Astiberri publica El Fuego, una novela gráfica con la que David Rubín ahonda en la historia de un protagonista condenado a la supervivencia del resto del mundo mientras no sabe lidiar con su propia existencia
VALÈNCIA. Un asteroide se acerca a la Tierra y va a acabar con todo lo conocido. Con este comienzo amargo arranca El Fuego, la novela gráfica en la que David Rubín dialoga con el lector sobre el pesimismo y la lucha del individuo de cara a un final inevitable. Para ello cuenta la historia de Alexander Yorba, un famoso arquitecto sobre el que recae el peso y la obligación de salvar a la humanidad. A su vez Yorba está viviendo su propio calvario, un cáncer arrasa con su cuerpo y le quedan apenas unos días de vida hasta que todo acabe. Su propia (y cercana) muerte le hará reflexionar sobre si su labor es del todo necesaria, y el momento de reconexión con su olvidada familia le hará plantearse su continuidad en el mundo. Rubín compone este relato a través de experiencias vitales, mensajes a lo largo del tiempo y momentos de soledad, frustración y ego.
La atormentada conciencia del protagonista se extiende a través de las páginas que conforman este libro de gran formato, en el que el propio universo tiene cabida gracias al color e impresión de Astiberri. La historia se cuenta a través de la ausencia de palabras. Rubín defiende como autor que el cómic tiene que complementar la imagen con la palabra siempre que aporte algo, por lo que en su relato apocalíptico opta por lo visual para contarlo todo: “Lo que pretendo es usar textos cuando sea estrictamente necesario, sin añadir ni una coma más de las necesarias para que avance la historia. Ya son las cartas y las acciones de los personajes lo que nos dan la información a través de lo visual”, explica, dejando en el lector la obligación de montaje del puzle y de la imagen final del todo.
La ciencia ficción se convierte en un vehículo excelente para hablar de aquellos temas que conviven en el pasado y en el presente, que se muestran en un futuro imaginado dentro de las páginas de El Fuego. Sin muchas palabras pero con un imaginario mordaz el autor recurre a relatos conocidos para conformar el apocalipsis. El cáncer (o cualquier enfermedad como recurso) permite contemplar la historia hablando del futuro inevitable de la muerte.
También se habla de una sociedad totalmente avanzada en la que realmente el cáncer nunca ha llegado a ser tratable:“No me interesaba meter un texto al principio explicando en qué momento del futuro estamos, prefiero contarlo a través de pequeñas pinceladas”. La enfermedad funciona también como MacGuffin a través del que se genera una tensión necesaria para contar el resto de la historia: “El hecho de que al protagonista le queden los días contados correlaciona con los días que les queda al resto para que se vaya todo al carajo”, comenta el autor. Ese meteorito realmente, y el cáncer, son la excusa para ahondar en la vida personal del protagonista, quien en los primeros capítulos se sirve de sexo y drogas para poder huir del futuro estremecedor que le espera.
La intrahistoria del protagonista junto a sus vicios representa una parte de la vida que según Rubín va a ir a más: “Eso nunca va a cambiar, de hecho seguramente irá a más. En muchos aspectos ya parece que vivimos en una distopía, pero en este caso la ciencia ficción me ayuda a hablar de nuestro presente, y me permite dar avisos sobre cómo vamos a ir en el futuro si vamos así”. El Fuego lo que hace es aproximar un futuro que parece muy lejano a una historia que podría sucedernos a cualquiera en el momento en el que vivimos, pero a la vez obliga al lector a preguntarse qué haría si su vida se acabara en apenas unos días.
Tal y como se muestra en el relato, en este momento del final, el protagonista es el que tiene que echar la vista atrás y contemplar si lo que ha hecho es digno de recibir un respeto en el presente, si eso le permite que se pueda resguardar en una familia, unos amigos o si tendría que morir en soledad esta persona. Al final la vida del hombre que puede salvar a todos del fin del mundo es que la suya se está acabando, y su propio ego, el miedo y las malas decisiones le llevan a un callejón sin salida en el que realmente pudiera parecer que lo que le rodea ya no le afecta, ni lo hace desde hace tiempo.
Rubín desgrana todo esto en una cuenta atrás en la que un meteorito va a colisionar con la tierra, y un momento en el que el lector se acerca cada vez más al final con el paso de las páginas. El personaje llega hasta el final y acaba enviando mensajes “como un náufrago que lanza botellas al mar”; pero es el epílogo el que nos desvela que los últimos mensajes de salvación no sirven para nada más que la propia consolación mental del protagonista, que se ha visto envuelto en su ego durante tanto tiempo que tiene que recurrir a la fantasía para imaginar un mundo perfecto, que jamás existirá fuera de los libros.
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Es uno de los mejores cómics aparecidos en los últimos diez años. En 2014 se publicó el primer tomo y en 2023, el último. Se trata de la autobiografía del autor, hijo de un sirio y una francesa, y es caústica, descarnada... No busca ninguna medalla y carece de todo tipo de coartadas ideológicas. Aunque empleé el humor para limar las aristas, se trata de una visión impagable de la Libia de Gadafi, la Siria de Assad y la Francia de Chirac