente, también comportaron despidos. Muchísimos despidos. Casi 19.000 en el último año, que hay que sumar a un total de 82.000 empleos destruidos en la década precedente, hasta llegar a la terrible cifra de 100.000 puestos de trabajo menos en el sector desde que estalló la burbuja inmobiliaria. Un sector que no hace tanto tiempo destacaba por su estabilidad, sobre todo si el puesto de trabajo se tenía en una caja de ahorros. Trabajadores bien remunerados y que tenían la razonable perspectiva de que su trabajo lo era para toda la vida, sin sobresaltos, se han encontrado este agujero negro una década después.
Los despidos conllevan también el cierre de sucursales: el 10% del total en el último año, más del 55% si contamos desde el momento álgido, en 2008, justo al estallar la burbuja. España era un país de bares y bancos y ahora cada vez hay menos sucursales. Sobre todo, si nos fijamos en el mundo rural, donde la carestía es mucho mayor y donde se han inventado las oficinas móviles, que van a los pueblos un día o dos por semana para ofrecer los servicios esenciales.
El cierre de sucursales y los despidos también tienen que ver, indudablemente, con la digitalización, particularmente presente en el sector. La mayoría de operaciones que antes requerían pasar por el banco, o al menos por el cajero automático, ahora se pueden hacer desde el móvil. La gestión del dinero se está convirtiendo, cada vez más, en autogestión. Por eso, y porque hay muchos menos empleados que antes, y también para desincentivar todo lo posible a los supuestos clientes, no es sólo que haya menos sucursales: es que las sucursales que hay ofrecen muchos menos servicios, con horarios mucho más reducidos, y además más rígidos (para casi cualquier cosa hay que solicitar cita previa, como en la consulta del médico).
El sistema se complementa con la proliferación de "gestores personales" a los que contactar por teléfono o a través de un chat para solicitarles ayuda. La cosa funciona mejor o peor, según los casos, pero es bastante habitual que al final el gestor te remita a la oficina. Y no a cualquier oficina: a "TU" oficina, cosa que en el pasado estaba muy clara (la oficina en la que te habías abierto la cuenta hace un montón de años allí seguía, en la misma esquina, entre bar y bar, o quizás entre sucursales de otras entidades bancarias), pero ahora a ver quién es capaz de saber cuál es TU oficina, cuando probablemente la hayan cerrado desde hace años y tu banco ya no exista como tal (vas a pagar un recibo a tu antigua sucursal y te encuentras con un letrero enorme: "NAILS", que no se corresponde con ningún banco).
Todos estos cambios también conllevan ventajas para los clientes, como es obvio. A mí, personalmente, me parece una gran noticia que no haya que pisar una sucursal bancaria prácticamente nunca. Porque no hay apenas, claro; pero también porque casi todo se puede hacer online. Puedo sobrellevar el tener que pasar por MI oficina una vez al año, sea cual sea ésta.
Pero hay un tipo de clientes que lo llevan particularmente mal, y son aquellos menos habituados a esta nueva banca fría e impersonal. Me refiero, fundamentalmente, a los usuarios de la tercera edad, habituados a un modelo de banca (y de cajas de ahorros) que ya ha desaparecido. El jubilado que hace veinte años sabía que podía tramitar todo lo que necesitase en su sucursal bancaria, que conocía a los empleados y había establecido cierta relación de confianza con ellos, ahora se encuentra horarios estrechísimos con cita previa, todo tipo de trabas y dificultades casi para cualquier cosa, y la sensación de que se los quieren quitar de encima con el menor pretexto.
No resulta extraño, en este contexto, que las personas mayores comiencen a organizarse. Carlos San Juan, jubilado valenciano de 78 años, registró en change.org una solicitud para que los bancos atiendan con un poco más de humanidad y empatía, con más recursos y horarios más amplios, a las personas mayores. Ya lleva más de 200.000 firmas. Y no es para menos.